Una cuestión de fe
Para los colonos judíos de Hebrón, la Biblia está por encima de las resoluciones de la ONU
Zul Katover es el alcalde de la fortificada colonia judía de Quiryat Arba, que desde hace cuatro lustros domina Hebrón, la ciudad donde está enterrado el patriarca Abraham. Katover, judío ortodoxo, ferviente nacionalista israelí y militante del Gush Emunin o Bloque de la Fe, cree que la Biblia es un título de propiedad por el que Dios otorga Tierra Santa al pueblo judío. Los árabes que desde hace siglos viven en Hebrón son tan sólo "extranjeros", y si no soportan el dominio israelí, "no tienen más que irse al Irak de Sadam Husein".
Para Katover, la historia, el derecho o cualquier otra creación humana no pueden alterar en nada el hecho de que los territorios ocupados por Israel en 1967 pertenecen por concesión divina al pueblo judío. A los palestinos no les queda otro remedio que aceptarlo. "Si tienen un permiso de residencia en regla y respetan las leyes de Israel", dice, "pueden quedarse; si no, los expulsaremos".Los palestinos, añade el alcalde de Quiryat Arba, "tienen 20 países árabes donde ir". Su presencia secular en Tierra Santa ha sido la de "alguien que ocupa un piso momentáneamente vacío por viaje del dueño. Cuando regresa el propietario, el inquilino o el ocupante tienen que irse".
Todo esto lo dice Katover con convicción serena y berroqueña. Es un profesor de unos 50 años de edad, casado y con cinco hijos, y la suya es una de las familias más pequeñas del asentamiento. "Los judíos", explica, "hemos aprendido de los árabes la conveniencia de tener muchos hijos". Viste el alcalde ropas deportivas, cubre su coronilla con una kipá, y una barba larga, rizada y entrecana enmarca un rostro duro y hermoso como el del Moisés de Miguel Ángel.
Katover es de origen polaco, y su mujer, rumana. Su suegra tiene grabado en el brazo izquierdo su número de matrícula en el campo de exterminio nazi de Auschwitz.
Velar por Hebrón
El asentamiento judío de Quiryat Arba fue fundado en 1970 por seguidores del Gush Emunin con el objetivo de velar por la recién conquistada Hebrón. Lo habitan unas 600 familias, muchas llegadas a Oriente Próximo hace unos años. Los edificios de la colonia están dispuestos como una fortaleza y protegidos por gruesos muros de piedra. Por las calles juegan niños robustos, mujeres con los cabellos cubiertos y las faldas hasta los tobillos y varones con kipá y fusiles o metralletas en bandolera.
Estas gentes bajan a diario a Hebrón a rezar en la tumba de su tatarabuelo Abraham. Van formando grupos compactos, en vehículos con cristales de plástico, armados hasta los dientes y reforzados por unidades motorizadas del ejército israelí. Y en cada excursión cosechan numerosas pedradas de los chavalines árabes.
El problema es que, para los musulmanes, Abraham. es también un gran profeta, "el amigo de Dios" le llama el Corán. Y sobre su tumba el islam construyó hace ya mucho tiempo una gran mezquita. Ahora los palestinos de Hebrón se muerden las uñas al ver cómo los israelíes les limitan el acceso a un santuario que ellos levantaron. "Los soldados", dice Walid, joven activista del movimiento islámico palestino Hamas, "nos echan con cajas destempladas para dejar entrar a los judíos". Y los judíos, continúan, "cantan, bailan, comen y beben en nuestra mezquita".
Estos días las contradicciones de Hebrón son más explosivas que nunca. Sadam, dice Katover, ha probado la razón de los argumentos del Gush Emunin: "No te puedes fiar de los árabes. Nosotros lo descubrimos hace tres años, cuando empezó la Intifada".
A Katover y sus electores la propuesta de Sadam de retirarse de Kuwait a cambio de la liberación de los territorios árabes ocupados por Israel les parece una broma de mal gusto.
"Sólo un Gobierno israelí que se hubiera vuelto loco podría aceptar la idea de abandonar Judea y Samaria".
En la mezquita de Abraham en Hebrón reposan también los restos de su esposa Sara, su hijo Isaac y su nuera Rebeca. Katover y los suyos creen que Adán y Jacob tampoco deben andar muy lejos, y es hasta posible que el edén estuviera por allí. Ahora los judíos han regresado a "la puerta del cielo" para no volver a irse, digan lo que digan las resoluciones de la ONU. Es una cuestión mesiáníca.
"Algunos judíos", dice Katover, "creen que el Mesías debe ser una persona física. Nosotros pensamos que también puede ser una situación: la que estamos viviendo desde hace ya más de 40 años, la creación del Estado de Israel, el milagro del retorno de los judíos a su tierra".
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