¿El fin del marxismo?
Después de la caída del Este, el marxismo parece olvidado. Apenas se acuerda nadie de él. Nuestro PSOE lo abandonó hace unos años, y no queda en su seno sino algún extraño convencido, como lo fue Tierno Galván. Los filósofos miran esta corriente de pensamiento y acción como algo que ya pasó: tuvo su crecimiento, su momento álgido, su decadencia y su muerte, como los organismos vivos.La experiencia tan negativa de los países del Este, cada vez mejor conocida tras la caída del muro de Berlín, ha sido su golpe de gracia. Pero yo me pregunto si las cosas están tan claras como aparecen a primera vista. Al menos ésta era la cuestión que yo me planteaba con motivo de la visita, a España de un testigo de excepción. Testigo que, salvo en su intervención en el X Congreso de Teología, ha pasado inadvertido en nuestro país.
El profesor Forbelski es ese testigo: un erudito del castellano y de nuestro pensamiento; también un buen conocedor de todo lo que ha pasado en Europa en estos años, que han abocado al gran cambio del que somos asombrados testigos. Vivió las cuatro fases de la Europa de estos años, y las vivió en su propia carne.. Primero, el capitalismo anterior a la guerra mundial; después, el comunismo, con su apertura hacia la llamada Primavera de Praga; más tarde, la invasión ruso-germana, y vuelta a la cruel disciplina soviética, y, por fin, la distensión y el viraje redical hacia el Oeste.
Un hombre equilibrado como él no pudo estar de acuerdo con la antigua experiencia capitalista en Checoslovaquia; tuvo su ilusión con el socialismo de rostro humano de Dubcek; fue perseguido y acosado por el comunismo posterior, lleno de suspicacias contra todo humanismo y toda libertad de pensamiento, y ahora teme la entrada del neoliberalismo capitalista europeo, con sus despiadadas luchas competitivas inhumanas.
En una palabra, se encuentra perplejo y expectante ante el futuro de su país y de toda la Europa del Este.
Por eso yo me pregunto: ¿como cayó el comunismo y cuál fue la causa fundamental de su desmoronamiento? ¿Y hasta qué punto ha de desaparecer todo marxismo?
A la primera pregunta, yo, que soy un convencido de la fuerza de la no violencia, he de contestar que el poder que derrocó a la dictadura en esos países fue el afán popular de libertad; el anhelo de sentirse libres fue más fuerte que todas las cadenas que habían aherrojado a aquellos pueblos, y rompió con ellas. La historia ha demostrado una vez más que a la larga "no hay nada más débil que el agua, pero nada la supera, en vencer lo áspero", como señaló el más grande pensador de la humanidad, Lao-Tse. Ya que la conquista por la, sola fuerza de las armas produce una engañosa victoria: esa conquista por la fuerza termina por volverse contra ella misma, según observó también el filósofo chino. Nosotros vivimos con la falaz conquista guerrera del franquismo. La coacción armada ejercida ahora por Rusia y sus acólitos fue vencida por la tenacidad del pueblo amante de la libertad; como nos pasó a nosotros.
Pero el marxismo ¿tiene que desaparecer totalmente porque fue el único culpable de lo que allí ocurrió?
Lo malo del marxismo fueron los marxistas. Por eso Marx, ante las exageraciones y dogmatismos de sus seguidores, les advirtió que él no era marxista, porque eso era divinizar su enseñanza y convertirla en lo contrario de lo que pretendía: era hacerla un rígido dogma. Pero sus discípulos no aprendieron la lección: absolutizaron sus ideas y no supieron seguir su flexible método de pensar, el de la praxis o confluencia de idea y acción, sin dejarse llevar sólo por una de ellas, sino acoplando la idea a la acción y la acción a la idea, en una espiral de constantes rectificaciones realistas.
Henri Lefebvre, el mejor pensador de Marx, descubrió los dos males que han producido todos los demás en el Este: olvidar que el marxismo debe ser un ideal sin idealismo, y no una trágica utopía que olvide al hombre concreto, y que eligió al proletariado sólo como fuerza eficaz de cambio, ya que "se interesó en él, no en cuanto es débil ni ignorante ni condenado a la inhumanidad, sino en ser una fuerza". El comunismo real sucumbió a esa equivocación, olvidando que el proletariado es algo más que una fuerza, y por eso merece ser tratado como algo más que ella, porque el hombre no es un medio, sino un fin que sufre las mayores injusticias sociales por no respetarlo bastante. El precepto de Kant, de tratar a todo hombre como un fin fue dramáticamente desconocido.
Sin embargo, Marx defendió, como elemento básico de su crítica social, la observación de Aristóteles y santo, Tomás: "El hombre no tiene acceso a las cosas del espíritu si antes no se ha redimido de las preocupaciones cotidianas por la subsistencia material indispensable" (Delfgaauw, El joven Marx). Y pensó que para ello había que superar las estructuras injustas de la sociedad construida por el capitalismo y no dejarlas nunca a la lucha desigual del débil contra el poderoso.
También descubrió que la realidad es dinámica y, en particular, el hombre es un ser en devenir, que la ciencia debe decirnos cómo desarrollar, y no las recetas interesadas, por su afán de dominio, tanto de los dirigentes sociales como de los políticos o religiosos. Fue un convencido de la evolución, como su discípulo Engels, pero les faltó a ambos el conocimiento científico y, la perspicacia de otro revolucionario: Piotr Kropotkin. Que descubrió lo que las más diversas ciencias han desvelado claramente hoy: que la evolución positiva se produce por la cooperación, y no por la agresión. Actualmente son Opler o Julián Huxley o Ashley Montagu quienes lo han demostrado sin lugar a dudas.
El egoísmo, la lucha competitiva despiadada, el afán sin límite de dinero y poder, la fuerza de lo mecánico que idolatra la cantidad y no prefiere la calidad, la sustitución del hombre por un robot deshumanizado, son los males que ambas civilizaciones -la comunista y la capitalista-, usando medios muy distintos, abocan a lo mismo: al olvido del hombre; y, si queremos superar sus males, hemos de recuperar algunos de los valores antes aludidos, que vislumbró Marx a pesar de sus seguidores, para construir una sociedad distinta de la que sus continuadores hicieron, sin olvidar -como él olvidó- el valor libertad que Occidente predicó, pero sin tener en cuenta que la libertad no es un automatismo inscrito en el hombre, sino una necesidad de liberación de ataduras, coacciones y esclavitudes ejercidas por los poderosos, que se valen de ella para explotar injustamente a la gran mayoría, sea la de los países del Tercer Mundo o los preferidos del mundo desarrollado, que son ese tercio de marginados de nuestra sociedad capitalista tan alabada, para que egoístamente vivan bien los otros dos tercios.
es teólogo.
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