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FESTIVAL DE OTOÑO

Belleza domesticada

El título Sur le champ juega con la ambigüedad de la expresión idiomática (Ahora mismo, Sobre la marcha, o incluso Ya) y el sentido literal de la palabra campo, quizá también en su doble acepción de ámbito de trabajo y campo rural. Algo de todo eso se refleja en la pieza de Mathilde Monnier, primera aventura de coproducción en danza contemporánea del Festival de Otoño y que al menos en sus fases inicia les, fue concebida y preparada en Madrid en primavera. El telón de hojas -que pueblan también el suelo-, los tocados de sabor vagamente indígena, algunos aproximativos aparejos de labranza, una cabeza de ciervo- sugieren una cierta idea de ruralidad exótica, mientras que el escaso grado de elaboración del movimiento de danza en esta pieza puede indicar que al menos algunas partes se han trabajado en base a la improvisacion, sobre la marcha.Hay que reconocer -no sin pena- que estamos lejos de los destellos de brillantez coreográfica y personalísima imaginación del anterior trabajo de Monnier presentado en el Festival hace dos años, No veo a la mujer escondida en el bosque, y cuyo éxito indujo seguramente a los responsables a proponerle esta colaboración. Sur le champ es una producción de equipo, muy pulcra, basada sobre todo en el preciosismo de las imágenes congeladas -logradas a base de efectos de luz, de una gestualidad que tiende al estatismo y de una banda sonora que usa mucho el silencio-, cuya capacidad de sugerencia poética se va agotando en la hora y algo que dura. El movimiento de los cuerpos no levanta el vuelo, ni en el sentido liberal de apropiarse del espacio escénico ni en el metafórico de crear un universo propio de danza. En cambio, el decorado y la luz sí tienen, en algunos momentos movilidad además de belleza.

De Hexe-Mathilde Monnier

Sur le champ. Coreografía y dirección artística: Mathilde Monnier. Escenograria: Annie Tolleter. Diseño luces: Erie Wurtz. Creación banda sonora: Cristophe Sechet. Bailarines: Iñaki Azpillaga, Susana Casenave, Germana Civera, Laurence Levasseur, Joel Luecht, Ana Rodríguez y Christian Trouillas. Teatro Albéniz. Madrid, jueves 18 de octubre.

Se hacen juegos de mimo -los bailarines amordazan a las bailarinas, luego las dejan, pero ellas continúan moviéndose como si la fuerza que las dominaba no hubiera cesado- y se establecen conatos de relaciones; se utilizan objetos -cedazos de distintos tamaños, largas varas metálicas- para variar, quizá cribar, el movimiento, siempre hecho de frases cortas, reiterativas, con escaso desplazamiento. Hay momentos de esperanza en que parece que se va a jugar con los ritmos o las presencias de los bailarines -entre ellos cuatro españoles: Iñaki Azpillaga, Susana Casenave, Germana Civera y Ana Rodríguez-, pero se agotan enseguida, sin apurarlos.

No hay lógica aparente en la sucesión de las escenas ni se intuye una idea dominante -aunque al final quizá se sugiere un conato de contraataque de las mujeres, que han dejado de ser objetos, imágenes-, pero tampoco hay la irracionalidad corrosiva que da fuerza a las imágenes de Tina Bausch o de Martha Clark -por citar dos ejemplos de danza-teatro cercanos-, ni se ven más que apuntes del ingenio travieso y de los destellos de brillantez coreográfica de los tra bajos anteriores de Monnier Aquí todo es bello y posado, de buen tono, sin estridencias, como un regalo navideño de empresa envuelto en papel de diseño y produce aproximadamente la misma emoción.

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