_
_
_
_
CAMBIOS EN EL ESTE

Albania y la sombra de Stalin

Los habitantes del Estado más remoto de Europa pierden el miedo a su sistema policial

"Cuando estoy enfermo vienen a visitarnie mis hermanos, y también mis primos, tíos, cuñados, los hermano5, de mis cuñados. Vienen a darme ánimos y me traen algo, unas galletas, una flor, un libro o una sonrisa. Somos pobres, muy, muy pobre vivimos mal, hemos sufrido mucho. Pero somos un pueblo que quiere y sabe querer a la gente; sólo odiamos a quien nos odia y a quien nos humilla". Quien dice esto es Fatmir, un obrero de 35 años que ha leído a Balzac y a Tolstol, ha aprendido italiano escuchando las emisiones de la RAI, escribe poesía cuando vuelve a casa de la fábrica y cree ante todo en "la familia, mis amigos y mi pueblo".

Más información
El 'mal ejemplo' de Kadaré

Fatmir tiene una mirada limpia una sonrisa abierta y algo carea da y, sobre todo, infinita curiosi dad y ganas de aprender.Cuando, la pasada semana, se encontró con un extranjero en un café en Tirana, su primera reac ción fue sonreír; la segunda, invi tarle a su mesa. La hospitalidad del pueblo de Fatmir es célebre desde hace siglos, tanto como su fiereza en la lucha. Pero hace aún sólo dos años Fatmir hubiera re primido su curiosidad y ganas de invitar al extranjero al pensar en la suerte de sus dos hijas pequeñas.

El abuelo de las niñas ya pasó 12 años en prisión, de 1970 a 1982, "por no saber callarse" dice Fatmir. Por aquel entonces solían llegar al país otros extranjeros. Unos eran chinos, tan po bres y maniatados como los nati vos. Otros eran jóvenes universitarios occidentales embelesados por los ejercicios intelectuales de una "pureza marxista-leninista" que Fatmir y su padre sufrían en cuerpo y alma. Hoy, el joven obrero da rienda suelta a su hos

pitalidad y pronuncia y reitera la frase que ya recorre este país: "Ya no tengo rniedo".

Valores ancestrales

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Albania, un dirninuto país en Europa y, sin embargo, remoto como ninguno. Paupérrimo, ex plotado y reprimido durante siglos por potencias extranjeras, y en las últimas cinco décadas por un comunista mesiánico de implacable fiereza, este pueblo de las montañas que se llama a sí mismo el "hijo de las águilas" mantiene despiertos a finales del siglo XX los valores de sus an cestros. Fatmir dice ser "un or gulloso hijo del pueblo albanés" Dividido por las caprichosas fronteras balcánicas, la mayoría de los albaneses vive en ese Estado exótico y anacrónico que es Albania, y que en este otoño de 1990 se prepara para deshacerse de la mordaza de una ideología aplicada con radicalidad para noica.

Albania dejará muy pronto de ser el último país estalinista del mundo, según convicción de aquellos que lo visitan estas semanas. Muchos creen que correrá la sangre. "Odiamos a quien nos humilla", insiste el obrero Fatmir. "Puné, vigjilance, kontrol, discipline" ("Trabajo, vigilancia, control y disciplina") es lo que prorriete y exige el Partido del Trabajo Albanés en sus omnipresentes pancartas sobre las fachadas de las viviendas, en carreteras, colegios, fábricas y oficinas. Poco más puede ofrecer el régimen heredero de Enver Hoxha, aquel hijo de una familia musulmana de clase media que, obsesionado con ser el guardián de las esencias del comunismo, rompó sucesivamente con Yugoslavia, la URSS y China por considerar a todos traidores "revisionistas".

Con sus 41 años en el poder, más que ningún líder comunista, con la excepción de Kim Sung, en Corea del Norte, Hoxha evitó en Albania la desestaliniz ación emprendida en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las revueltas habidas en el este de Europa con el comienzo de aquella primera revisión del estalinismo le llevaron a la convicción de que lo mejor era cortar de raíz toda opinión contraria a los dogmas, a sus dogmas.

Éstos, en cerca de 60 volúmenes, decoran todas las oficinas del país y suponen una ingente reserva de papel impreso escasamente leído. "Abdulá" llaman despeclivamente en la fábrica de Fatmir a Hoxha. La total enajenación de la realidad de que hacía gala en sus textos y discursos contrasta con la lucidez con la que fue descubriendo y liquidando a todos aquellos que ponían en duda su verdad.

Su sucesor, Ramiz Alia, ha pasado, sus cinco primeros años en el pe,der intentando compaginar una, continuidad que las 50 familias que dominan el país le exigen con la cada vez más evidente iriviabilidad del disparatado experimento ideológico realizado en la carne de tres millones de compatriotas. Ahora anuncia cambios. Los albaneses no le creen.

Fatm ir, el obrero, y Agim, un estudiarte de derecho, están de acuerde en que el régimen no sabe cambiar porque es incapaz, no quiere cambiar porque sabe que sus dirigentes habrían de compartir la miseria y cargar con las responsabilidades. Si Alia no les convence pronto, Albania podría dejar de ser una prisión llena de magnífica gente inocente para convertirse en un campo de batalla. "Aquí sí puede correr mucha sangre. Nadie lo quiere, pero la cúpula no entiende ya el mundo. En Rumania se produjo una cierta apertura en la primera fase de Ceausescu. Sólo en los últimos años fue brutal la represión. Aquí lo ha sido desde 1944", dice un intelectual en la calle sin dejar de mirar a su alrededor.

