Turismo a la baja
AUNQUE HASTA hace escasos meses sólo se analizaba como un problema a medio plazo, la temporada estival ha acelerado la realidad: el sector turístico español no sólo ha tocado techo tras años de crecimiento continuado, sino que está al borde de una profunda recesión. "Lo más preocupante", decía a comienzos de verano el secretario general de Turismo, Ignacio Fuejo, "es la sensación de crisis que existe en el sector y que se ha trasladado también a Europa". Pero a mediados de julio la sensación etérea devino en hechos concretos y hubo de reconocerse que las previsiones oficiales de un tímido incremento del 1 % sobre el número de visitantes e ingresos habrían de revisarse a la baja. No es para menos. Durante los siete primeros meses del año los ingresos en pesetas han descendido el 14% con respecto a igual periodo del año anterior, según el Banco de España, y la propia Secretaría General de Turismo afirma que el número de visitantes ha caído en 750.000. Sólo en julio -el segundo mes más fuerte del año- el total de visitantes ha disminuido el 9%.
Se ha abandonado el susurro, y de la crisis se habla ya a gritos. El varapalo a un sector que supone más del 9% del producto interior bruto (PIB) y emplea al 11 % de la población ocupada, además de repercutir en el conjunto de la economía, con especial énfasis en el déficit exterior -ya muy deteriorado-, deja bien a las claras las deficiencias de un modelo que lleva consigo, junto con la profesionalidad de algunos, la falta de diversificación, la supere speculación y la mala calidad de los servicios. Se apostó por la rapidez, frente a un mínimo de racionalidad, y la mayor parte de los ayuntamientos y muchos empresarios se enriquecieron en muy pocos años a base de dejar nuestras costas del Mediterráneo en manos de operadores que ofrecían, fundamentalmente, a sus clientes sol y buenos precios.
La fortaleza de la peseta, que en los últimos cinco años se ha apreciado un 15% con respecto a las monedas del conjunto de los países desarrollados, y el aumento de los precios en el sector (un 9,7% a junio en tasa interanual, frente a un aumento del índice de precios al consumo -IPC- del 6,5%) han expulsado de nuestras playas a sus clientes, que ahora encuentran el mismo sol, pero más barato, en otros países de la zona. Mientras, la degradación del medio ambiente -en manos de depredadores, puros delincuentes- o las malas comunicaciones, por poner dos ejemplos evidentes, no son el mejor reclamo para el turismo de calidad.
El año pasado los ingresos por turismo cayeron ya casi el 2% con respecto a 1988. Pero tuvo que llegar este verano para provocar las primeras reacciones. Los hoteleros, escaldados de soportar descensos en la ocupación cercanos al 8%, plantean la congelación de precios para la próxima temporada; algunos Gobiernos autónomos empiezan a revisar sus planes de desarrollo turístico; y los sindicatos piden una mesa nacional para debatir el problema. Son pequeños pasos en el camino que hay que dar: la revisión de un modelo que ya no sirve.
La Administración puede ir pensando seriamente cómo sustituir parte de unos ingresos que ayudaban sobremanera a equilibrar la balanza por cuenta corriente, y que en julio sumaba ya un saldo negativo de 896.600 millones de pesetas (24% más que el año pasado). El déficit comercial ha tenido menor contrapeso en julio. A la caída del turismo del 12% se ha unido la del 21% de las entradas netas de capital a largo plazo por los menores créditos extranjeros e inversiones. Es verdad que a corto plazo han entrado 561.400 millones de pesetas más (un aumento del 20% sobre el mismo mes del año anterior); pero se trata, fundamentalmente, de capital especulativo, y es lógico pensar que a partir de la inestabilidad de las bolsas suscitada por la crisis del golfo Pérsico esos capitales busquen otros refugios.