El mercado libre armado
Dejemos bien sentado un evidente principio: la ocupación de Kuwait, y su posterior anexión territorial, por Irak es desde el punto de vista del derecho internacional un acto absolutamente ¡legal y, en consecuencia, totalmente condenable. Pero una vez dicho esto, hay que afirmar con el mismo énfasis que el enfoque que los Gobiernos occidentales y la mayor parte de la -opinión pública están dando a los acontecimientos del Golfo es totalmente parcial e interesada, olvida el fondo del problema y obedece a una concepción consciente o inconscientemente racista que sólo tiene en cuenta los intereses de los países industrializados y olvida el profundo abismo que separa a estos países de los del Tercer Mundo y la razón causa-efecto existente entre el desarrollo del Norte y el subdesarrollo del Sur.En efecto, la versión dominante en los medios de comunicación es que en la película que se desarrolla en el golfo Pérsico hay un personaje malvado, déspota, loco, dominado por un afán irresistible de conquista y expansión -rápidamente se le ha comparado con Hitler- que es el causante de todos los problemas. Esta versión simple olvida varios hechos decisivos. Primero, y es un hecho menor aunque escandaloso, recientes ocupaciones e intervenciones protagonizadas por Estados Unidos e Israel no han provocado este clamoroso rechazo: Panamá, Granada, Líbano, Cisjordania, Gaza, etcétera. Segundo, y es otro hecho menor, aunque no menos escandaloso, mucho se habla de las violaciones de los derechos humanos en Irak bajo el régimen de Sadam Husein -hechos evidentes y condenables-, pero nada de violaciones, similares como mínimo, de los mismos derechos en Kuwait, Arabia Saudí, los emiratos y demás países árabes.
En tercer lugar, y éste sí que es un hecho decisivo, hay que tener en cuenta la brutal desigualdad económica de los países en conflicto. Mientras Kuwait tiene una renta per cápita de 14.870 dólares y carece de deuda externa, Irak tiene una renta per cápita de 2.765 dólare y una deuda externa de 65.000 millones de dólares. Además, mientras la mayoría de los paí ses árabes -223 millones de habitantes- son deudores de Occidente -y los organismos de las llamadas ayudas al desarrollo les obligan a pagar esta deuda-, los pequeños y artificiales emiratos del Golfo Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Qatar y Omán, que, junto con Arabia Saudí, totalizan una población de 16 millones de habitantes- tienen in vertidos en Occidente 670.000 millones de dólares, es decir más de 60 billones de pesetas. Sin duda, es esta explosiva situación económica y social la que puede estar en la base del nacionalismo árabe que preten de dirigir Sadam Husein.
En este contexto había qu enmarcar los condicionamiento reales de la situación y, en pri mer lugar, crear rápidament una imagen tétrica de Sadam Husein, ocultando la realidad más siniestra todavía, de los de más países de la zona, porque e líder iraquí era poco conocido para la opinión pública mundial Hasta ahora los oficialmente malos habían sido Jomeini, Gaddafi y Arafat; 30 años antes, Nasser y los líderes del FLN argelino. Nunca han sido oficialmente malos los líderes de Israel o personajes especialmente repulsivos como Hassan II; menos aún los jeques y emires árabes. Igualmente, a pesar de la guerra con Irán, el líder iraquí era casi un desconocido. Hoy ya no lo es. Por el contrario, la imagen que se ha dado es que el loco, abominable y sangriento fascista Sadam Husein constituye el mayor peligro para la paz mundial y su país es el más gigantesco campo de concentración. Y, sin embargo, según como se desarrollen los acontecimientos, este personaje puede ocupar el lugar que hace ya muchos años dejó vacante Nasser como líder de unos países árabes unidos.
Porque es evidente que Sadam Husein ha tenido poderosos motivos para ocupar Kuwait. En primer lugar, uno derivado de la guerra con Irán: la necesidad de salida al mar que permita a Irak exportar petróleo, su única riqueza apta para el comercio exterior. El segundo motivo es mucho más importante: impedir la baja continuada de los precios del petróleo que la sobreproducción que Kuwait y los emiratos -contraviniendo los acuerdos de la OPEP- estaban fomentando. Y esta razón es más importapte porque va más allá de los intereses iraquíes -favorece a todos los países, árabes y no árabes, de la OPEP- y puede poner en cuestión las economías occidentales -llamadas, desde una visión blancocéntrica, economía mundial-. De ahí que el conflicto actual no se limite a un mero conflicto regional -como la guerra Irán-Irak-, sino que se haya transformado en un conflicto mundial: ocupar Kuwait y amenazar a los emiratos y a Arabia Saudí es enfrentarse no con otros países árabes, sino con Estados Unidos, Europa occidental y Japón.
