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Masticar estrés

Las nuevas comidas rápidas y las prisas estimulan las zonas cerebrales relacionadas con el estrés

Un estudio realizado entre adolescentes madrileños confirma que apenas dedican siete minutos al desayuno y que a la hora del almuerzo adoran las hamburguesas y aborrecen las judías, los potajes y la carne de hígado. Experiencias rez1zadas hasta ahora en animales parecen confirmar que comer a velocidad del rayo, más que nutrir, castiga el cuerpo. Y el problema no reside tanto, como sostienen los puristas, en la calidad de las llamadas comidas rápidas, sino en la pérdida de la sensación de placer que, a nivel cerebral, consigue el reposo de la mesa familiar.Wall Street, Nueva York, a las 12.30. Dos agentes de la Bolsa neoyorquina charlan en un recodo de la calle mientras apuran sendos sandwiches. Una legión de ejecutivos camina apresuradamente con pequeñas bolsas de papel marrón bajo el brazo donde quedan los restos de su almuerzo. La última parada, en el puesto de frutas lustradas que ostenta un griego frente a la entrada de las oficinas. A la una de la tarde acabó todo.La imagen ya no es exclusiva de Nueva York; se puede ver en cualquier gran ciudad española, a la hora del almuerzo, cerca de los centros que concentran oficinas y alta actividad comercial. El ritmo se reproduce igualmente y por turnos en los autoservicios de las grandes empresas. La productividad se comió la siesta.

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Ciudad Universitaria, Madrid, 16,30. Francisco Sánchez Muñiz dice llevar un día aciago. Algo se resiente en su estómago tras un almuerzo apresurado en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense. Es profesor titular de Nutrición y piensa que con el protocolo de la fast food (comer rápidamente alimentos, a su vez, preparados con rapidez), algo se queda en el camino. Como investigador deduce que estas prisas provocan a la larga una menor producción de dopamína -el neurotransmisor cerebral que estimula las áreas cerebrales de recompensa-, induciendo, por el contrario, las áreas de castigo.

Voces más combativas contra la comida rápida establecen una relación directa entre este hábito, el estrés y los comportamientos agresivos, cuando no auguran efectos desastrosos para la salud por defectos de calidad en los nutrientes utilizados. Sánchez Muñiz se muestra menos estricto. "No existe ningún alimento perfecto. Ni siquiera la leche materna", añade.

"Lo importante es consumir una dieta variada en la que cada alimento no aporte más del 25% del total de kilocalorías necesarias en una jornada", afirma Sánchez Muñiz. El riesgo de la fast food, que los norteamericanos ya empiezan a denominar fat food (comida grasienta) por sus efectos comprobados en el aumento de peso, está en pretender alimentarse sólo con ella.En el origen de las nuevas costumbres se combinan una serie de cambios sociales, relacionados con la incorporación de la mujer al trabajo y el aumento de lacalidad de vida, e intuidos rápidamente por los reyes norte americanos de la hamburguesa y el pollo frito. Gracias a ellos, y a pesar de sus detractores, las delicias de la fastfood y de la convenie, ice food (sopas instantáneas pastas precocinadas, etcétera) han conseguido desbancar a la olla familiar en muchos hogaresEl trabajo desarrollado en 1986 por la doctora Mara González sobre una muestra de más de 500 adolescentes madrileños entre los 14 y los 18 años reveló que entre sus preferencias alimentarias se encuentran las pastas, los filetes y la paella, mientras las legumbres, verduras y vísceras figuran entre sus más enconadas aversiones.Hamburguesas y perritos

En general pertenecían a familias de cuatro o cinco miembros, en el 35% de las cuales la madre trabajaba fuera del hogar. Por término medio dedicaban 7 minutos a ccnsumir el desayuno, 25 al almuerzo y 25 a la cena, la única cornida del día que conseguía reurtir al 77% de la familia.

El sabor resultó ser la característiza predominante que les induje a consumir hamburguesas, -el alimento más popular entre los encuestados-, seguido en preferencias por los perritos calientes, las patatas fritas con ketchul, y las crépes. También las modas y la publicidad que promete, un cuerpo escultural, apunta la doctora González. Los expertos coinciden en que parte del éxito de lasfastfoods radica precisamente en su sabor, un elemento aún no demasiado definido por la ciencia que interacciona con el paladar humano, explica Mara González. "Lo único que se sabe es que los alimentos para que sean apreciados deben tener un mínimo de componente graso", dice y resalta la importancia de este matiz en la preparación de comidas para niños o enfermos hospitalizados.

Sin pretender hacer un cántico de los nuevos alimentos, un estudio de la Fundación Española de Nutrición demuestra, sin embargo, la falsedad de algunas creencias al respecto. "Otro de los inconvenientes que se han señalado en las hamburguesas es su gran contenido en colesterol. Puede asegurarse que no son peores que chorizos, salchichones, jamones, quesos, sobrasadas o mantequillas, y, sin embargo, estos alimentos no tienen tan mala prensa", aseguran los autores del trabajo.

Las nuevas generaciones se preparan para saborear las comidas rápidas. Basta comprobar cómo los más pequeños devoran toda la gama de concentrados lácteos que ofrece el mercado. "Nutritivamente no son malos", insiste Sánchez Muñiz, lo que pasa es que los padres pretenden sustituirlos por el alimento que rechaza el niño en la creencia de que,, por lo menos, ha comido algo". El peligro está en el consumo excesivo de grasas y azúcares refinados que, según confirman estudios recientes, sólo aportan riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares a largo plazo.

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