Necesidad del jurado
UNA MAYORÍA muy considerable de la opinión pública española se inclina por la introducción del jurado en la administración de justicia, según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (organismo oficial). Es una opinión de la ortodoxia democrática, que está prevista y contemplada por la Constitución, pero que se retrasa desde hace años. En opinión de quizá una mayoría de profesionales de la ley, el jurado podría ser más sensible a problemas sociales y sentimentales que a un baremo objetivo de definición de los delitos y aplicación de las penas. Es precisamente lo que la encuesta popular (EL PAÍS, 17 de agosto) viene a reprochar a la justicia tal como está hoy constituida; que el baremo no se aplica con objetividad por los jueces, sino que beneficia más "a unos que a otros" (puede leerse a la inversa: "perjudica más a unos que a otros").Sobre quiénes son unos y otros en la mentalidad popular no hay grandes dudas: los beneficiados serían los bien establecidos. La opinión no es nueva: ronda desde la novela picaresca hasta, como se ve, nuestros días. Aunque no siempre, hoy, corresponda tanto a las clases sociales de los inculpados como a las mentalidades de los jueces. Reiteradamente viene denunciándose cómo algunos de ellos castigan el aborto mas allá de la ley, o tratan de inhibirse en los divorcios, o persiguen formas de prostitución, por creencias personales o afiliaciones de estilos de conciencia: y se han visto casos similares en los que la sentencia ha sido inversa.
Uno de los juicios someros que la democracia hacía a la tecnocracia, cuando estas cosas se debatían, era el de que los tecnócratas evidentemente procedían de unas clases sociales pudientes y las perpetuaban y trataban de favorecerlas. En el caso del jurado, la democracia parecería imperar sobre la tecnocracia o la selección del poder. Pensando en algunas sentencias recientes de carácter llamativo, se puede llegar a la idea de que un jurado popular hubiese fallado de una manera contraria a aquella en que lo han hecho los jueces.
Hay jueces y abogados que estiman que el jurado introduciría factores teatrales en el juicio, y que un abogado o un fiscal tendrían que hacerse melodramáticos -como vemos en las películas norteamericanas o británicas- para ganar un juicio. Precisamente en la encuesta se estima también mayoritariamente que estos personajes del drama del juicio tendrían que expresarse de una manera mucho más clara, en lugar de con tecnicismos, y que esto haría bien a la causa de la justicia general.
La opinión encuestada va mas allá que el descontento con las personas que aplican las leyes: se queja de las leyes en sí, y de que su redacción, muchas veces muy antigua a pesar de las continuas reformas de los códigos, está hecha por y en beneficio de unos y no de todos. Es decir, que la evolución y la composición de la sociedad y de las costumbres ha ido más deprisa que la letra de los códigos. Podría decirse que esto es así, de una manera más general, no sólo en las leyes y no sólo en España: los poderes son de naturaleza conservadora y resisten cuanto pueden a las innovaciones que la sociedad requiere y que comienza a utilizar antes de que estén fijadas.
Es cierto que ha aumentado el número de españoles que acuden a la justicia, lo cual es un síntoma de civilización. Pero el aumento del número de jueces ha revelado que el desastre de la administración de justicia no sólo era cuestión de número. Es posible que la creación de una maquinaria legal más rápida y mejor repartida, que concediera más tiempo a los jueces para el estudio de las causas, fuera un gran progreso en la filosofía misma de las leyes y de su aplicación. Pero para que todo quedara completado, la institución del jurado, en condiciones que están todavía por debatir, sería uno de los progresos más importantes.
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