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La desafección

Enrique Gil Calvo

Existen síntomas de que se está agravando el desapego por la escena pública que padece nuestra cultura cívica. En efecto, si bien la elevada abstención de las elecciones autonómicas andaluzas pudo ser en parte atribuida al descrédito del sistema político que viene generando el caso Guerra, la escasísima participación electoral que se ha dado en la comunidad autónoma más politizada de todas, como es la vasca (cuyo reloj político continúa parado desde su ruptura con la transición), puede resultar una señal de alarma bastante más significativa. ¿Se están volviendo nuestros conciudadanos cada vez más desafectos al vigente régimen politico. Todo parece indicar que los canales de comunicación entre la clase política y el resto de la sociedad civil, se están obstruyendo progresivamente, por lo que desciende poco a poco el caudal de crédito político que debiera fluir por ellos. Y esto parece preocupante, no tanto por el ascenso de la despolitización que manifiesta (lo que bien pudiera ser, interpretado como una muestra de prosaico aburrimiento ante la rutinaria normalidad democrática) cuannto por el ominoso crecimiento de un cierto cinismo político (según la expresión acuñada por Paramio), que combinaría el interesado aprovechamiento de las ventajas instrumentales del sistema con la ostentosa deserción de todo contaminante contacto con la cosa pública. Lo cual no es algo inevitable ni necesario, pues, como ha sostenido Inglehart, el vigente cambio cultural europeo se desplaza desde una cultura cívica centrada en los intereses instrumentales hacia otra nueva donde su centro esté ocupado por los compromisos expresivos (reivindicación del derecho a mayor participación pública). Por tanto, el terreno ciudadano debiera estar abonado para cultivar en él cosechas políticas más fructíferas que las actuales.¿Qué Placer? Por supuesto, no se trata de denunciar a los culpables, como hacen los delatores, sino de buscar soluciones prácticas y factibles, así como políticos capaces de aplicarlas con éxito bastante. Con un planteamiento análogo, Joan Subirats proponía en estas páginas como solución una mayor personalización de la política, reduciendo para ello el partisanismo de los partidos (que realimenta circularmente la desafección de la opinión pública) e incrementando la representación mayoritaria en el sistema electoral como mecanismo técnico. No pretendo entrar en campo ajeno, discutiendo la posible reforma del sistema electoral para favorecer mayores cotas de participación política. Pero sí quiero apoyar el objetivo personalizador propuesto por Subirats (sin suscribir por ello su propuesta metodológica), profundizando algo más en su definición. Al fin y al cabo, eso mismo es, en el fondo, lo que yo vengo defendiendo con mi propuesta de profesionalizar más la polítitica, para que sus protagonistas se responsabilicen personalmente de sus actos sin escudarse en la razón de Estado, el fundamentalismo ideológico o el patriotismo de partido. Ahora bien, como hace poco reconocía Javier Pradera, la inevitable profesionalización de la política nos conduce hacia el problema de la intercambiabilidad de los políticos: igual que los buenos ejecutivos cambian de empresa ofreciéndose al mejor postor, ¿por qué no habrían de hacer lo mismo los buenos profesionales políticos, como han hecho recientemente notorios tránsfugas que están en la mente de todos?

El peligro de las soluciones personalizadoras o profesionalizadoras es que reducen el necesario pluralismo político al no valorar más diferencias entre unos y otros políticos que las puramente profesionales, instrumentales o técnicas (sustantivas, según las denomina Subirats) o las puramente personales, carismáticas o expresivas. Con lo cual volvemos a caer en el "todos los políticos son iguales": sea igual de malos o igual de buenos, técnica o moralmente hablando. Pero entonces, ¿dónde queda el necesario pluralismo político, capaz de representar la plural diversidad social? Hacen falta, en suma, criterios políticos, y no sólo personales o profesionales, para poder diferenciar entre sí a los politicos: y así poder elegir políticamente entre ellos (y no sólo personal o profesiorialmente) a ía hora de ir a las urnas a votar. Antaño estos criterios,nales respecto a los cuales poder orientarse? Esta confusión ideológica es la que desarma tanto a los partidos, que se encierran en el búnker de su partisanización (al modo de maquis nostálgicos de una lucha de clases perdida por anticipado), como a los ciudadanos, incapaces de elegir referencias políticas diferenciadas con las que poder identificarse, comprometerse y vincularse. Así, en ausencia de otro norte político, la política sólo se mueve por espúreos intereses instrumentales: sean cuales sean las personas o las ideas, o se está con el poder (gubernamental o intrapartidario) o se está con la oposición.

¿Quiere esto decir que por fin se ha cumplido a destiempo el pronóstico que formuló en 1960 Daniel Bell sobre el fin de las ideologías?. Creo que no; por el contrario, me parece que las metáforas espaciales de la contraposición entre derechas e izquierdas seguirán vigentes. Pero ya no como división entre incompatibles unidades partisanas, sino como variable bipolaridad política en cada uno de los ejes de coordenadas en que te cabe descomponer las dimensiones del espacio público de la política: el eje del grado de igualdad económica (donde el polo derecho defiende la eficiencia de la propiedad privada, y el izquierdo, la justicia de la redistribución social), el eje del grado de compromiso con la comunidad (donde el polo derecho defiende el retraimiento privado, y el izquierdo, la participación pública). En todas las dimensiones puede darse polaridad tanto diestra como siniestra, combinándose en diferentes proporciones según la posición política de cada cual, pero sin que quepa reducirlas a uniformidades partisanas, pues estas dimensiones son paradójicas, ambivalentes y contradictorias (como en otra ocasión se podrá quizá comentar). Quede aquí sólo constancia, por tanto, de que es con arreglo a estos criterios de evaluación como cabe juzgar personal y profesionalmente a los políticos, en función de la oferta política que formulen a la ciudadanía.

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Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense.

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