'Henry y June' resultó desesperante
Por fin se proyectó la esperada película norteamericana Henry y June, que venía precedida de una prefabricada campaña publicitaria que insinuaba que estábamos poco menos que ante un monumento del cine erótico contemporáneo, una exquisita reconstrucción del famoso ménage à trois que en el París bohemio de los años treinta formaron el escritor Henry Miller; su esposa, June, y la también escritora de origen español Anaïs Nin. Es un principio básico del análisis cinematográfico aquel que dice que en un filme "todo lo que no es necesario sobra". Pues bien, en esta película se alcanza un récord insuperable: todo en ella sobra, nada de cuanto se ve en la pantalla tiene el inconfundible sabor de lo necesario.
Alquilé a un asesino a sueldo (finlandesa) y Negras noches (turca) fueron las dos últimas, y estimables, obras de la sección oficial, que esta noche se clausura.Para quien tuviera los ojos bien abiertos, a Philip Kaufman, director de Henry y June, se le veía venir en aquella pompa de jabón cinematográfico que era su Insoportable levedad del ser, realmente insoportable, porque además de superficial daba el pego y a primera vista no lo parecía. Pero en Henry y June el habitual barniz de brillantez de este cineasta es tan endeble y tiene tantas grietas, que deja ver qué hay detrás de él: nada, absolutamente nada, salvo una inclinación insalvable a mentir con la cámara y a convertir a grandes cuestiones que no admiten componendas en domesticados capitulitos del Reader's Digest. La dura, transgresora y un poco escatológica memoria de Anaïs Nin en la parte de sus diarios dedicada a Henry Miller, durante los años en que este redactaba su sobrevalorado Trópico de Cáncer, en las manos de Kaufman se convierte en una invitación, con falsos aires licenciosos, a practicar el rosario en familia dentro de un burdel.
Filme antierótico, Henry y June juega con audacias de pacotilla, y juega tan mal -de hecho es una película pésimamente rodada, sin sentido alguno del espacio y la profundidad de campo, sin tiempo propio, obra rutinaria de su fotógrafo y no de su escritor y realizador- que los tiros le salen por la culata y sin herir la mano del que los dispara, pues éste usa munición de fogueo cargada con pólvora mojada. Y cuando Kaufman intenta meterse en honduras, carece por completo del sentido de lo indirecto, por lo que sólo importan sus evidencias, y esas evidencias son tan toscas y triviales que, en lugar de inquietar el ansia de placer, hacen cosquillas en las raíces del bostezo.
Coito de estampita
Un ejemplo de la finura erótica que maneja el exquisito Kaufman: después de un coito de estampita entre Henry y Anaïs, ésta, en un rapto de inspiración, provocado por la elocuencia que genera en ella la satisfacción dice tiernamente a Miller: "Henry, me gusta que seas tú quien me joda. La tienes pequeñita, mientras que mi marido la tiene tan gorda que me tiene que poner vaselina para metérmela". Pedimos disculpas al lector por ensuciar esta columna con una frase de tan poderosa y elegante capacidad para inquietar el sexo dormido de quien la lee u oye, pero es que se trata de una radiografía exacta de la erótica del filme: transgresión de boquilla y desconocimiento absoluto de la sintaxis fílmica de dos cuerpos desnudos en su hermosa tarea.Tras la estafa de Kaufman, se proyectaron las dos últimas películas del concurso. La finlandesa Alquilé un asesino a sueldo está dirigida por Aki Kaurismaki, y tiene eso tan vago, y sin embargo tan orientado, que se llama clase. Es un original filme negro, que comienza muy bien (pese a errores de guión en el planteamiento) y se eleva, hasta que, en la media hora final, el austero discurrir de la magnífica historia pierde poco a poco empuje y se queda finalmente en un quiero y no puedo. Una pena, pues de haber sabido sostener su intensidad inicial, la película sería cine grande. No lo es, como tampoco lo es la turca Negras noches, dirigida por Yusuf Kurcenli, que se deja ver y no molesta, lo que no es poco dentro de (salvo cuatro o cinco títulos) esta penosa selección de Venecia 90.
Todo en casa
Esta noche se conceden los premios en una gala de clausura a la que tan sólo tienen confirmada su presencia estelar Federico Fellini y Marcello Mastroianni, para que todo quede en casa. Sin embargo, se cuenta que hay por aquí abajo hilos subterráneos movidos por urgencias de agencias de imagen, que intentan pescar para la gala del Palazzo del Lido a algunos de los muchos encumbrados que acudieron anoche a la fiesta que el famoso diseñador italiano Giorgio Armani ofreció" al otro lado de la laguna, con motivo del estreno de un documento que Martin Scorsese ha realizado sobre él y sus dibujos.El muro, Goodfellas, Un angel en mi mesa, El señor y la señora Bridge, El único testigo, Mo'Better Blues, Marta y yo y Rosencrantz y Guidenstern son películas que, sin ser perfectas, tienen ingredientes para hilvanar una lista honrosa de premios. Pero hay que estar alerta: las presiones que la prensa italiana (reflejo de intereses institucionales) está haciendo para que entren en esa lista nombres italianos (Peter dal Monte y sus Trozos de amor y los Ragazzi fuori de Marco Risi) son demasiado evidentes, casi impúdicos, y la archiprobada independencia de criterio del presidente del jurado, el escritor norteamericano Gore Vidal, no es suficiente para convertirse en muro de contención de esta avalancha de papanatismo nacionalista, destinado a encubrir la verdadera naturaleza de la operación: la imperiosa necesidad de la industria del cine italiano de sonar como sea fuera de sus fronteras, e intentar recuperar algo de la audiencia que alcanzó su genio perdido.
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