Una oportunidad para los kurdos
La zona fronteriza entre Irak y Turquía, 'campo de batalla' de una disputa nacionalista
Dicen que el uniforme kurdo -faja, turbante, mostacho y enormes pantalones colgantes y abombados- se ha visto con frecuencia en Kuwait desde que el Ejército iraquí invadió y ocupó el rico emirato petrolero, en la madrugada del 2 de agosto. Sadam Husein admite la singularidad kurda e incluso ha concedido una teórica autonomía a la zona del Kurdistán bajo su control. Vana ilusión para un pueblo tan lejos de alcanzar su identidad nacional en Irak como en Turquía, donde ni siquiera se le reconoce el derecho a llamarse kurdo. Sin embargo, el nuevo conflicto en el Golfo abre nuevas perspectivas que tal vez los kurdos puedan aprovechar para intentar dejar de ser un pueblo sin tierra y sin Estado. Es difícil que lo consigan.
Farzad Bazoft, el periodista británico de origen iraní ahorcado el pasado marzo tras ser condenado por espionaje, era uno de los centenares de informadores -entre ellos un enviado especial de EL PAÍS- que Irak invitó el pasado mes de septiembre para contemplar sobre el terreno el "funcionamiento democrático" del modelo autonómico implantado en la tierra de los kurdos, al norte del país, en la zona fronteriza con Irán, Siria y Turquía.Bazoft no pudo viajar a Arbil, capital de la región, que se erige sobre el asentamiento humano más antiguo de que se tiene noticia, porque días antes fue detenido tras visitar clandestinamente la zona en la que una gigantesca explosión en una planta militar mató a centenares de personas y tomar unas muestras de tierra que habrían de convertirse en su principal testigo de cargo.
Los compañeros de viaje del infortunado periodista tuvieron, no obstante, el privilegio de presenciar en directo cómo se elegía a los 50 miembros de la Asamblea legislativa kurda. Las danzas y canciones en honor del jefe supremo, los gritos de "Dios bendiga al presidente Sadam Husein" y los centenares de retratos de éste (como beduino, militar, fiel creyente, padre de familia o conductor de masas) formaban el escenario -ante una impresionante ciudadela que se eleva en una colina- de una representación que apenas lograba ocultar que ni los comicios eran representativos, ni había auténtica posibilidad de elegir entre opciones diversas, ni, en todo caso, la Cámara que iba a salir de las urnas serviría para mucho.
Operación de imagen
La operación de imagen pretendía demostrar al mundo que las informaciones sobre supuestas matanzas, destrucción de centenares de pueblos, empleo masivo de armas químicas y desplazamientos forzosos de decenas de miles de kurdos eran una patraña. Pero ni siquiera las autoridades iraquíes se negaban a admitir que en la zona fronteriza con Irán y Turquía se había trazado un cordón sanitario de más de 20 kilómetros de fondo, justo tras alcanzarse el alto el fuego con la república islámica del ayatolá Jomeini, en agosto de 1988.
Casi 100.000 kurdos iraquíes huyeron aterrados a la vecina Turquía, donde sobrevivieron en lastimosas condiciones, después de que Sadam ordenara la utilización de la bomba atómica de los pobres. Sus testimonios no dejaron lugar a dudas. Las espeluznantes fotos que distribuyeron las agencias internacionales de prensa, tampoco. Un pueblo en particular, Halabja, se convirtió en la Gernika kurda. Miles de personas dejaron en él sus cuerpos abrasados por el veneno horrible que cayó del cielo.
Sadam Husein aplicó una solución quirúrgica que ha hecho posible que, desde entonces, apenas se haya oído hablar de la resistencia kurda iraquí. Ésta se muestra más activa en el exterior que en el interior, habla incluso de formar un Parlamento en el exilio (siguiendo el modelo palestino) y asegura que cuenta aún con unos 10.000 combatientes en dos organizaciones: el Partido Democrático de Kurdistán, de Masud Barzani, y la Unión Patriótica de Kurdistán, de Jalai Talabani. -
Uno de cada cinco habitantes de Irak es kurdo, unos 3,5 millones en total, aunque sólo unos dos millones viven en las tres provincias de la región autónoma que Sadam decidió crear en 1974. Al este, en Irán, viven entre cuatro y cinco millones; medio millón en Siria; unos cientos de miles en la Unión Soviética, y tal vez ocho millones en Turquía.