Esta agresión a los intereses occidentales -exactamente en la misma línea de flotación de su estabilidad económica- va también mucho más allá de los valores puramente económicos: afecta -como ya ha observado agudamente Manuel Jiménez de Parga- a la más triunfante ideología de fines de los años ochenta, la ideología del mercado libre basado en la competencia, que, llevada a sus últimos extremos, enlaza con las tesis hegelianas de Fukuyama sobre el fin de la historia".
Precisamente, el caso que nos ocupa permite analizar lo que hay de realidad y lo que hay de mito en la ideología d9 la competencia en una materia clave para la economía mundial como es la energía. Antes hemos hecho una breve referencia a las causas económicas de la crisis del Golfo. Añadamos unos datos: el incumplimiento por parte de Kuwait y de los emiratos de las tasas de producción de petróleo asignadas por la OPEP había hecho bajar el precio del barril de 22 dólares a principios de año a 15 dólares a principios de julio. Este precio significaba un grave perjuicio para los países productores sin otro bien exportable que el petróleo: era el caso de Irak. Muy distinto, por el contrario, era el caso de Kuwait. A través de la diversificación de sus inversiones -no revertibles, desde luego, en los trabajadores de su país, que en su mayoría son extranjeros sin los derechos propios de los ciudadanos kuwaitíes- realizadas por nuestra bien conocida multinacional KIO, Kuwait ya no depende del petróleo, sino que está integrada, se beneficia y, a su vez, potencia los engranajes, no de los países árabes, sino de la economía occidental. Lo que es un límite inaceptable para Irak -y muchos otros países productores de petróleo- no lo es para Kuwait, que tiene unos beneficios económicos asegurados.
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El mercado libre armado
Viene de la página anteriorPero, además, las reglas de la libre competencia no determinan, en última instancia, los precios mundiales del petróleo. Por el contrario, son los acuerdos de un cartel -elemento contradictorio con la competencia-, la OPEP, los que determinan estos precios; y, en caso de que estos acuerdos no se consigan, es la fuerza la que los fija. Por tanto, o hay acuerdos o los desacuerdos se resuelven por la fuerza: económica, política y, como última ratio, militar. En el presente caso, los kuwaitíes no aceptaron las condiciones de Irak, éste los ocupó y anexionó, y ahora es Estados Unidos, al frente de un ejército occidental -una OTAN ad hoc-, el que se prepara para intervenir, como ya lo hicieron tantas veces en el pasado los ejércitos coloniales. Es decir, para fijar los precios del petróleo, la ley de la competencia no actúa; opera la fuerza, es decir, el control político y, así, el ideológico concepto de mercado libre no es más, en último extremo, que un mercado limitado por la fuerza militar: un, en cierta manera contradictorio, mercado libre armado.
El actual conflicto del Golfo pone de relieve, en definitiva, que los motores de la economía occidental no son sólo la competencia -que, sin duda, es importante-, sino otros muchos elementos, entre los cuales cobra gran importancia la relación neocolonial con el Tercer Mundo que hoy se plasma en la deuda externa, el comercio internacional con precios impuestos por los países industriales -con especial relevancia del tráfico de armas y de droga- y el control militar. Desde nuestro relativamente alto confort de vida europeo, una posición no excesivamente cínica exige ser consciente de que éstas son bases esenciales de nuestro bienestar.
En el presente conflicto del Golfo, los países occidentales corren el peligro de entrar en una nueva fase de recesión similar a la de 1974, y por ello en dicha zona se acumulan tropas de la mayoría de países industriales dispuestos a solucionar el conflicto por la fuerza, sin que importen, al parecer, las vidas humanas y las terribles consecuencias sociales, morales y psicológicas que comportan las guerras. Quizás hayamos de incluir en un balance de los años ochenta el no haber aprendido casi nada de laépoca anterior; la guerra de Vietnam y la crisis del petróleo. Ciertamente, Sadam Husein y los árabes que le apoyan tienen poderosas razones para hacer lo que han hecho. Y éstas razones no son las propias de un energúmeno ávido de poder, sino de un muy hábil político que, desde su mundo cultural, defiende los intereses de su pueblo, y en cualquier caso, constituye ya desde hoy un eslabón más en la histórica y a menudo desgraciada lucha de los pueblos para alcanzar niveles mínimos de dignidad humana.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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