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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate del clima

ANTIGUAMENTE SE recurría al tiempo atmosférico como tema de conversación intrascendente y educado. Hoy el clima global del planeta, no para la próxima estación sino el de las próximas décadas o siglos, sustituye al tiempo; la intrascendencia ha dado paso a una honda preocupación y la conversación se ha convertido en un debate permanente y apasionado del que la II Conferencia Mundial sobre el Clima, celebrada en Ginebra, es su más reciente ejemplo.En realidad, hay dos debates: uno científico y otro político. Los científicos intentan comprender la relación entre la actividad humana y los cambios climáticos que puedan comprometer irreversiblemente el delicado equilibrio que hace posible la vida sobre la Tierra. Parece comprobado que la temperatura media del planeta ha aumentado en, aproximadamente, medio grado centígrado durante los últimos 130 años. No es mucho, pero podría ser el principio de un calentamiento más severo, con consecuencias graves. Por otro lado, la concentración en la atmósfera de los llamados gases de invernadero, especialmente el anhídrido carbónico, el metano y los halocarburos, ha aumentado considerablemente en ese mismo periodo por el uso de combustibles como fuente de energía, la ganadería intensiva y otras actividades humanas.

La dificultad surge al tratar de correlacionar ambas evidencias con objeto de hacer predicciones útiles. Pues el clima también cambia por causas naturales y no es posible, por ahora, estimar qué parte del calentamiento observado responde a la acción del hombre y qué parte al propio cambio :natural. Además, la Tierra es un sistema tan sumamente complejo, en el que interaccionan los océanos, la atmósfera, los bosques, la actividad solar, etcétera, que estamos muy lejos de comprender cuáles son las alteraciones que podrían precipitar la ruptura del equilibrio. En todo caso, es cuando menos verosímil que el abuso de nuestra atmósfera provocará cambios climáticos de cierta consideración en el futuro; pero una mejor y más fiable comprensión del fenómeno está aún lejos.

El debate político es otro, aunque está relacionado con el científico. Se buscan respuestas claras a preguntas que hoy por hoy no las tienen. Por otra parte, es necesario tomar medidas preventivas que no pueden esperar a que todas las incógnitas se despejen por completo. Medidas que pueden ser, por otra parte, de gran envergadura social y económica, ya que afectan en primer lugar a la política energética, con especial énfasis en el ahorro y la diversificación. Entiéndase, el ahorro energético sólo puede considerarse referido a los países industrializados, es decir, una minoría; la mayoría de los habitantes del planeta necesitan más energía para llegar a un nivel mínimo de bienestar. Y afecta también a la reforestación, la modificación de las prácticas agrícolas, la eliminación de productos nocivos como los halocarburos y, necesariamente, a la política demográfica a escala planetaria. Es en esta dirección donde deben enmarcarse las conclusiones restrictivas propuestas en Ginebra por los científicos, a la espera de las decisiones políticas.

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Como se ve, todo un espectro de problemas de la mayor trascendencia. Y lo extraordinario del caso es que se debe empezar a actuar cuando aún estamos a tiempo, es decir, antes de que los eventuales cambios climáticos de entidad se manifiesten. Si se espera demasiado puede que tengamos que afrontar la imposible e inacabable tarea de recuperar un equilibrio que la Tierra sola hubiera podido mantener si hubiéramos procedido de modo más inteligente y menos abusivo.

Conviene, pues, ir llegando a Acuerdos progresivos que profundicen en políticas y tecnologías sensatas y económicas, que se apoyen cada vez más en la ciencia, pues la perspectiva científica es básica como instrumento de progreso en tesituras de este tipo y no el reaccionario le irreal retorno a la naturaleza. Sin forzarnos nosotros mismos a actuaciones que pudieran ser irreflexivas al carecer de un fundamento mínimamente sólido y sin caer en la práctica masoquista de imaginar espeluznantes visiones sobre cómo será la Tierra dentro de un siglo en extremas e improbables condiciones. Tan insensato es caer en excesos apocalípticos como ignorar la enorme importancia del problema y hacer la política del avestruz.

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