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Crítica:MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un director afectivo

Luis Aguirre (Madrid, 1950), que fue maestro asistente de la Orquesta Nacional, ha vuelto a dirigirla en un programa hispano-soviético en el que se estrenaba una nueva partitura de Román Alís (Palma de Mallorca, 1931), la que hace el número 161 de su catálogo y se titula Aria y danza. Digamos ante todo que Aguirre alcanzó un éxito fuera de lo normal y que las ovaciones después de la Quinta sinfonía de Shostakóvich no se escuchan todos los días.Y es que Aguirre es músico de gran sensibilidad, larga y plural formación y ejemplar autoexigencia. Su interpretación de Aria y danza tuvo la claridad y solidez de una versión de repertorio. En ella, Alís enfrenta la delicadeza lírica del primer trozo, replegado íntimamente incluso en el uso de la orquesta reducida a las cuerdas, con la espectacularidad de la danza, orquestada con dominio y brillantez, notas características de su autor, dentro de una estética que convierte en principio sustancial el eclecticismo. Así todo se produce con naturalidad, no es necesario pensar en pre ni en pos alguno, sino en la libertad de quien escoge sus caminos expresivos, conceptuales e idiomáticos. Ya lo escribió Falla: "Siga cada cual su gusto y sus tendencias". También se refirió al uso de fórmulas "reconocidas como de utilidad pública", pero al hacerlo pensaba en muy concretos compositores que no son de hoy, ni vienen al caso. Alís saludó con Aguirre y la ONE para recibir prolongados aplausos.

Orquesta Nacional de España

Director: L. Aguirre. Solista: G. Pauk. Obras de Alís, Prokófiev y Shostakóvich. Auditorio Nacional de Madrid, 9, 10 y 11 de noviembre.

Sobrio y expresivo

Antes que Shostakóvich aparecía en programa Sergéi Prokófiev con el Concierto para violín número 1, escrito en 1917 y estrenado seis años después. Asumió la parte solista el húngaro György Pauk (Budapest, 1936), quien desde su soberbia técnica y su pensamiento musical transparente, sobrio y expresivo, tocó Prokófiev quizá como mejor le conviene: al modo clásico, sin añadiduras ni raptos temperamentales. Con ello, la obra brilló en su entera belleza, tanto a la hora de cantar como a la del vertiginoso scherzo.En fin, la Sinfonía número 5 de Shostakóvich -en la que, a fin de cuentas y anécdotas políticas al margen, el compositor sigue siendo el que siempre fue- nos llegó meridianamente explicada por Luis Aguirre, maestro que no se deja impresionar por las enormes dimensiones de la forma, ni por ciertos toques directos de grandeza épica. Pocas veces el allegreto nos recordó su ascendencia mahleriana como ahora y en contadas ocasiones sonó tan medida, tersa e incisiva, la lírica pesimista y emocionada del largo. Escuchamos una gran interpretación, fiel, desentrañadora y afectiva, que valió a Luis Aguirre una acogida entusiasta por parte del público. En menos palabras: un éxito rotundo.

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