Balada incompleta
Lo primero que hizo Bob Berg fue mirar hacia arriba, pero no para implorar inspiración divina, como se podría suponer en un saxofonista coltraniano como él, sino para culpar a las inhóspitas luces cenitales del efecto mortecino que reinaba en todo el escenario y buena parte del patio de butacas. Como le dijeron que aquello no tenía arreglo, se enfrentó a los monitores de sonido para buscar por otro lado una comprensión que encontró sólo a medias. Berg hace bien en cuidar estos detalles porque su música actual necesita del complemento de una buena imagen que no desmerezca la de sus grabaciones.Lo que no se comprende entonces es por qué su teclista, David KIkoski, evitó un hermoso piano Stelnway, testigo mudo y seguramente avergonzado, para irse derechito hacia una insulsa pareja de ingenios electrónicos de los que extrajo sonidos mohosos y ramplones.
Bob Berg y Michel Camilo
Bob Berg Quartet y Michael Camilo Sextet. Aforo: 900 personas. Precios: 1.500, 1.800 y 2.000 pesetas. Teatro Monumental. Madrid, 14 de noviembre.
El cuarteto de Berg empezó con Either or, en el que el líder hizo un solo que le sirvió de modelo para todos los demás, y continuó con un ejercicio rítmico, ideal para ilustrar documentales sobre safaris. También hubo unabalada pop y, lo más jazzístico, una cita de Berg a Bebop de Dizzy Gillespie, que no duró más, de dos segundos, en el número final.
Bastante mejor resultó la segunda parte del pianista Michel Camilo, debido en gran parte a que su sexteto incluía dos músicos excelentes que como sección de viento no tienen precio: el saxofonista Ralph Bowen, de estilo sobrio y económico pero expresivo, y Mike Mossman, un trompetista de sonido brillante y limpio en la mejor tradición blanca de su instrumento. El primero expuso delicadamente al soprano la composición de Jaco Pastorius City of angels, y ambos hicieron magníficos solos en On the other hand, tiñendo esta pieza con poderosos matices bop.
Camilo les podría haber sacado mayor provecho, pero también quería reservar espacio para su piano, con el que demuestra una técnica sorprendente, que roza el virtuosismo. En solitario, lo tocó con una suavidad algo propensa a la ligereza y, en los extensos diálogos con los percusionistas, con energía, como si se tratara de un tambor más.
El dúo más insólito llegó en el bis final cuando Camilo pidió al bailaor Raúl, sentado entre el público, que subiera al escenario para rememorar su encuentro de dos años atrás en Nueva York. Un inesperado final para un concierto del que sobró casi toda la primera parte.
Babelia
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