El acertijo de Salinas
El articulista analiza la situación política por la que atraviesa México, la cual, en su opinión, ha provocado que se desdibuje el optimismo con que se enfocaba la realidad mexicana. Considera el autor el fracaso del programa económico de Salinas como la razón fundamental que impide que el país sea realmente democrático.
Hay una primera lección que conviene sacar de los acontecimientos recientes en México, incluyendo aquellos que convirtieron en protagonistas a quienes nos dedicamos a analizar la actualidad, no a participar directamente en ella. Con motivo de las violaciones crecientes a los derechos humanos, ha comenzado a desdibujarse el enfoque optimista -en algunos casos, quizás beato- que amplios círculos políticos, financieros e intelectuales en el extranjero habían adoptado para encaminar la realidad mexicana reciente. En muchos sentidos, ya era tiempo.Esa visión internacional tan favorable, que concedía el beneficio de la duda al presidente Carlos Salinas de Gortari, descansaba en una premisa central, falsa pero verosímil. El régimen del joven mandatario mexicano había puesto en marcha un audaz programa de modernización económica que, por desgracia, aún no se había visto acompañado de un proceso análogo en materia política. Ya vendría. Abundaban en la prensa internacional las explicaciones del desfase: inercias propias de un sistema autoritario en vías de apertura; resistencias internas al PRI o al propio Gobierno; excesivo deseo de poder por parte de Salinas; todas, incongruencias menores que con el tiempo se solucionarían.
Los aplausos a la orientación económica del régimen mexicano, encerraban una contradicción central. De tratarse de una política económica acertada -no en abstracto ni en otras latitudes, sino en México-, y de producir los resultados esperados -estabilidad de precios, crecimiento económico, mayor competitividad y mayores exportaciones-, debería surtir los efectos políticos que cualquier éxito económico normalmente genera. De allí el enigma: si gracias a la política económica tan festejada, la situación económica y social de los mexicanos está mejorando, no existe razón alguna para seguir temiéndo a la democracia. ¿Por qué, si la economía funciona, no abrir la política y ganar en toda la línea? ¿A qué se debe la obstinada renuencia de Carlos Salinas de llevar a cabo una verdadera reforma política y de desterrar el fraude electoral de una vez y para siempre?
Respuesta evidente
La respuesta al acertijo salinista es evidente: la economía no funciona como debiera; por ende no produce los efectos esperados; por tanto, la apertura entrañaría una débácle priísta, y por ello no hay democratización a la vista.
El gran problema con el proyecto económico de Carlos Salinas es que su justificación principal consiste en el fracaso de modelos anteriores, no en sus virtudes intrínsecas. Requiere de cantidades masivas de financiación del exterior que, simplemente, no llegan; exige una clase empresarial que México nunca ha tenido; y necesita mucho tiempo para madurar, tiempo del cual el presidente mexicano sencillamente no dispone. A largo plazo, el programa económico conservador podrá brindar frutos; a corto o mediano plazo, no.
Las perspectivas tampoco son catastróficas: no se puede vaticinar un desplome económico. Más bien, todo indica que el sexenio salinista se encamina hacia una versión mejorada del de su antecesor, Miguel de la Madrid: en lugar de un crecimiento nulo en promedio, una expansión de 2% a 2,5% anual en promedio, es decir, el equivalente del incremento demográfico. La economía mexicana o bien puede pagar sus cuentas externas, sin crecer más que al ritmo poblacional, o bien crece más pero sólo con cantidades de dinero muy superiores para cubrir su brecha externa, comercial y de deuda.
En 1989 el crecimiento ecomómico apenas superó el de la población; este año será sin duda menor. Esto no se deberá a un error o a un accidente. Es el resultado de un enfriamiento deliberado de la economía por parte del Gobierno: carece de las divisas para financiar la brecha comercial que implicaría una expansión superior. De por sí, las cifras de comercio exterior del primer cuatrimestre muestran un panorama desolador: el déficit suma 874 millones de dólares (CIF-FOB), equivalente a una brecha anualizada y corregida estacionalmente de casi 3.000 millones. A ese ritmo, el país va hacia un déficit comercial de más de 2.000 millones en 1990.
La exigüidad del crecimiento econónico, aunada a las presiones a favor de la apertura política, produjeron un clima de tensión y de surenchére externa. El clima de tensión proviene del fraude electoral que se mantiene: comicio tras comicio, el PRI y el Gobierno, a todos los niveles, se empeñan en ganar todo lo posible y en perder sólo cuando no hay de otra. El resultado es evidente: desgaste, desencanto y desprestigio, sobre todo para el poder, pero también para la oposición, principalmente de centro izquierda. Michoacán, Guerrero -Estados del centro de la República-, la ciudad michocana de Uruapán; en noviembre, el Estado de México que rodea al Distrito Federal: la letanía del fraude persiste.
La surenchère externa está a la vista de todos: cuanto menos marcha la economía y más dinero se necesita, mayores las con cesiones o las seducciones que el Gobierno de México se ve obligado a realizar en dirección de su principal benefactor: los Estados Unidos. Tratado de libre comer cio, política económica, ya ni si quiera a la Felipe González, sino abiertamente a la Ronald Rea gan o a la Margaret Thatcher; guerra formalmente sin cuartel, -y sin recato- al narcotráfico. En la cooperación sobre el narcotráfico yace uno de los orígenes de las violaciones a los dere chos humanos. Cada vez es más indispensable la cooperación mexicana con Estados Unidos en materia de nacotráfico, porque cada vez es más necesaria la cooperación de Estados Unidos para conseguir dinero: inversión, créditos, repatriación de dinero mexicano fugado, etcétera.
