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Despidiendo a los bárbaros

Fernando Savater

A finales de agosto tuvo lugar en México, D. F., un encuentro de intelectuales organizado por Octavio Paz, cuya conclusión fue particularmente sonada a causa de unas polémicas declaraciones de Mario Vargas Llosa sobre el PRI. No conozco en detalle lo que allí se debatió, pues sólo he leído las reseñas de prensa al respecto. Pero en estas mismas reseñas había ya bastantes cosas sabrosas y que me suscitaron reflexiones. Durante el encuentro celebrado a mediados de septiembre en Verines entre ensayistas de nuestro Estado tuve ocasión de comunicarlas a los amigos allí reunidos y de discutirlas con ellos. Lo que sigue es el precipitado de mi posición en tal coloquio.En las mencionadas reseñas se dijo reiteradamente que los intelectuales reunidos en México eran en su mayoría "partidarios del mercado". Por lo general, esta calificación sonaba a derogatoria: un poco como si dijese que eran simpatizantes de la tortura o del tráfico de armas. Y yo me pregunto: ¿conocen ustedes muchos intelectuales que explícita y razonadamente no sean hoy partidarios del mercado? No me refiero a que señalen las insuficiencias del mercado, sus contradicciones o injusticias fácticas, sino a que sean favorables a otra cosa que no sea el mercado, la economía de mercado (sea en su versión neoliberal dura, liberal clásica, socialdemócrata o como fuere). Si los hay, que den un paso al frente.

Dejemos de lado a los intelectuales, cuya importancia es más bien retórica, y su interés, aleatorio. Vamos a la gente importante de verdad, a los políticos. ¿Tenemos muchos políticos que se declaren contrarios a la economía de mercado? ¿Que explícitamente rechacen la mejora de su gestión, sea hacia lo competitivo o hacia lo igualitario, y propongan abolirla? Después de todo, en eso precisamente consistía el marxismo, no sé si se acuerdan: Marx definió el interés común de los asalariados no dentro del sistema actual, sino contra él. Pidió la destrucción del régimen salarial, no su reforma. ¿Algún político actual del espectro parlamentario comparte tal criterio y lo convierte en programa electoral? Si lo hiciese no duraría mucho en el Parlamento; nótese: en ningún Parlamento. Una cosa es objetar contra tal o cual aspecto del mercado y otra muy distinta presentar una enmienda a la totalidad y proponer una alternativa creíble. Y si los políticos y quienes les elegimos pensamos así, ¿por qué son tan especialmente despreciables los intelectuales partidarios del mercado?

Una aparente excepción ental consenso: los teólogos, a juzgar por los que se reunieron no hace mucho en Madrid bajo el sorprendente dilema "Dios o el dinero" (un eco, supongo que involuntario, del weberiano "o Dios o la sociedad"). Allí se nos informó de que la extensión del capitalismo total al mundo entero supondría todo tipo de estragos y esclavitudes. Lo importante, claro está, sería aclarar qué se entiende por total. ¿Un capitalismo extremadamente neoliberal, que aboliese toda intervención reguladora y redistributiva del Estado, o cualquier capitalismo implantado a escala mundial? En este último caso, el capitalismo queda decretado ', intrínsecamente perverso", o, como dijo el padre Díez Alegría con más discreción, "moralmente cuestionable". No sé si a los señores allí reunidos se les ocurrió plantearse que el Dios de la teología cristiana es moralmente mucho más cuestionable que el capitalismo, el dinero o cualquier otra invención humana... En todo caso, aseguraron que el socialismo aún conserva intacto su potencial utópico porque no ha sido realizado todavía en ninguna parte. Nueva pregunta: ¿qué socialismo? No serán los socialismos democráticos que conocemos en Europa, pues éstos no son sino una forma más cuerda de gestionar el odioso capitalismo; supongo que tampoco se referirán al socialismo real, liquidado por derribo casi en todas partes y bastante cuestionable a cualquier nivel allí donde dura (Cuba, China). ¿Se referirán al proyecto puro de Marx, traicionado por quienes intentaron ponerlo en práctica como Cristo por las Iglesias? Pero seguro que Marx, que era un materialista serio, hubiese preferido ser hoy un científico desmentido en parte por la experiencia social que un utopista de esos que él detestaba, bueno sólo para consolar a teólogos y charlatanes. No se puede ser un pensador histórico y reclamarse juntamente de lo aún no venido...

