Infierno
Podemos domesticar todos los espejos para que nos devuelvan la imagen en la que más nos gusta contemplamos. Quizá no hagamos otra cosa a lo largo de la vida. Pero de vez en cuando, al fondo de un oscuro pasillo, en la ventanilla del metro o en las aguas inmundas de una pesadilla, nos encontramos de súbito con nuestro verdadero rostro. Es como un latigazo de inteligencia sucedido en el interior de una resaca. ¿De quién es ese rostro desagradable?, nos preguntamos durante una fracción de segundo. La respuesta llega tan rápida como la negación de que esa imagen desaliñada era la nuestra.Como todos los años por estas fechas, llegan noticias de nuestras cárceles, de nuestros reclusos, de nuestros funcionarios de prisiones. El infierno alcanza su punto de ebullición, y los reclusos, aupados por la desesperación o por el sida, se encaraman a los tejados del infierno y gritan -nos gritan- que mecesitan más afecto, más metros cuadrados, mejores condiciones sanitarias. ¿Cómo es posible que una presa muera de septicemia en el basurero de su celda tras padecer durante días fiebres superiores a los 40 grados? ¿Por qué ningún partido político se moviliza o nos moviliza frente a se mejante horror? ¿Es que la defensa de los derechos humanos de los pre sos no produce ya beneficios ideoló gicos? ¿No se traduce en votos? La delincuencia, como los bancos o las multinacionales, forma parte de la estructura social en la que nos ha tocado vivir. Los presos y las presas son la parte más desastrosa de nosotros, nuestro lado oscuro. La digestión social produce presos como produce pobres, locos, desarraigados y poetas. De manera que las cárceles son nuestras cárceles y los presos son nuestros presos. Son el espejo en el que por estas fechas nos miramos y nos devuelve, implacable, nuestro verdadero rostro moral. No podemos falsificar ese espejo porque grita demasiado. ¿Por qué no cambiar la realidad que refleja?
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