Sin noticias de Gurb
El alienígena visitó a la señora Mercedes en el hospital. Ella y su marido, el señor Joaquín, empiezan a pensar en la jubilación. Sugieren a su amigo la idea de traspasarle el bar de su propiedad. Esto desencadena en el extraterrestre un alud de dudas y reflexiones sobre la eventualidad de instalarse definitivamente en la Tierra y sus consecuencias. Todavía sin Gurb, su compañero de cuitas espaciales desaparecido justo después del aterrizaje, empieza a pensar en dar por finalizada la misión. Pero no sabe cómo regresar.Día 20 (continuación) 15.45 En casa. El piso es caluroso, sobre todo a esta hora. Instalaría aire acondicionado si no fuera porque los aparatos producen una vibración que acaba con mis articulaciones. Lo mismo me ocurre con la nevera: pasa ratos tranquila, pero de pronto, sin previo aviso, le entra un dengue que me saca de quicio. Ayer, sin ir más lejos, con sólo poner en marcha el minipimer, me rompí el fémur en tres trozos. Menos mal que tengo piezas de re puesto. El ventilador es más soportable, pero cuando está en marcha me mareo, porque no puedo apartar los ojos de las aspas. En fin de cuentas, lo mejor es prescindir de los aparatos e irse despelotando a medida que aumenta, la temperatura. Me quedo en camiseta y calcetines.17.00 No hay en todo el Universo una chapuza más grande ni trasto peor hecho que el cuerpo humano. Sólo las orejas, pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte con la evolución.
18.00 Salgo a dar una vuelta. Las calles están más animadas de lo habitual, porque, con la llegada del calor, el buen ciudadano se apresura a ocupar su lugar en las terrazas que los bares habilitan entre cubos de basura. Allí el buen ciudadano se ensordece, contamina e intoxica, paga lo que debe y vuelve a casa. Animado por su ejemplo, me compro un helado de cucurucho. Como es la primera vez que veo semejante producto, me como primero la galleta. Luego no sé qué hacer con la bola en las manos, me armo un lío, me pongo perdido y acabo tirando lo que queda de helado a una papelera.
18.40 Cuando regreso de mi paseo, veo a lo lejos a mi vecina. Un encuentro verdaderamente providencial. Evito que ella me vea por razones de buena crianza, pero tomo la firme decisión de aclarar lo nuestro hoy mismo. En la papelería compro recado de escribir; en el estanco, sellos. Temperatura, 28 grados centígrados; humedad relativa, 79 por ciento; viento encalmado; estado de la mar, llana.
19.00 Me encierro en casa, me lavo los dientes y dispongo sobre la mesa lo necesario para escribir una carta: una resma de papel, falsilla, tintero, plumilla, mango, papel secante, un boli (de refuerzo), el María Moliner, un manual de correspondencia (amorosa y mercantil), el refranero, la antología de la poesía española de Sainz de Robles y el libro de estilo de EL PAÍS.
19.45 "Mi adorable vecina: Soy joven y de aspecto agraciado; romántico y cariñoso. Tengo una buena posición económica y soy muy serio para las cosas serias (pero me gusta divertirme). Me encanta (además de los churros) viajar en metro, lustrarme los zapatos, mirar escaparates, escupir lejos y las chicas. Aborrezco la verdura en todas sus manifestaciones, lavarme los dientes, escribir postales y oír la radio. Creo que podría ser un buen marido (llegado el caso) y un buen padre (tengo mucha paciencia con los niños). ¿Te gustaría conocerme mejor? Te espero a las 9.30. Habrá comida (gratuita) y bebidas. Hablaremos de lo que te he dicho y de otros asuntillos, ji, ji. R. S. V. P. Estoy por tus huesos".
19.55 Releo lo escrito. Rompo la carta.
20.55 "Querida vecina:
Ya que vivimos en el mismo edificio, he pensado que sería bueno que nos conociéramos mejor. Ven a las 9.30. Prepararé algo de comer y comentaremos algunas cuestiones relacionadas con el inmueble (y otras no). Un cordial saludo, tu vecino".
