El miedo al cambio
Arabia Saudí teme el efecto 'contaminante' de la presencia norteamericana
El día que se permita conducir a las mujeres un automóvil en Arabia Saudí, conducta castigada hoy con pena de cárcel, y las autoridades concedan visados turísticos, esta sociedad que se rige por un sistema extremo de intolerancia islámica podría experimentar una transformación imparable. Así lo creen muchos. Lo primero se vislumbra lejano. Pero lo otro, los visados para los extranjeros que deseen hacer turismo en un país con infraestructura del siglo XXI pero con costumbres medievales, parece inminente.
Funcionarios saudíes indicaron a EL PAÍS que, superada con éxito la experiencia de abrir las puertas a medio millar de periodistas -algo inédito hasta ahora-, el siguiente paso podría ser recibir cautamente a los turistas, cuyo contacto con el pueblo aceleraría los cambios.Otros factores juegan en estos momentos un papel decisivo en las ocultas aspiraciones de aperturismo. La presencia de tropas norteamericanas -de ellas, un 11% son mujeres- no va a pasar de largo sin dejar huella en las costumbres locales, máxime cuando esa presencia masiva no parece que vaya a ser breve. Esta influencia sería efectiva tanto si llega a producirse una confrontación bélica con Irak, hipótesis sustentada a la vista del elevado número de efectivos y de la naturaleza del armamento, como si no se produce ese desenlace gracias al efecto disuasorio del ejército al que se le pidió auxilio.
"A la esposa de un embajador de la CE le escupieron en el rostro dos agentes de la Mutawa [policía religiosa saudí] por el simple hecho de no llevar la cara cubierta dentro del automóvil, con matrícula diplomática, conducido por su marido, el embajador", ha sabido este periódico de círculos diplomáticos en Riad.
En la capital saudí, cuyos centros comerciales tienen un aspecto californiano, puede leerse, sin embargo, este aviso: "Rigurosamente prohibida la entrada a las mujeres". El alcohol, las drogas y el sexo están perseguidos obsesivamente en todo el reino. Cualquier cosa puede ser considerada pornográfica, y los anuncios con mujeres semivestidas en revistas extranjeras o simplemente la publicidad de una bebida alcohólica son destruidos arrancando las páginas. Un cocinero filipino de la Embajada de España en Riad cumple pena de prisión de tres años por haber sido sorprendido fumando un cigarrillo de marihuana en la calle. Será expulsado de este país al terminar la condena.
Recién editado y distribuido por el Ministerio de Información saudí, el folleto Bienvenidos a Arabia advierte en su primera edición entregada a los periodistas occidentales que el visitante descubrirá por sí mismo "que los males de esta sociedad provienen de una falta de practicar la doctrina del islam en su totalidad", y añade que el islam sería el estilo de vida perfecto para todas las naciones, que habrían de adoptarlo.
Vicios y virtudes
Se diría que, de momento, son los extranjeros quienes han de adoptar las costumbres locales, mientras que los saudíes refuerzan sus posiciones para no ser contaminados. Las mujeres del ejército norteamericano salen atemorizadas de las bases, o circulan por el vestíbulo de los hoteles cubriendo su uniforme con un simulacro de abaya negra (especie de chilaba hasta los pies), pues de lo contrario se ven expuestas a insultos en la calle o a la detención por la todopoderosa policía religiosa, cuya misión es la protección de la virtud y la persecución del vicio.
Vicio es lo que no se ajuste a esta norma, impresa en el folleto recién editado: "Las mujeres deben cubrirse con velos sus pechos y no mostrar su belleza más que a sus maridos, padres, cuñados, hijos, sobrinos, mujeres de esclavos o sirvientes varones libres del deseo sexual [entiéndase castrados], o niños pequeños sin conocimientos carnales de la mujer".
Los defensores de esta castidad visual aportan incluso una cita bíblica (Deuteronomio 215) en apoyo de su imposición moral: "Las mujeres no deben vestir ropa de hombre y los hombres ropa de mujer, pues Dios odia a quien hace tal cosa".
El resultado es desconcertante. Una mujer saudí ofrece el mismo aspecto por delante que por detrás, lo cual impide saber si avanza o retrocede, por mucha que sea su belleza oculta con la cabeza, el tronco y las extremidades, recubiertos de paño negro (algunas llevan incluso guantes a 40 grados de temperatura). El milagro del cielo es que ellas mismas puedan distinguir a un familiar de un extraño.
Pero ¿desean esto las interesadas? La respuesta es difícil de dar, pues las posibilidades de formular la pregunta son prácticamente inexistentes. En hoteles, oficinas públicas, establecimientos o incluso en los aviones de la compañía aérea nacional, Sauda, no se permite el trabajo de la mujer. "Las extranjeras somos sus azafatas", dijo a EL PAÍS una de éstas, de nacionalidad marroquí, durante un vuelo desde Viena a Dahran.
Por eso es revolucionario el paso dado hace pocos días por el rey Fahd, al permitir la participación de las mujeres en la defensa de la patria, pidiéndoles que se alisten como voluntarias para ayudar en los hospitales. Decisión que, al margen de la prensa controlada oficialmente, que apenas la comentó, ha sido criticada por algunos sectores reaccionarios.
Por otra parte, los cambios de actitud por contagio directo tampoco son desdeñables. De todos los países islámicos es Arabia Saudí, con su monarca al frente, el que sustituyó el tratamiento de magistrado por el de guardián de La Meca y Medina, el más rígido que se conoce. La Constitución no existe porque el poder asegura que basta la aplicación del Corán y la Suna (la tradición del profeta), ya que en ellos se encuentran las leyes que interpretarán los jueces religiosos.
Kuwait abraza la misma religión islámica, pero se cuida mucho en ofrecer al mundo el espectáculo público de las ejecuciones, las mutilaciones de miembros o los azotes, como se hace los viernes en las plazas de este reino. En Kuwait se han guardado las apariencias. Sin ir más lejos, los miembros femeninos de la familia del derrotado jeque, refugiados en Arabia Saudí, muestran una imagen occidentalizada, aunque políticamente sigan abrazados a la fórmula paternalista. En Arabia Saudí, el sistema en vigor favorece antes que a nadie a quienes mandan y, por excepción, a los hombres sobre las mujeres.
Reforma militar
Desde un punto de vista militar, esta crisis está abocada a la reforma de un ejército que tiende a ser moderno en una nación que suministra el 80% del crudo a Occidente y cuya defensa depende ahora de su clientela tanto como ésta de los pozos saudíes de oro negro.
Algunos altos mandos del ejército saudí son partidarios del servicio militar obligatorio. Aunque no llegue a establecerse esta fórmula, se iniciará la mejora de este ejército aumentando sus equipamientos y ampliando sus efectivos.
La población saudí no va a permanecer anestesiada por sus gobernantes, que recurren a la censura y silencia a los disidentes, por mucho tiempo. Es curioso que los aparatos de radio de onda corta se agotaran rápidamente en el mercado en cuanto se inició el conflicto, del que las autoridades no dieron noticia los primeros días. La invasión de Kuwait se conoció con retraso, aduciendo después que lo importante era evitar el pánico del pueblo. Cuando el monarca apareció en las pantallas de televisión, los súbditos ya sabían gracias a la de la BBC lo que estaba sucediendo al otro lado de la frontera.
Una nación moderna no puede estructurarse, piensan los observadores internacionales, sobre los cimientos de la intolerancia religiosa para frenar el desarrollo social pese a la prosperidad económica.
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