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Entre los intelectuales, y también entre quienes les leen o escuchan, parece ir cundiendo una cierta nostalgia del ya fenecido equilibrio del terror entre los dos bloques. La disolución parcial del imperio comunista ha dejado al vencedor sin referencia polémica, como desamparado frente a sí mismo. Busca adversarios morales contra los que ejercerse, emprende cruzadas de dudosa legitimidad, boxea contra el aire. Naturalmente, los carcas del comunismo (que abundan entre quienes no se sabe qué muestra mejor su resentimiento, si el clásico antiamericanismo de toda la vida o su antisocialismo, por considerar a los socialistas indebidos beneficiarios del revolcón marxista) añoran la potencia estalinista -ellos dicen que no el estalinismo en sí como contrapeso del expansionismo triunfal de los yanquis. Pero también los liberales, como suele verse en este tipo de coloquios sobre los países del Este, parecen echar de menos a los comisarios desaparecidos en vista del empeño que ponen en denostarlos y alancear con impunidad mezclada de nostalgia al moro comunista fallecido. En ambos casos la situación recuerda un poco la cantada por Kavafis en su conocido poema Los bárbaros,. La constatación de que estos útiles adversarios definitivamente ya no vendrán ni a invadirnos ni a rescatarnos parece haber causado cierta sensación de orfandad. Porque esos bárbaros eran, pese a todo, una cierta solución para distraernos de lo que realmente debiera preocuparnos a nuestro alrededor...

Los superficialmente ecuánimes deploran la desaparición de uno de los imperialismos porque consideran que la expansión irrestricta de cualquiera de ellos es igualmente indeseable. No es cierto: el problema que planteaban uno y otro era fundamentalmente diferente. En el caso del bloque leninista, lo malo hubiera sido su expansión universal; en el caso del

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F. Savater es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.

Despidiendo a los bárbaros

Viene de la página anteriorimperialismo democrático-liberal, lo malo será que no sepan o renuncien a expandirse universalmente. Lo malo de los rusos era que impusieran en todas partes su doctrina; lo malo de los yanquis es que se la guarden para ellos y no hagan nada por aplicarla a los demás. ¿Es una versalizable la economía de mercado y, por tanto, la democracia liberal de los derechos humanos? ¿O debe necesaria mente basarse en la exclusión tanto económica como política de una mayoría? Afirmar esto último y, por tanto, negar lo primero es uno de los dos postulados básicos del marxismo mágico, que oculta su nombre y así sobrevive al desastre del marxismo científico (el otro es el reciclaje victimista del proletario alienado en consumidor alienado por la misma maquinaria del sistema). Pero asegurar que ningún tipo de capitalismo democrático es universalizable resulta tan convincente como jurar que ningún objeto más pesado que el aire puede volar: depende de la propulsión y del diseño que se le dé.

El resultado de despedir por fin a los bárbaros, a esa falsa alternativa colectivista a la modernidad industrial y política consecuente, no tiene por qué equivaler a la beatitud autocomplaciente. Por el contrario, ahora constatamos que casi todo está por hacer: el establecimiento de una autoridad internacional efectiva que imposibilite las grandes guerras y vigile en todas partes el respeto a los derechos humanos, el plan de ayuda económica a gran escala a los países subdesarrollados, el reforzamiento de los lazos de afiliación interpersonales basados en la participación y no en la pertenencia, la defensa de la libertad responsable de los individuos frente al paternalismo puritano de inspiración religiosa o científica, etcétera. .. No es, ni mucho menos, automático que lo deseable vaya a triunfar y hay serios indicios de lo contrario, por lo que el optimismo beato sólo es propio de imbéciles. A la capacidad de crítica y reforma de los intelectuales no les va a faltar, sin duda, terreno en el que ejercerse. Y el lenguaje teórico apropiado para la nueva situación está aún por inventar...

En esta tarea, los intelectuales menos prejuiciosos tropezarán, sin duda, con los rezagados de uno u otro signo del ancien régime. Si contrajeron tiempo atrás el hábito de pensar y no renuncian a seguir ejerciéndolo, se les acusará de traición e inconsecuencia: "Hace un rato decía usted que era de noche y ahora nos viene con que es de día..., ¡menudo chaquetero!". ¿Cómo explicar a quien debe ser radical de periódico para llegar a fin de mes que la rotación del globo terráqueo también es un proceso revolucionario?

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