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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Europesimismo?

LA CUMBRE extraordinaria de la CE celebrada en Roma a lo largo del pasado fin de semana ha demostrado que, al igual que esta ciudad no se construyó en un día, Europa no es cosa de una década. Contrariamente a lo que esperan los optimistas irracionales, 1990 no concluirá con una decisión definitiva sobre la configuración final del continente antes del fin de siglo. Para ser óptima, la unidad no tiene por que ser rápida. Por ello, no hay lugar para el pesimismo si se considera cuánto ha avanzado la construcción comunitaria desde el final de la II Guerra Mundial.A medida que progresan los esfuerzos se decantan tres posiciones bien definidas: la del Reino Unido, siempre dispuesta a rechazar los esfuerzos comunitarios de limitación de las soberanías nacionales; la de los restantes 11 socios, que parecen moverse con mayor pragmatismo respecto del objetivo final, y la de la Comisión, encabezada por su presidente, el zar Jacques Delors, que querría concentrar todos los poderes ejecutivos sin haber pasado previamente por la

confirmación de las urnas. Las tres posturas se mueven constantemente entre la retórica y la realidad. Como dice Timothy Garton Ash, en la construcción europea la tensión siempre gira en torno a si se rebaja la retórica al nivel de la realidad (como pretende Thatcher) o si se eleva la realidad al nivel de la retórica (como a veces quieren los otros 11 miembros). La cumbre extraordinaria de Roma debía preparar las dos conferencias comunitarias que se celebrarán a mediados de diciembre, también en la capital italiana, para seguir adelante con las uniones política y económica de Europa. Poco se ha avanzado en el primer aspecto; poco puede avanzarse. La unidad política se mueve en el dificil equilibrio de construir un único país, exigiendo para ello a sus 12 miembros la renuncia a determinados aspectos de su soberanía, sin por ello imponer nuevas y distintas restricciones supranacionales a unos ciudadanos que no tienen por qué sufrirlas. Una lectura proeuropea indicaría que el camino político escogido es el correcto: empezar por definir a Europa frente a los demás. Y aunque las dificultades estén siendo considerables, el intento de elaborar una política exterior común es ciertamente meritorio. Consiste en armonizar la acción exterior de cada miembro con la que debe esperarse de la cooperación política. No siempre con éxito, claro está, como ha ocurrido con la crisis del Golfo, en relación con la cual la posición europea ha sido titubeante en algunos momentos concretos.

No hay política exterior común sin política común de seguridad. En este punto, los esfuerzos unionistas son embrionarios, y así se ha puesto de manifiesto en Roma: para el Reino Unido y Dinamarca no existe posibilidad de ligar a ambas, porque ello equivaldría a disminuir el anclaje norteamericano de la OTAN; para Irlanda, que no es miembro del tratado defensivo, la neutralidad tripide tratar cuestiones de seguridad en el marco, de la cooperación política; otros tienen poca fe en la europeización de la defensa colectiva. La respuesta estará, sin duda, en la elaboración de un esquema de seguridad comunitaria -más amplio que el de la UEO-, unido a EE UU por un tratado que no tiene por qué ser menos sólido que el previsto por el marco atlantista. Es la posición española.

Paradójicamente, las mayores concreciones de la cumbre romana han ocurrido en torno al complicado tema de la unión económica, y específicamente en el de la moneda única. Con la aguerrida oposición de Margaret Thatcher a la eliminación de monedas nacionales o al establecimiento de autoridades monetarias comunes, se estableció proponer que la segunda fase de la unión -creación de un banco central europeo- arranque en 1994 y tenga una duración variable. Esta idea de retrasar el comienzo de la segunda fase -originariamente española, pero hecha viable por el apoyo alemán- facilita que no se produzcan uniones a dos o tres velocidades y que se avance en la unión europea sin tener que recurrir a presiones contra natura. En definitiva, no parece que la cumbre de Roma deba estimular el europesimismo.

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