Bisturí
A un amigo mío le dolía la cabeza la semana pasada, y el neurocirujano le ha trepanado el cráneo y la duramadre con un berbiquí del 7. Rapado como un sacerdote de Mesopotamia, está ahora en el hospital, más guapo que nunca, con dos sondas en las sienes que vierten directamente en el sumidero las excelentes neuronas que le sobraban. A otro amigo, en un descuido, también le acaban de volar medio páncreas de una sola tajada. En este momento luce en el plexo solar una cicatriz en forma de chicote que libera reflejos de color malva desde popa cuando el hombre navega por el mar de Denia. Están cayendo los cuchillos muy cerca, y a estas alturas de la vida, el pelotón de mis amigos en buena parte se halla ya cercenado. En vista del caso, antes de que sea tarde, he ido por mi propio pie a ofrecer mi cuerpo a una hamburguesería, pero el cocinero que me recibió por la puerta de atrás sólo daba por mí 4.000 pesetas después de discutir mucho. Por ese precio prefiero seguir soñando. Mientras los cazabombarderos se dirigen al golfo Pérsico, seguiré contemplando extasiado las lagartijas, puesto que la historia universal no es sino lo que acontece todos los días en 200 metros a la redonda de cada uno. En ese círculo se producen suficientes heridas y pasiones como para colmar cualquier vaso, aunque sea el corazón más agrio. Ahí se desarrollan, igualmente, los perfumes, los lances de amor y las horas de belleza que te sacian. Hay que ser duro: si el mundo se hunde, que te pille regando los geranios. Se necesita gran fortaleza para bordar flores en un almohadón cuando el siroco trae el hedor de la dinamita. Se prepara otra guerra santa del petróleo, y las cabras de Arabia ya están balando de dolor antes de que el ardiente fósforo se las lleve al Edén, pero eso es una abstracción que sucederá tal vez sobre la arena ondulada. La verdad estriba en que cerca de ti a un amigo le han perforado la duramadre y a tu propio cuerpo lo han rechazado en una hamburguesería, y que a pesar de todo la belleza aún va brotando.
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