_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Otra crisis?

Aunque la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) carece hoy día de la capacidad de presión que tenía en 1973 y 1979, cuando cuadruplicó primero y dobló después los precios del crudo, produciendo en el resto del mundo la mayor recesión económica desde la gran depresión, la reciente invasión de Kuwait por el Ejército iraquí, de consecuencias imprevisibles, constituye una brutal llamada de atención a la complacencia con la que el mundo occidental viene tratando los temas energéticos en los últimos seis o siete años.Con una deuda de unos 80.000 millones de dólares, derivada de sus ocho años de sangrienta guerra con Irán, que le cuesta anualmente en intereses unos 7.000 millones de dólares, y un gigantesco ejército prácticamente en pie de guerra de un millón de hombres, que supone otros 15.000 millones de dólares anuales, la economía iraquí se encuentra prácticamente en bancarrota, y para hacer frente a esta carga, el único medio realmente significativo con que cuenta este país son las exportaciones de petróleo (Irak es el segundo productor de la OPEP), cuyo precio había caído desde 22 dólares por barril a principios de año hasta 15 dólares por barril hace sólo dos semanas, ello sin contar, además, con que el dólar se había depreciado también entre un 14% y un 18% frente a las principales monedas mundiales, en las cuales se encuentra más de la mitad de la deuda iraquí.No es, pues, algo sorprendente que Sadam Husein, que no es precisamente un político moderado, amenazara seriamente a Kuwait y a los Emiratos, países que habían incumplido reiteradamente la disciplina de producción de la OPEP, llegando incluso a afirmar que era "preferible cortar cabezas que dejar seguir cayendo los precios". El mensaje fue rápidamente comprendido por los kuwaitíes, ya que saben mejor que nadie que el presidente iraquí es perfectamente capaz de cumplir sus amenazas, máxime cuando se ha convertido en la mayor potencia militar de la región, si se excluye a Israel.El efecto fue fulminante, ya que Irak consiguió elevar por primera vez desde 1986 el precio de referencia del crudo, y prácticamente sin discusión, situándolo en 21 dólares por barril frente a los 18 dólares precedentes. Sin embargo, a la luz de lo ocurrido, esto era claramente insuficiente para los deseos (y necesidades) iraquíes, y la demanda de las grandes áreas consumidoras (Europa, EEUU y Japón) estaba estabilizada, excepto para gasolinas, con lo que el precio del mercado se había quedado por debajo del deseado (unos 19 dólares por barril), y no era probable, si nada más hubiera ocurrido, que el nivel de 21 dólares se hubiera alcanzado antes del invierno.

Adicionalmente, Irak había presentado una lista de reclamaciones tan elevada que más pareciera las cuentas del Gran Capitán. En primer lugar, había reclamado a Kuwait una indemnización de 2.400 millones de dólares para el petróleo que, según Bagdad , los kuwaitíes les han robado del gran yacimiento de Rumaila, el cual se extiende a lo largo de unos cuatro kilómetros de frontera a un lado y otro de ambos países. En segundo lugar, exigía el pago por Kuwait y los Emiratos de otros 14.000 millones de dólares en concepto del daño que han producido a la economía iraquí con su política de sobreproducción de petróleo. Finalmente, pedían que tanto Kuwait como otros países árabes, incluida Arabia Saudí, condonaran la deuda de 30.000 millones de dólares que Irak contrajo durante su guerra con Irán (sólo Kuwait prestó a Irak 10.000 millones de dólares).

Aparentemente, la delegación iraquí, presidida por el vicepresidente del Consejo Revolucionario, Izzal Ibrahim, reunida el martes en Yedda, no dio apenas a los kuwaitíes la oportunidad de pensárselo dos veces. Presentaron abruptamente sus demandas sobre la base de todo o nada, y en poco más de una hora se levantaron y se fueron. Horas más tarde, el Ejército iraquí ocuparía Kuwait, a pesar de que sólo hace una semana Sadam Husein había prometido al presidente egipcio, Hosni Mubarak, que no atacaría a Kuwait y Mubarak afirmase que el conflicto era una "mera nube pasajera".

¿Qué va a pasar ahora? De momento, el precio del petróleo y productos petrolíferos se ha disparado; en unas horas, el crudo ha pasado de 19 a 23,5 dólares, y los productos han subido notablemente. Es una reacción lógica ante la incertidumbre de la situación. Irak no es probable que se retire de Kuwait con las manos vacías, el apoyo internacional de varios países árabes fue evidente en las últimas semanas, y ha debido pesar en la decisión del presidente iraquí de invadir Kuwait, y además esta ocurnación. reesuelve de golpe todos los problemas económicos de irak.Un nuevo Irak sin problemas económicos se convertiría en la potencia líder de Oriente Medio. Para Israel pasaría a ser una amenaza gravísima, y el resto de los árabes modeíados, como Arabia Saudí, no podrán evitar el someterse a muchas de sus pretensiones, por ejemplo aceptar y seguir los niveles de precios del petróleo que Irak deseara imponer a la OPEP.

Lo que parece seguro es que los precios de crudo van a subir más, lo cual traerá como consecuencia inmediata una ralentización del crecimiento mundial y una aceleración de la inflación. En el caso de España, mucho más dependiente de las importaciones de petróleo que la mayoría, un incremento de los precios del crudo en un 30% añadiría alrededor de un punto a la inflación, sumando los efectos directos e indirectos. Una elevación de tres dólares por barril supondría un coste adicional de unos 1.000 millones de dólares al año a nuestra economía.La situación creada por la invasión iraquí viene a poner de manifiesto una vez más dos hechos tan obvios y conocidos que resulta sorprendente la poca atención que se les presta: el primero, que Oriente Próximo es una zona profundamente inestable, a la cual no afecta lo más mínimo la distensión que se está produciendo en otras áreas del mundo; el segundo, que con los dos tercios de las reservas mundiales de crudo, tal inestabilidad es una amenaza permanente para la seguridad del mundo occidental y para nuestro nivel de vida.

Además, el problema se va agudizando, ya que las reservas fuera de la OPEP, incluidas las de la URSS, descienden rápidamente, consumidores y Gobiernos han olvidado la necesidad de ahorrar energía e incrementar la eficacia de su utilización, algo que tanto contribuyó en el pasado a contrarrestar la crisis, y lo que es más preocupante, el incentivo a desarrollar energías alternativas se ha desvanecido, y las que son competitivas, como la nuclear, están paralizadas por razones a veces muy discutibles. Por ello, aun sin la crisis actual, el tiempo juega a lavor de la OPEP.

En cinco o seis años el grado de dependencia del petróleo árabe será similar al de 1974, y nada autoriza a pensar que los productores vayan a ser moderados en sus exigencias. Si los consumidores hemos olvidado tan rápidamente las consecuencias de las dos sucesivas crisis, ¿por qué los productores no van a olvidar las consecuencias que tuvo para ellos el multiplicar salvajemente los precios?

Hoy día las importaciones de petróleo vienen a representar entre el 1 % y el 2% del producto interior bruto (PIB) en los principales países consumidores. Para llegar al 5% del PIB que alcanzaron en 1980, los precios tendrían que subir a más de 60 dólares por barril, algo que no parece posible hoy, incluso con la crisis actual, pero si Occidente no reacciona vamos camino de ello, y antes o después, durante la presente década, es probable que acabe sucediendo, porque un grupo de no más de seis países tendrá el control efectivo de cantidades y precios antes del fin de esta década, y pueden no ser precisamente políticos sensatos y moderados quienes los controlen.

Roberto Centeno es catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_