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Tribuna
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‘Sanfermines’

Los sanfermines siguen en Pamplona, encierros todas las mañanicas, corridas de toros todas las tardecicas, y a la noche, buen bailongo en la plaza del Castillo. Pero no sólo son eso los sanfermines. En la Taconera hay conciertos; en el parque de Antonluti, verbenas; en la plaza de Santo Domingo, toro de fuego; en la Ciudadela, fuegos artificiales; en el pabellón Anaitasuna, folclor extranjero, cosa muy de ver. Y aún hay más: bandas de música por las calles, quizá sean chistularis y gaiteros, con grupos de amigos detrás cantando y bailando; familias cruzando la alegre ciudad sanferminera para que los niños se rían con los payasos, y vuelta a cruzada para que corran esquivando los caponcicos de los kilikis, que son graciosos cabezudos montados en caballicos de cartón. Las peñas tradicionales, mozos y mozas vestidos de blanco con boina, faja y pañuelico rojos, dan el ambiente sanferminero, pero también los niños. Sobre todo los niños. En ningún otro lugar son los .niños tan auténticamente niños -ni se les trata con tanta ternura- como en Pamplona.

Comer y beber también hacen buenos sanfermines. Siempre se ha dicho que en cualquier lugar de Pamplona se come superior, y es cierto. El precio, en cambio, ya es otra cuestión, porque muchos restaurantes pamploneses evolucionan hacia la modernidad. Consiste la evolución en poner vajillón floreado y presentar una fastuosa carta de dos metros con menú caligrafiado por pendolista barroco, que dice, por ejemplo: "Las puestas de ave de corral del caserío de Irati al aceite de oliva virgen guarnecidas con bandujo pimentado sobre lecho de frutos de la Ribera. Dos millones de pesetas". Luego sirven ese plato y resulta que son huevos fritos con chorizo. O sea, que si no andas con cuidado te pegan el atraco, en Pamplona igual que en todas partes, sin ninguna consideración a san Fermín que todo lo ve, ni nada.

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