Desbarajuste en Barajas
EL CALOR extremado afecta a los sistemas de comunicación telefónica. En España, en agosto suele hacer bastante calor (y en Madrid, muchísimo calor). Alguien tendría que haber relacionado los enunciados anteriores para construir un fácil silogismo y prever las medidas a tomar a fin de evitar lo que ocurrió en la tarde noche del sábado: durante más de seis horas, todo el sistema de control aéreo dependiente del centro de Paracuellos (Madrid) estuvo en situación no operativa debido a la avería que el fuerte calor reinante provocó en la central telefónica de Alcobendas.De esa central dependen los sistemas de comunicación del centro de control aéreo más importante de España, por lo que la avería afectó a las comunicaciones con los aeropuertos de Galicia, Asturias, Santander, País Vasco, Pamplona, Zaragoza, Sevilla y Málaga. Una extensa zona de unos 400.000 kilómetros cuadrados, prácticamente la mitad de la Península, quedó oscurecida para la aviación entre las 18.30 del sábado y la una de la madrugada del domingo. Durante ese tiempo no salieron vuelos del aeropuerto de Barajas, pero hasta las diez de la noche tomaron tierra en él aviones que habían transitado por esa zona de sombra. Un sábado de agosto y en un país cuya primera industria es la turística.
Una escueta nota de la Dirección General de Aviación Civil daba cuenta ayer de la incidencia precisando que, durante esas seis horas y media, los vuelos procedentes de Canarias, Andalucía, África y el resto de Europa fueron "reencaminados por la región de información de vuelo de Barcelona". Por su parte, la Compañía Telefónica, ninguno de cuyos responsables estuvo localizable para la prensa durante la jornada del domingo, aseguraba ayer en otra nota oficial que la avería no afectó a la ruta de reserva, con capacidad suficiente para haber mantenido en funcionamiento el aeropuerto de Barajas. El desbarajuste revela como mínimo una estremecedora falta de coordinación entre dos servicios públicos relacionados con las comunicaciones. Pero es también un síntoma de la desidia que sigue afectando a la prestación de los servicios públicos en general.
España no es un país rico. Su renta es un tercio menor que la media de los países de la Comunidad Europea. Ello obliga a seleccionar prioridades en el gasto público. Sin embargo, tampoco es un país tan pobre como para que los ciudadanos (cuyos impuestos han crecido más rápidamente que en cualquier otro país industrializado) tengan que soportar un deterioro creciente de la mayoría de los servicios. Se nos ha dicho que la prioridad máxima es la mejora de las infraestructuras, y en primer lugar del sistema de comunicaciones, a fin de superar los cuellos de botella que dificultan un desarrollo armónico de las posibilidades de crecimiento de la economía española. Pero en un área tan decisiva como las comunicaciones telefónicas, de las que a su vez dependen servicios como el del transporte aéreo, la cosa no sólo no mejora, sino que va a peor. El usuario ha acabado instalándose en una especie de fatalismo: considera una casualidad afortunada hallar una cabina que funcione. Y en verano y en zonas de vacaciones, más que casualidad, milagro. Este deterioro no es fácil de disimular y, sin duda, está influyendo en el estancamiento del sector turístico en algunas áreas.
Sus efectos resultarían menos irritantes si existiera una mayor profesionalidad en las relaciones con el usuario. Aquí el dar explicaciones al cliente sigue considerándose un favor que se dispensa o no según el humor del empleado de turno. El agradecimiento que nos embarga cada vez que encontramos a alguien que en lugar de reñirnos por nuestra ignorancia trata de responder a nuestras demandas de información demuestra que aquí lo normal sigue siendo excepcional. El mes pasado, una avería ocasionada por los incendios que asolaron la provincia de Alicante dejó a buena parte de la misma sin teléfono. Los miles de desamparados usuarios que se encontraron con el cartel de no funciona en los locutorios de las poblaciones costeras y que trataron de indagar sobre posibles alternativas obtuvieron respuestas cuyo resumen podría ser: "Como los teléfonos no funcionan, no podemos saber cuánto durará la avería ni a qué zonas afecta". Es decir, arrégleselas como pueda. Y si alguien osase protestar, ya sabe lo que le espera: "A mí qué me cuenta; yo sólo soy un mandado".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Transporte escolar
- Avionetas
- Opinión
- Paracuellos del Jarama
- Retrasos transporte
- Cancelaciones transporte
- Ayuntamientos
- Transporte mercancías
- Incidencias transporte
- Funcionarios
- Aeropuertos
- Telefónica
- Administración local
- Provincia Madrid
- Función pública
- Tráfico
- Comunidad de Madrid
- Transporte carretera
- Telecomunicaciones
- Empresas
- España
- Transporte aéreo
- Administración pública
- Comunicaciones
- Economía
- Transporte