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Un poquito de toreo

Martín /Ortega, Aparicio, ámara

Cinco toros de María Lourdes artín, 2ºy 3ºimpresentables, resto con trapío, inválidos, manejables; 12 de Mariano Sanz, chico y fuerte, anejable. Sospechosos de pitones.

Ortega Cano: estocada corta tendida trasera caída a toro arrancado y rueda de peones (silencio); metisaca en el lomo trasero cercano al rabo, bajonazo trasero -aviso- y se acuesta el toro (oreja). Julio Aparicio: pinchazo, rueda de peones, pinchazo, otro escandalosamente bajo a paso de banderillas, rueda de peones, estocada corta descaradamente baja -aviso- y dobla el toro (protestas); bajonazo (oreja con escasa petición). Fernando

Cámara: pinchazo, estocada corta atravesada y rueda de peones (oreja con escasa petición); estocada corta tendida ladeada y descabello (ovación) Plaza de Las Cruces, 15 de septiembre. Cuarta corrida de feria. Cerca del lleno.

El cartel de esta corrida alcarreña hacía concebir esperanzas de que se podría ver torear. A tales extremos llega la actual fiesta, que los carteles de las corridas se dividen en dos: aquellos en los que se barrunta que puede haber toreo y aquellos en los que no puede haber toreo de ninguna de las maneras. Los aficionados lo saben de sobra y les sirve para hacer sus planes cuando hay corrida por las cercanías de su pueblo. ¿Que el cartel es de la primera especie? Van. ¿Que el cartel es de la segunda especie? Se quedan en casa con los niños. Por eso, como el de la corrida alcarreña anunciaba una terna que conoce la técnica del toreo y tiene el gusto de interpretarlo bueno, fueron. De la Villa y Corte, unos cuantos. Dios premió su constancia e hizo que vieran toreo. No mucho, porque ya han perdido la costumbre y les podría dar un soponcio; sólo un poquito. Ahora bien, si alguno se distrajo mirando cómo sobrevolaba Guadalajara un imponente bombardero USA o si se volvió a pedir una cerveza, ese no lo vio.

Seguramente no se dio tal caso. Los aficionados, en particular los de la Villa y Corte, suelen estar muy pendientes de lo que sucede en el ruedo. No selimitan a mirar el ruedo sino que lo escudriñan, cada palmo de redondel lo someten a análisis de laboratorio y emiten dictámenes severísimos sobre el estado de la cuestión. Nada de cuanto pise el ruedo escapa a su ojo avizor y a su juicio crítico. En esta ocasión tuvieron tarea, pues el ruedo no sólo lo pisaron toros, caballos, toreros, como es habitual sino también gallos y conejos.

El público alcarreño es tan generoso que lleva a la plaza conejos y gallos para tirárselos a los toreros. Algunos espectadores comentaban que menos lobos; que ni conejos ni gallos, pues se trataba de ¡in gazapo y un pollo. La observación no fue debatida, porque al resto del público le traía absolutamente sin cuidado. Si le importaba dos pimientos que el toro fuera una mona, menos pimientos le iba a importar aún que el gallo fuese pollo. Además, a Fernando Cámara le tiraron un salchichón, que compensaba la diferencia de trapío entre el conejo y el gazapo, por ejemplo.El salchichón lo recogió el peón Curro de la Riva y se le pusieron los ojillos golosos. Si el maestro se lo regaló hizo muy bien. Curro de la Riva pasó mal rato con el sexto toro, que la tenía tomada con él: se le arrancaba feroz y por sorpresa en el tercio de banderillas. Fue el único torero en la tarde que sufrió sobresaltos y merecía, por lo menos, un salchichón. Sus compañeros, en cambio, lidiaron confortablemente la corridilla, que no tenía fuerza, ni pitones, y buena parte de ella ni siquiera ese tipejo gordinflón con que los taurinos pretenden disimular el escamoteo del verdadero toro de lidia.

Ortega Cano construyó dos largas y esforzadas faenas. Técnicamente bien planteadas, les faltaba sentimiento -llámase, asimismo, inspiración-, mas se justifica, porque no todas las tardes le da a uno por componer la Rapsodia húngara número 2, de Listz. Además, Ortega Cano no es Listz; ni es húngaro, que es de Cartagena.

A Fernando Cámara le sucedió lo contrario: ponía sentimiento y en cambio le fallaba la técnica. Sus toros se acobardaron a mitad de las respectivas faenas, precisamente cuando empezaba a acoplarse con ellos y ya les ligaba pases de ortodoxa factura. El sexto, hasta le levantó los piés al instrumentar un enjundioso trincherazo.

A Julio Aparicio, más que la técnica o el sentimiento le fallaban las ganas de que los toros se le aproximaran al terno. Excepto en unos naturales al segundo, que ligó embraguetado y decidido. Pero ocurrió que al quinto le saludó por verónicas y constituyeron una preciosidad de lances, donde aunaba técnica y sentimiento, arte y hondura. La afición viajera, al ver ante sus atónitos ojos la realidad de ese trocito de toreo, tan bello que parecía soñado, quedó sumida en estado de gracia, y a los de la Villa y Corte (plaza de Las Ventas, tendido siete) se les oía musitar con fervorosa unción y recatado comedimiento: "Jesusito de mi vida, eres niño como yo...".

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