21.05 Releo lo escrito. Rompo la carta.
21.20 "Estimada vecina: Tengo unas cosas en la nevera que se están echando a perder. ¿Por qué no vienes y nos las acabamos? De paso, hablaremos del inmueble y de sus reparaciones (nuevo motor del ascensor, restauración de la fachada, etcétera). Te espero a las 10. Atentamente, un vecino".
21.30 Releo lo escrito. Rompo la carta.
22.00 "Tengo la casa llena de grietas... ".
22.20 "Tengo comida agusanada... "
23.00 Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta a mi mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su error, ni yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro hijos: Pilarín (el primogénito), Chinag, Wong y Sergi. Trabaja de sol a sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a buscar el Golden Gate (en vano) en compañía de toda su familia. Me dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra. Me pregunta que a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de sabor indefinible, pero muy áromático.
00.00 Cantamos Bésame mucho. Otra copita.
00.05 Cantamos Cuando estoy contigo. Otra copita.
00. 10 Cantamos Tú me acostumbraste. Otra copita.
00. 15 Nos hacemos coletas de fideos, cantamos Anoche hablé con la luna y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la travesía, me llevo la botella.
00.30 Bajamos por la calle Balmes cantando De nuevo frente a frente y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente colgante. ¡Qué risa!
00.50 Nos sentamos a las puertas del Banco Atlántico y cantamos Cuidado con tus mentiras. Lloramos.
01.20 Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos. Lloramos.
01.40 Nos estiramos en el suelo en la plaza de San Felipe Neri y cantamos Más daño me hizo tu amor. Lloramos.
02.00 Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en cuello. El Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le cantamos Voy a apagar la luz para pensar en ti.
02.20 Paramos un taxi, subimos y le decimos al taxista que nos lleve a China. En el taxi cantamos Se me olvidó que te olvidé.
02.30 El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.02.55 Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta condición tan degradada.
03. 10 Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en la cama. Todavía sin noticias de Gurb.
Día 21
09.20 Me despierto embargado por una extraña sensación. Tardo un rato en recordar lo ocurrido ayer noche. La evocación de los hechos me permite entender el origen de la jaqueca y las náuseas pero no el de la inquietud que me invade. Por más que hago memoria, no recuerdo en qué momento saqué la cama al balcón. Tampoco recuerdo haber comprado estas sábanas con estampados salaces. Ahuyento las palomas que se arrullan sobre la colcha y me levanto.
09.30, En el botiquín no hay sal de fruta; en su lugar hay una botella de pipermín. ¿Me estaré volviendo majareta? Me lo tengo merecido por crápula.
09.40 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con un paquete. En el paquete, doce trajes de lino de Toni Miró, que, según reza el albarán, yo mismo me hice hacer ayer. No sé a qué se refiere, pero no me siento con fuerzas para discutir. Pago y se va.
09.50 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con una caja. En la caja, cinco kilos de caviar beluga y 12 botellas de champán Krugg, que, según reza el albarán, yo mismo compré ayer en Semon. Ni idea. Pago y se va.
10.00 Llaman ala puerta. Abro. Son unos operarios que vienen a instalar el jacuzzi que yo mismo encargué ayer. Los dejo, soplete en mano, destruyendo tabiques.
10.05 Salgo del piso algo aturdido. Bajo las escaleras con paso inseguro. Para no sufrir un accidente, opto por bajar sentado, dejándome resbalar de escalón en escalón. Cuando paso frente a la puerta de mi vecina, acelero para no ser sorprendido en esta pose vejatoria.
10.12 En el portal me aguarda la portera con el ceño fruncido. Intento esquivarla, pero se interpone. Me dice que esto no puede seguir así; que ella es muy liberal, pero con el buen nombre del edificio no transige, que a ver qué escándalo es éste. Si quiero arruinar mi salud, dilapidar mi hacienda y pisotear mi buen nombre, es asunto mío, añade, pero lo otro es algo que atañe a todo el vecindario, y eso sí que no. Acto seguido me rompe la escoba (nueva) en la cabeza.
10.23 Subo al autobús. El conductor del autobús me ordena apearme. Mientras él sea el conductor, declara, en su autobús no suben tipejos de mi calaña.
11.36 Después de una caminata considerable, llego al hospital donde sigue internada la señora Mercedes. Antes de entrar, unos enfermeros provistos de mangueras me fumigan de la cabeza a los pies. Me pregunto qué estará pasando aquí.
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