Como niños en pupitre nuevo
Minutos antes de empezar el congreso, militantes socialistas reparten, en el vestíbulo, rosas muy rojas para la solapa. Una mujer, llevada por su entusiasmo floral, se acerca a mí con el capullo. Advierte entonces el verde infamante de mi acreditación de reportera: "¡Arg, Prensa!", exclama; y, con hábil maniobra, me evita como quien sortea un enojoso escollo. Quiero decir con esto que andan en pie de guerra. Aprietan filas los delegados socialistas dispuestos a demostrar al mundo ingrato la unidad del cuerpo y del espíritu, la armonía interna del partido. ¿Quién habló de una batalla del aparato contra los críticos? El auténtico combate de este congreso parece ser el del PSOE contra todos los demás, y, especialmente, contra esta prensa tan cerril y tan díscola.De modo que entran todos al anfiteatro, con su rosa prendida junto al corazón y convencidos de su propia valía. En el escenario, como niños modosos, los integrantes de la ejecutiva saliente se sientan en unos pupitres de un gris posmoderno; el decorado es sobrio y elegante, muy de nuevo diseño, como si se tratara de la presentación de un perfume para hombres, por ejemplo. Empiezan los discursos, las intervenciones extranjeras: laudatorias y rutinarias. Los ejecutivos cabecean su sopor en los pupitres; como están en el escenario, se les nota muchísimo. El más zascandil es Guerra, desde luego: cuchichea, se levanta, se ríe, comenta no se qué, escribe algo. Sólo le falta sacarse una rana del bolsillo para ser el alumno más revoltoso de la escuela.
Entonces sube Cherna Crespo, de las Juventudes Socialistas, y suelta el primer discurso algo crítico, aunque bastante tópico. Y empieza el gran barullo, como cuando el maestro se ausenta por un momento de la clase: media ejecutiva sale en desbandada del escenario y los demás se ponen a charlar animadamente, o se rascan la coronilla, se estiran los calcetines, reordenan el maletín, bostezan, se atusan las patillas, se escarban una oreja con el bolígrafo. Los casi 900 delegados, en fin, hacen lo propio, y el ruido general es tan tremendo que el pobre Crespo ha de proseguir su intervención a voz en grito. Al final, suavizando su crítica, Crespo se vuelve para darle las gracias a Felipe González y, ¡cielos!, descubre que también el Presidente se ha largado, que su pupitre, a las espaldas del ponente, está vacío. Pero enseguida entra González aplaudiendo desde el foro, como un buen actor que acaba de escuchar el pie para salir a escena. Se acabaron las tonterías: ahora le toca a él.
Y él habla, en fin, durante casi dos horas, con la cabeza aparatos perdida en los altos de Europa, pero con el brío y el calor que le caracterizan. Repetidos y encendidos aplausos. Antes , hace años, estaba incluso mal visto que se aplaudiera, en los congresos, el informe de gestión de la ejecutiva: les parecía una actitud algo pelota. Pero ahora, ¡qué necesitados están de aplaudir los delegados socialistas! ¡Y qué bien, con qué entusiasmo lo hacen! Casi siente una la mimética tentación de secundarles. Y esto es sólo el principio: el domingo, en el fin de curso, cuando se repartan los diplomas a los buenos alumnos, habrá más discursos, más pupitres, más emoción y muchos más aplausos. Son como niños.
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