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LA CRISIS DEL GOLFO

Los inmigrantes, 'encerrados' sin pasaporte en Arabia Saudí

ENVIADO ESPECIAL La vida cotidiana de los extranjeros residentes en Arabia Saudí -se les llama expatriados- está sujeta a numerosas restricciones. La más inquietante en estos momentos de crisis es la de la incautación legal de los pasaportes que efectúan los patronos dentro de las 48 horas de la llegada del inmigrante. Estos pasaportes permanecerán en poder del patrón durante todo el tiempo que dure el contrato de trabajo. Las excepciones a. esta norma son muy limitadas.

"Mi secretario, un filipino llamado Rolly Ferrer, está angustiado al pensar que en la misma empresa para la que trabajamos hay más de 4.000 empleados, desprovistos, naturalmente, de sus pasaportes. Estos pasaportes los guarda un saudí en una oficina; aunque yo le diga que existe un plan de evacuación, él sigue insistiendo en que será un auténtico caos y quedarán atrapados", dice Miguel Sánchez, director general de una empresa saudí anglo-americana.

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Miguel Sánchez nació hace 44 años en el puerto de Sagunto (Valencia) y lleva más de seis viviendo en Arabia Saudí. Es ingeniero industrial, está casado y tiene una hija. Se encuentra entre los privilegiados en posesión de su pasaporte con visados de entrada múltiple. Sin embargo, para desplazarse de Dahran a cualquier otra ciudad, incluso en la misma provincia del este, Sánchez necesita autorización de sus superiores, legalizada por el Ministerio del Interior. "Si la policía te pilla sin ese permiso vas directamente a la cárcel", explica Sánchez.

Problemas por todo

Cualquier cosa puede crear problemas. "Estamos en el año 1409 del calendario musulmán. Los meses lunares son diferentes de los meses del calendario cristiano en el número de días. El pasado 17 de septiembre me deportaron. Volvía de Atenas y mi visado era válido hasta el 27 de este mes, pero la policía del aeropuerto no lo vio así. Dijeron que según el calendario musulmán el visado había expirado el día 15. De malos modos me querían meter en un avión con destino a Grecia. Me opuse. Hablé con el consulado español y también con mi empresa. Finalmente logré que solamente me deportaran a Bahrein. Allí obtuve otro visado de entrada en Arabia Saudí cuya validez expiraba a las 48 horas", añade Sánchez.

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Aunque el expatriado se esfuerce por respetar las costumbres islárnicas al máximo, antes o después se ve envuelto en algún incidente desagradable. "Fue en Navidad, hace tres años. Paseaba con mi mujer y mi hija Elena por el souks [mercado] en Dammam. Ellas vestían la abaya [manto negro que cubre desde el cuello hasta los tobillos], cuando, de pronto, mi hija, que tenía 16 años, soltó un grito tremendo. Nos volvimos. Un mutawa [policía religiosa] nos seguía de cerca acompañado de otro policía de uniforme. El mutawa había propinado un varazo en las piernas de Elena con una caña de bambú. Siempre llevan esa caña de bambú. El muiawa era viejo y gritaba como un loco. El otro guardia tradujo lo que aquel hombre decía: mi hija no lleva el velo cubriéndole la cabeza y tenía que ponérselo inmediatamente. Me contuve. No hay más remedio. Pero le dije que los palos son para pegar a los burros y no a un ser humano. Nos fuimos para evitar más complicaciones. Mi hija nunca ha querido volver a Dammam", recuerda amargamente Miguel Sánchez, que añade que situaciones de este tipo se dan con demasiada frecuencia. Los saudíes no quieren hablar ni de esto ni de la guerra. Su actitud la refleja el refrán: "A Dios rogando y con la vara dando".

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