La falta de revisión política y sus resultados saltan a la vista. Es muy dificil establecer grados en semejante miseria. Es por ello ocioso comparar a los niños descalzos y plagados de pupas que se ven en los pueblos de la carretera de Tirana a Berat con los hambrientos niños rumanos bajo Ceausescu.

Es imposible esti yor delito obligar a compatriotas a vivir en un infierno como Copsa Mica, en Rumania, donde el veneno emitido por la planta química lo impregna todo, o en la Ciudad de Stalin, donde el petróleo anega aceras y fluidos químicos gotean por las fachadas de las casas. Sí recuerda al régimen del dictador rumano la costumbre de hablar en voz baja, de callar cuando alguien pasa cerca, de identificar a los policías en la calle, tiendas o tabernas.

Shkodra la primera

El 12 de agosto pasado, un personaje que como pocos ha marcado la vida de los habitantes de la bella y viejísima ciudad albanesa de Shkodra, desapareció del lugar sin dejar razón. En el lugar desde el cual un Stalin de piedra vigilaba con silencioso afecto el ir y venir de uno de los últimos pueblos que decía serle fiel no quedan hoy más que unos matorrales, y en el barro, las huellas del pedestal que ocupó más de cuatro décadas.Shkodra es la primera ciudad de Albania que se ha deshecho de su estatua de Stalin por obra y gracia de un grupo de desconocidos que la dañaron lo suficiente como para hacerla en sí misma subversiva. Una estatua de Stalin, no ya sin flores frescas, sino con la cabeza partida o el abrigo de mariscal rasgado por un hacha antisocialista deja de ser un homenaje a este supuesto genio del pensamiento y la acción y amenaza con convertirse en sugerencia para el transeúnte. El Partido del Trabajo Albanés, sección Shkodra, previa consulta con la capital, Tirana, decidió retirar los restos del camarada y proyecta instalar una estatua de arte contemporáneo. Asunto zanjado.

Sin embargo, en otras ciudades de este pequeño país balcánico en la bella costa del marAdriático, Stalin desafía a los tiempos, la historia y la acción de aviesos piquetes de demolición. En la ciudad que lleva su nombre, Qytet Stalin, su inmensa estatua se encuentra enfrente de la comisaría, lo que facilita su preservación. Su estado es excelente, sobre todo comparado con su entorno.El pasado domingo, un grupo de periodistas occidentales había logrado que el autobús que les llevaba a la pintoresca ciudad de Berat, unajoya de la arquitectura balcánica del siglo V, se desviara brevemente hacia Qytet Stalin. Ante el horror de los guías, pudieron ver en el centro de este espantoso conglomerado de bloques habitados a medio terminar, calles embarradas y tuberías y oleoductos, a varios centenares de albaneses concentrados dando unos gritos ininteligibles. "Será una manifestación", dijo uno de los extranjeros. "No, no; es un mitin celebrando la liberación de la ciudad", dijo, presa de pánico, la guía, intentando impedir que los periodistas acudieran al lugar.

En realidad se trataba de un inocentísimo partido de voleibol de dos equipos femeninos observado por varios cientos de espectadores, todos hombres.

Las Fieras campañas contra la religión supusieron la destrucción de centenares de mezquitas e iglesias y la conversión de otras en almacenes o establos, para mayor escarnio de los creyentes.

Pero la incipiente apertura no ha levantado aún la prohibición de toda actividad religiosa, y pese a que han sido excarcelados algunos de los religiosos que han pasado décadas en prisión, sigue abierto el museo del ateísmo en Shkodra, que supuestamente demuestra la inexistencia de Dios.

El régimen albanés no ha escatimado iniciativas grotescas como ésta. Los museos para fortalecer el espíritu combativo y la militancia comunista son tan numerosos como inútiles. El museo de Lenin y Stalin está en obras, pero el de Enver Hoxha se ha construido con un derroche económico que se antoja un insulto a la indigencia generalizada de la población.

Situado en la gran avenida construida por la Italia fascista en Tirana, está lleno de parafernalia estalinista, objetos personales de Hoxha e incluso una reproducción de la habitación en la que vino al mundo en Girokastra, una bellísima ciudad que milagrosamente no ha sido rebautizada con el nombre de su ilustre hijo.

Belleza y atraso

La belleza natural de Albania es espectacular y sólo comparable en sus escarpadas montañas, sus acantilados, inmensos bosques y lagos a los de las vecinas Montenegro y Bosnia. En la alta montaña la población viste aún en gran parte los bellos trajes regionales, vive aún como a principios de siglo y goza del hallarse lejos de los laboratorios de bendición social del partido.

Construcciones como la presa Luz del Partido les han afectado a estos albaneses tan poco como los miles de bunkers que por toda el territorio son testimonio de la obsesión de Hoxha por la defensa militar, fundada tanto en el temor a una invasión soviética como por los intentos aliados inmediatamente después de la guerra de crear una cabeza de puente occidental en Albania.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_