Hispanoamérica irreversible
Interese o no a los españoles, inspire o no a los hispanoamericanos, el hecho es que Hispanoamérica existe y que su marcha hacia la unidad integrada y hacia una presencia de mayor impacto en el escenario mundial de las regionalizaciones es irreversible. Esto viene a ser, como nos lo dijera san Anselmo desde sus conceptos universales, " como una exigencia de su esencia".En juvenil camino que avanza ya para los cinco siglos, nosotros hemos ido' añadiendo factores, elementos y denominaciones. Todo esto suma y vigoriza, más bien que resta. Así, lo latinoamericano no resulta ni un error ni una claudicación; es el balance, por cierto y siempre en torno al meollo hispanoamericano, que incorpora a lo lusoamericano, lo galoamericano, lo anglocaribe -el mare nostrum de la epopeya descubridora- y un poco de holandés para integrar aquello de la América Latina que hoy se dispone a celebrar, como parte mayor del Nuevo Mundo, el quinto centenario del descubrimiento.
Mientras tanto, con gran buena fe y magros resultados, los latinoamericanos, después de una convulsiva etapa de inestabilidad política, hemos hecho buena letra en la plenitud de la democracia y hemos eliminado todo vestigio de Gobiernos militares y dictaduras de la región en la última década. ¿Pero con ello es que se ha hallado acaso comprensión para la deuda, para la cerrazón de los mercados y la discriminación de los precios? ¿Es que se nos ha empezado a atenuar el irnpacto de la inflación mundial o la carencia de créditos e inversiones? ¿Es que se ha pensado en serio en la propuesta que una vez formularan Henry Kissinger y la señora Jean Kirkpatrick de hacer un Plan Marshall para América Latina que habría cambiado el curso de nuestra historia?
Lo que hemos encontrado al jugarnos por la democracia es la misma deliberada indiferencia, el mirar hacía otra parte de los ricos occidentales que acaban de sufrir también los tres países bálticos que esperaban algo más que tibios comentarios de aprecio por su denodado gesto de desafiar al gigante en nombre de la libertad.
No es, desde luego, consuelo alguno el pensar que estas cosas pasan en la historia. Que los pueblos aprenden poco a poco, sobre todo unos de otros. Que los romanos, por ejemplo, estuvieron cinco siglos en Francia y los árabes ocho siglos en España. Pero no podemos creer que la España con que compartimos tres siglos de régimen colonial español y dos siglos casi de estilo alborotado, republicano en estilo hispánico, vaya ahora a darnos tratamiento de bálticos. O sea, volver la vista hacia otra parte.
Lo cierto es que, al entrar en el último decenio del siglo, en la hora de recias transformaciones mundiales, no queda sino mirar cara a cara a la realidad global y asumir nuestras respectivas responsabilidades. Por lo pronto, los hispanoamericanos a reafirmar de una vez por todas y robustecer nuestras democracias, haciéndolas eficientes y solventes, elevando tecnología y productividad, eliminando la inmoralidad, orgullosos, como nos corresponde, de ser los herederos de la civilización occidental en el mundo en desarrollo. A su vez, los españoles, pese a sus recientes amores con la novedad europea, en la cual están haciendo muy digno papel, tendrían que recapacitar en cuanto a su responsabilidad contemporánea con la América de nosotros y de ellos para ver en nuestra maciza realidad lo más significativo de su entidad histórica, porque España sin Hispanoamérica vendría a ser bastante menos España. Estamos, pues, unos y otros, a los dos lados del mar de Colón, amarrados a un común destino, siempre, en cada caso, con propios esfuerzos. Y será, ciertamente, más España y más densa su presencia en el contexto europeo si se marca en el horizonte occidental de la era de las regiones una América Latina integrada, apoyada sin retaceos por España, de efectiva envergadura, capaz de negociar con éxito sus condiciones en la escena internacional.
De esa manera podremos avanzar hacia el milenio, más tomados de la mano, arnericanos y españoles en un destino de preservación occidental. Porque hay mucho que preservar en esta hora de reto al sistema de la economía de mercado con responsabilidades sociales, que es a lo que el mundo se está comprometiendo ante el ocaso del marxismo, que, desde luego, no puede tomarse como definitivo, ni como una apertura para la indiferencia ni el comodismo, pues en política mundial jamás está dicha la última palabra. Nuevos signos indicadores aparecen en el horizonte que no son incipientes, sino cada vez más significativos, signos que vuelven urgente esta necesidad de apretar filas y congregar esfuerzos. Por todos los caminos de la actividad actual, desde la informática hasta el predominio comercial y toda la tecnología, otras gentes y otras culturas nos vienen, sobre todo de Oriente. Basta verlos en todos los centros de arte y de historia del mundo occidental, activos, eficientes, limpios, laboriosos y correctos, interesados en el misterio de nuestros valores, tomando notas, escuchando descripciones, haciendo cursos, sin destruir, sin descansar, sin discutir. Ayer, mirando apenas e imitando; hoy, mejorando, creando en escala planetaria, produciendo y comprando empresas y ciudades o las obras de arte más caras de nuestro tiempo.
Una nueva cita con el destino se anuncia para los pueblos en la hora del quinto centenario colombino. Papel primordial tiene que corresponder en esa cita a españoles e hispanoamericanos.
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