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FERIA DE OTOÑO

La ley del toro

El toro tiene su ley y tiene su corazoncito. Cuando un toro abandona las tinieblas del chiquero y pisa la candente, nunca se sabe lo que va a pasar. Sobre todo, si el toro es toro. Entendámonos: hay toros muy poco toros, como hay hombres muy poco varoniles y mujeres muy poco femeninas. No es por criticar, que cada cual puede hacer de su capa un sayo -los toros también-, pero para la fiesta quieren los aficionados que salga el toro-toro; ese que tiene su corazoncito, y su ley, y si puede, va y la impone.Es sabido de la afición que no todo cuanto abandona las tinieblas del chiquero y pisa la candente es toro-toro. Basta con mirarle: un toro-toro es, por ejemplo, lo que hubo el domingo en Las Ventas. Otras veces, ni siquiera hace falta entrar en la plaza pues con ver el cartel, está uno al cabo de la calle. Si anuncia cualquiera de las figuras que han cumplido la temporada de cabo a rabo en loor de multitud, seguro que el toro-toro no saldrá jamás En cambio, si anuncia toreros no tan figuras, puede salir. En Madrid, por lo menos.

Garrido/ Paula, Esplá Ponce

Cinco toros de Diego Garrido, de gran trapío, fuertes (excepto 12), broncos. Rafael de Paula: tres pinchazos escandalosamente bajos huyendo, rueda de peones, intenta descabellar pero no se decide -primer aviso, con retraso-, continúa el intento -segundo aviso- y se acuesta el toro (gran bronca); medía estocada tendida y rueda de peones (bronca). Luis Francisco Esplá: seis pinchazos, estocada corta ladeada y rueda de peones (silencio); estocada corta y rueda de peones (fuerte ovación y también pitos cuando sale a los medios). Enrique Ponce, que confirmó la alternativa: pinchazo -aviso-,-nuevo pinchazo, otro hondo y tres descabeflos (ovación y salida al tercio); pinchazo, rueda de peones y estocada (larga ovación y saludos). Plaza de Las Ventas, 30 de septiembre. Cuarta corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Luis Francisco Esplá sabía que la corrida no iba a embestir

Y una vez el toro-toro en el ruedo, es cuando los aficionados se plantean la cuestión capital de quién merece más el título de torero: aquel que lidia el toro-toro, allá penas si fracasa, o aquel que cumple la temporada de cabo a rabo en loor de multitud, sin haber visto un toro-toro ni en fotografía. El problema quizá no tenga arreglo: toda la historia de la fiesta llevan los aficionados discutiéndolo y aún no han podido llegar a un acuerdo.

A ver quién es el guapo -por ejemplo- que se atreve a defender la torería de Rafael de Paula en esta corrida, después de lo que hizo. ¿Qué hizo? Nada. Bueno, tampoco es eso: dió dos verónicas gitanas, un ayudado cañí, varias docenas de mantazos payos, tres puñalás traperas y cuando cogió la de descabellar, no se atrevía a pegar el golpe, por si acaso. Y, sin embargo, sus toros eran toros-toros; más bien eran toros-toros-torazos, con poderío, con romana, con unos pitones de abrigo, y para que no les faltara de nada, con ganas de camorra.

A excepción del primero, todos fueron duros de pezuña y torearles tuvo un mérito enorme. Más mérito, todavía, si los diestros intentaban torearles por lo fino. Enrique Ponce lo intentó, y hasta lo consiguió, en el torazo cte confirmación de alternativa. El sabor añejo del toreo bueno dejaron en los paladares sensibles sus muletazos iniciales, aquellas trincherillas, aquel hermosísimo cambio de mano; luego los redondos con la suerte en cargazón, y los ayudados postreros, aunque abusó de ellos y acabó tirando por los suelos al toro blando.

Esplá hizo un gran quite al picador que cayó al descubierto ante el poderoso segundo, lidió empleando amplio repertorio de lances, ejecutados con armonía y depurada técnica, prendió al quinto toro dos soberanos pares de banderillas, y pese a que ese toro derrotaba peligrosamente, ciñó su embestida bronca por los dos pitones. Al manso Murteira, le aliñó y ni siquiera le quiso banderillear. Ponce cuajó buenos ayudados y porfió valiente al sexto, que era un cinqueño pasado, reservón y de mal estilo. No fue una corrida triunfal, por supuesto, pero a nadie defraudó, porque tuvo el interés y la emoción que se producen cuando pisan la candente el toro-toro, con su ley, y el torero-torero, con la suya. O sea, una rareza de la vida.

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