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Clausurado en Madrid el primer congreso de ciencias históricas no influido por las ideologías

Dos historiadores rumanos hablan de la situación cultural después de Ceausescu

El estudio de la historia comienza a vivir un florecimiento gracias a que por primera vez las ideologías no compiten para interpretarla, según apuntó ayer el nuevo secretario general del Comité Internacional de Ciencias Históricas, François Bebarida, en la clausura del congreso internacional celebrado en Madrid. No hubo conclusiones oficiales, si bien varios congresistas coincidieron en definirlo como el primer congreso sin ideologías. Historiadores procedentes del Este señalaron que para ellos fue el congreso de la unidad europea. Dos historiadores rumanos comentan la situación de su cultura después de Ceausescu.

Hace ocho meses que no se imprimen casi libros en Rumanía: todo el papel se destina a los 1.025 periódicos que nacieron de golpe tras la muerte de Ceausescu y en los que se publica la literatura que no se pudo imprimir en la dictadura, por más que algunos la leyeran en copias de contrabando: lonesco, Ciorán o Mircea Eliade siempre fueron éxitos, si no de lectura, sí de venta. Los historiadores Cristian Popistanu, redactor jefe de la revista Magazin historic (con una tirada de 200.000 ejemplares), y Razvan Theodorescu, director de la Radio Televisión Rumana, asistentes al 172 Congreso de, Ciencias Historiográficas, comentaron a este periódico la situación cultural en Rumanía.La literatura nacional prohibida no fue mucha, paradójicamente: el régimen de Ceausescu ocupaba tanto sitio que apenas permitía resquicios tales como escritores disidentes o cineastas de oposición, y un signo de independencia ideológica podía ser el publicar la foto de Ceusescu en la primera página en lugar de la portada, o negarse a escribir en una publicación -todas eran del régimen-, no siempre, lo que habría significado la cárcel o al menos la marginación, sino en las fechas señaladas del régimen.

La pregunta inevitable hoy entre intelectuales rumanos es: "¿Y usted qué durante los últimos cinco años?", señala Theodorescu, y Popistanu se lamenta: "Durante los últimos años de la dictadura todos los intelectuales formaban un frente común contra el tirano. Hoy triunfa la desconfianza, el recelo, y no hacemos otra cosa que pelearnos". "Nosotros no tenemos a un Vaclav Havel que aglutine a todos", dice Popistanu.

Rumanía debía de ser, cuando Ceausescu, el país del mundo con menos teleadictos: sólo se emitían dos horas de televisión, y principalmente para glosar al dictador, que interrumpía toda actividad para acudir a mirarse. Cualquier cosa era un motivo de diversión para los rumanos.

Triunfaban las distracciones clásicas: conversar en torno a un vaso de agua, pasear, tirar piedras al estanque, y se disfrutaba de la más sutil violación de la censura: por ejemplo, que en una obra de teatro de Jon Luca Caragiale, un clásico, un personaje travestido, en representación del doble poder de la pareja de tiranos, hiciera el gesto clásico de Elena Ceausescu cuando, frente a la maqueta de una ciudad, seleccionaba como con un golpe de plumero lo que debía ser destruido. Por cierto que el proyecto megalómano de destruir las aldeas rumanas para construir polos de desarrollo se realizó solo en un 2%. Al final, antes de la rebelión, todos estaban de acuerdo en ir retrasando el proyecto que había de destruir la Rumanía rural milenaria, y realizar unas pocas obras, en las afueras de Bucarest, para calinar al tirano.

Hoy la población se apiña delante del televisor y deja el teatro y el cine para cuando pasen los cambios. Por la televisión se retransmiten debates y todo está politizado por las varias docenas de partidos. Popistanu y Theodorescu dicen constantemente: "ustedes ya conocieron eso cuando la muerte de Franco".

Kojak

Tliedorescu, a quien se refería Elena Ceausescu como "ese Kojak", por su peinado, asegura estar orgulloso de haber logrado que le detesten todos los partidos políticos, desde la derecha hasta la izquierda. Director dimisionario de la Radio Televisión Ruinana, con 4.000 personas a su cargo, señala que ya se afilió a un partido, el comunista, en 1965, y el desencanto subsiguiente le ha dejado sin fuerzas para volver a intentar militancia alguna. La situación de la cultura en Rumanía, como todo, es de absoluta transición. Se supone que el estado pretende la privatización de la industria cultural... pero para ello ha de aportar los fondos necesarios: es una pescadilla que se muerde la cola.

Quizá la principal actividad cultural de los rumanos durante este tiempo sea el viaje. Aunque empobrecidos, con una moneda que al cambio se queda en nada (el director de la radio televisión andaba por Madrid en autobús), desde el mes de enero las autoridades han expedido 4 millones de pasaportes. El ausentismo laboral es importante, y a menudo de un sólo día. En Bucarest, con el humor feroz de quienes han vivido mucho tiempo una tiranía, se dice que aprovechan ahora porque quién sabe si mañana podrán hacerlo.

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