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Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Luminosidad

Hace dos temporadas el Festival de Otoño trajo a Carolyn Carlson con una pieza sombría y agobiantemente estéril, Dark, que hacía temer lo peor y donde lo único que tenia verdadero interés era ella misma. Ahora parece resurgir con una nueva obra, que si bien roza en muchos momentos el exceso, desde su pretencioso subtítulo, Un viaje iniciático en forma de espiral, hasta su extensión, que supera la hora y media, tiene también muchos y en cierto modo inesperados atractivos.Lo primero que fascina en Steppe es la casi increíble maestría en el manejo del espacio por medio de la luz, el movimiento y el decorado. La acción escénica se mezcla -no se superpone- con imágenes filmadas y el virtuosismo en la fusión de medios es tal que logra que las figuras filmadas parezcan más reales que los bailarines, con cuyos ritmos se juega, a veces a la manera del butôh japonés, para romper la sensación de realidad. La luz es esencial, por supuesto: Carlson ha hecho explícita su pretensión de reflexionar sobre la "luz interior" de cada personaje en esta obra, pero lo sorprendente es que, por momentos, lo consigue, en una sucesión de imágenes barrocas con una capacidad de sugerencia amplísima.

Compañía Carolyn Carlson

Steppe. Coreografia: Carolyn Carlson. Música. René Aubry. Dramaturgia: William Snow. Iluminacion: Peter Vos. Cine: Marlene Ionesco. Bailarines: Michele Abbondanza, Antonella Bertini, Magda Borrull, Carolyn Carlson, Laurent Danzou, Larrio Ekson, Peter Morin, Markkn Nenonen y Verena Weiss.Teatro Albémz. Madrid, 9 de noviembre.

La segunda sorpresa es la danza. Carlson parece haberse despojado al fin de esos movimientos semimecánicos y reiterativos que tanto se han devaluado desde que los introdujeron, por separado y con sentidos opuestos, Pina Bausch y los posmodernos americanos, y -ayudada por la música de René Aubry- encuentra un vocabulario fresco y recupera algo del ritual festivo de la danza, bien insertada, sobre todo en la primera parte, en el conjunto del espectáculo.

Personajes

Luego hay todo un mundo de personajes, que desfilan por la escena, se presentan con sus historias y sus conflictos y no acaba de entenderse bien quiénes son ni qué pretenden. El lenguaje aquí es distinto -más directo, dentro de la tradición expresiva-, y su aparición relaja, pero cuando en el último tercio de la obra se intenta la fusión de ambos universos, la cosa no acaba de cuajar; como si Carlson hubiera querido abarcar demasiado o, peor aún, complacer a demasiada gente a la vez. Lo que inicialmente parecía densidad, deja paso a la sospecha de afectación. Quizá sólo porque todo se alarga demasiado.

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