Según el pavoroso informe de la prestigiada organización norteamericana America's Watch, "las desapariciones, los asesinatos, la tortura y otros abusos violentos. de derechos humanos por las fuerzas de seguridad se han institucionalizado en México y el Gobierno carece de la voluntad política para poner término a esta situación... Éste patrón de excesiva violencia y abusos sólo puede significar que o bien el Gobierno mexicano ha adoptado una política que consiste en tolerar ese comportamiento o bien que ha perdido el control sobre sus órganos de seguridad y procuración de justicia". Éste es el resultado de esa cooperación a ultranza con Estados Unidos: el surgimiento de un aparato de seguridad fuera de control, porque se vuelve objeto de demandas que no está en condiciones de cumplir. La Policía Judicial Federal mexicana, corrupta, violenta, mal entrenada, no puede convertirse de la noche a la mañana en los intocables de Ellott Ness.
Todo ello no podrá más que favorecer a las oposiciones al Gobierno del presidente Salinas, que han sufrido en carne propia, los efectos de la benevolencia externa para con su contrincante la radicalización del programa gubernamental, o la sucesión de fuites en avant del régimen salinista, además de ser una prenda indiscutible de su creciente predicamento, ha abierto un espacio en el centro del espectro político. Todos se aprestan a ocuparlo: los priístas honestos -Y algunos no tan honestos- y descontentos con la política del régimen, y las fuerzas más moderadas que se coaligaron en torno a la cándidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. El mismo Cárdenas ha podido recentrarse gracias al giro extremista del Gobierno, volviendo a ocupar paulatinamente el sitio en el centro izquierda que había conquistado en 1988. Hasta los sectores más consecuentes -que no están dispuestos a transar con el régimen- del PAN y diversos representantes de pensamiento intelectual independiente, han comenzado a configurar en los hechos, y gracias al vacío en el centro que Salinas ha creado, una alternativa en ciernes al proyecto actual.
Dicha alternativa descansa en tres premisas: una obvia y dos implícitas. La primera es la democratización del país: para que México deje de ser uno de los últimos bastiones del autoritarismo en el mundo y finalmente emprenda su tránsito hacia una democratización electoral real, al estilo de Chile o de Nicaragua, de Polonia o de Hungría. Por supuesto que dicha democratización no debe limitarse a lo electoral: implica también cambios de fondo en los sindicatos, partidos y asociaciones y, quizas mas que nada, en los herméticos y perversamente controlados medios masivos de comunicación.
La segunda premisa, menos elaborada, es de índole económica. Se trata, a final de cuentas, de la suma de matices de moderación que habría que Imprimirle a la política económica actual, y que, en su conjunto, constituyen un programa sustancialmente distinto. No se trata de cerrar la economía, sino, como ha dicho el ex secretario de Hacienda Jesús Silva Herzog, de abrirla menos, más selectiva y lentamente. No se trata de suspender el pago de la deuda, sino de negociarla con menos prisas y menos aislados del resto de los deudores, para lograr un mejor acuerdo. No se trata de preservar un sector estatal efectivamente obeso, pero tampoco de privatizar por prurito ideológico, moda o presión externa. El Gobierno de Salinas está tratando -hasta ahora sin éxito- de rematar importantes sectores del patrimonio nacional; quienes se oponen no lo hacen por prejuicio o peticion de principio, sino por mera sensatez.
Premisa social
Por último conviene mencionar una premisa social. Apenas ahora se comienza a vislumbrar el estraordinario rezago social que el país acumuló a lo largo de los últimos seis años, durante el sexenio del presidente anterior, Miguel de la Madrid. Cuando mueren niños de sarampión en las calles de la ciudad de México por falta de vacunas; el sistema telefónico del país se encuentra hecho trizas; se redujo casi a la mitad, en términos reales, el gasto educativo en un país en el que la mitad de la población no ha cumplido 18 años, se percibe la magnitud del desastre que heredó el Gobierno de Salinas. Pero no ha podido hacer mucho para remediarlo: aun ahora, más del 60% del gasto público se dedica al servicio de, la deuda externa e interna. Descontada la reducción de subsidios impuesta por la austeridad actual, el gasto social neto -incluyendo el Programa Nacional de Solidaridad- apenas se mantiene. Por ello, la tercera premisa es social: consiste en empezar a poner un término, y luego un remedio, a esta vergüenza mexicana.
Una visión externa de México más balanceada es mejor para los interesados: para el país y para sus amigos, socios o rivales en el resto del mundo. Cerrar los ojos ante los lastres mexicanos, o celebrar prematuramente logros efímeros o incompletos, les hace un flaco servicio a todos. El hecho de que, por fin, se empiece a ver a México tal y como es le conviene a todo el mundo: al Gobierno de Carlos Salinas, porque sus apoyos serán más sólidos y duraderos, menos volubles; a las oposiciones, porque saben con qué pueden contar y de qué no podrán jamás depender; a quienes miran al país de lejos, porque su visión, ya no deformada, conducirá a políticas más fundadas, más estables; finalmente, a México mismo, que para ingresar al mundo moderno debe acostumbrarse a mirar y ser mirado. Es el costo de la fama.
es catedrático de la Universidad Autónoma de México.
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