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Emilio Muñoz honra a Goya

Buendía / Domínguez, Muñoz, JoselitoToros de Joaquín Buendía de aceptable presentación y desigual juego. Al 5º se le dio la vuelta al ruedo. Roberto Domínguez: pinchazo dos descabellos (palmas); bajonazo (oreja). Emilio Muñoz: estocada caída (dos orejas); estocada ligeramente caída (dos orejas). Salió a hombros. Joselito: estocada atravesada (oreja); bajonazo (palmas). Plaza de la Real Maestranza. 8 de septiembre. Lleno.

Ronda Aunque la corrida goyesca tuvo alumbramiento aragonés, la consolidación y el esplendor son patrimonio de Ronda, y su artífice el maestro Antonio Ordóñez, primero como oficiante y después como gran maestro de ceremonias. El sábado tuvo lugar la 34º edición con la presencia de aficionados de toda España que llenaron la plaza.

Emilio Muñoz honró a Goya en una tarde plena de aciertos. Demostró que se puede torear siempre con respeto a las más puras esencias del toreo. Esa convicción no basta tenerla en la cabeza, que la tiene, sino que hay que extraerla también del corazón. Emilio Muñoz a la pureza, como compañero inseparable, le pone el sentimiento.

Sentimiento que expresó en su primero, un toro noble pero soso, al que le añadió esa vibración -transmisión se dice ahora- que le faltaba al toro. Fue una faena corta, como tienen que ser las grandes faenas. Tras un preliminar hermosísimo con trincherazos y cambios de mano, llegaron los pases regulares, con la suerte cargada, el remate en la cadera, preciso para dar el siguiente muletazo. Suponía todo ello demasiado quebranto para el toro, y en la última serie, con la mano derecha muy baja, acabó perdiendo las manos.

Al quinto lo vio enseguida Emilio Muñoz, y quiso hacer partícipe de su bondad a su picador, Miguel Carrasco. Lo colocó de largo, Muñoz, como si de corrida concurso se tratara, y respondió el santa coloma de nombre Regente. Se arrancó de largo, y Carrasco le echó el palo, con singular maestría. Clavó la puya en lo alto del morrillo, mientras le marcaba la salida al animal. La plaza se puso en pie, asombrada de que la suerte de varas se practique en estos tiempos con tanta autenticidad y tanta belleza. Acudió el toro, por segunda vez, también de largo al cite del piquero, y demostró que el primer puyazo no fue obra de la casualidad. Emilio Muñoz invitó a Carrasco después a que le acompañara en la vuelta al ruedo.

Los toros bravos descubren a los toreros malos pero también a los buenos. Emilio Muñoz está descubierto hace mucho tiempo, y aprovechó el quinto, exprimiendo su bravura como si fuera un limón. Otra vez el toreo fundamental y la variedad en la terminación de las series: el molinete con la izquierda, el afarolado, el de la firma, el kikiriki; en definitiva, la improvisación en la cara del toro, recordando que el toreo es un arte y no un expediente administrativo. El público, además de entusiasmarse con Muñoz se entusiasmó con el toro, y pedía insistente y antirreglamentariamente el indulto. Se tuvo que conformar con el honor de la vuelta al ruedo.

Joselito toreó como mucha pulcritud a su primero. Los redondos tuvieron corta trayectoria, pues así era la del toro. Los naturales, mucho más largos y bien rematados constituyeron la cima de su faena. El sexto tenía serias dificultades. Se vencía por ambos lados, y acabó desarrollando sentido. Joselito lo intentó torear, pero poco se podía hacer.

Roberto Domínguez sigue con un toreo preciosista y de ventaja. Su primero, muy blando, lo toreó a media altura con despego y aprovechando el viaje. Comenzó la faena al cuarto con torería, y le dio una serie ajustada con la derecha. En los naturales embarcó en el pico y sin cruzarse. Así no se torea.

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