Y es en Turquía donde está el segundo frente. Los militares, los funcionarios del Gobierno y la casi totalidad de la clase política, incluso la oposición de izquierdas, se niegan a reconocer el hecho nacional kurdo, aunque poco a poco se abre paso la necesidad de admitir la singularidad cultural. En los sectores más progresistas, la palabra kurdo deja de ser tabú, pero aún se prefiere la expresión hombres de las montañas.
En un viaje por la región, entonces bajo la ley marcial, efectuado hace tres años, un enviado especial de EL PAÍS pudo comprobar que la población de esa región montañosa del sureste de Turquía, étnicamente kurda en su gran mayoría, que emplea tanto más su lengua cuanto más lejos está de las grandes ciudades, tiene una preocupación fundamental: sobrevivir. No es fácil. En las áreas fronterizas, los guerrilleros llegan a veces por la noche, exigen alimentos, reclutan a la fuerza a los jóvenes y queman las casas de los colaboradores. Por la mañana, son los soldados y gendarmes los que traen su ración de miedo y terror.
En Turquía, es el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, que se cree que cuenta con menos de 3.000 combatientes, el que lleva el peso de la lucha. Nada podría hacer sin sus santuarios en Siria y sobre todo en Irak. Ankara y Bagdad suscribieron un compromiso, en 1984, que permite que el Ejército de uno de los dos países ejerza, con el permiso previo del vecino, el derecho de persecución al otro lado de la frontera. Los aviones turcos ya lo han ejercido en ocasiones, y con efectos devastadores.
De vecinos a enemigos
En la actual situación, sin embargo, es poco probable que esta cooperación se mantenga. De repente, Irak y Turquía ya no son buenos vecinos. El petróleo de los ricos yacimientos del norte ya no fluye hacia el Mediterráneo atravesando territorio turco. Los intercambios comerciales se han interrumpido. Los F-111 norteamericanos esperan en la base de Incirlik la orden de atacar al gran Satán, que ya no es Jomeini, sino Sadam Husein. La OTAN se vuelca en apoyo a su aliado de Oriente y advierte que una acción iraquí contra Turquía sería considerada casus belli y provocaría una inmediata respuesta militar.
Ésta podría ser la hora de los kurdos. Si reanudan su actividad guerrillera en Irak, el Ejército de este país puede estar demasiado ocupado para prestarles atención. Si la incrementan en Turquía, su santuario al otro lado de la frontera sería, teóricamente, más seguro que nunca. Si fueran perseguidos allí lo serían sin autorización de Bagdad (no se hacen favores al enemigo).
La línea fronteriza se está convirtiendo en un fortín. Tropas y armas se concentran a ambos lados en previsión del estallido de un conflicto de grandes proporciones. Pero la orografía de la región hace muy dificil un filtro totalmente efectivo.
Habría que estar en el pellejo de los apocular (como se conoce a los guerrilleros en Turquía) y los peshmerga (así se les llama en Irak) para saber si tienen capacidad de sacar provecho de la situación y forjar alianzas como las que en el pasado han demostrado que terminan volviéndose en su contra.
Lo más probable es que al final los kurdos sigan en su triste papel histórico: el de víctimas. Llevando muy lejos la especulación, la victoria de Turquía en una eventual guerra con Irak podría despertar en los irredentistas que añoran el desmoronado imperio otomano la vieja reivindicación sobre la rica región petrolífera de Mosul (en el Kurdistán iraquí), que arranca de los primeros años del régimen modernizador de Mustafá Kernal Atatürk, y que quedó aparentemente descartada con la atribución de la zona a Irak, en 1926.
La principal arma que tiene ahora la guerrilla nacionalista kurda es su pasividad, a la que puede poner un alto precio: más autonomía en Irak, alguna autonomía en Turquía, aunque esto vaya contra la propia concepción del Estado que diseñó el padre de la patria. La independencia parece descartada. Pero la independencia es, a estas alturas, poco más que una referencia obligada, un sueño imposible de un pueblo con destino de perdedor.
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