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Selectividad

Un montón de muchachos, al parecer 200.000, hacen estos días las pruebas de selectividad, y una cuarta parte de ellos se quedará con las ganas de seguir la carrera que les cuadra, no por ignorantes, sino porque otros habrán obtenido mayor puntuación. Es decir, se juegan su futuro. A los 17 añitos o así -que no son nada, con la vida entera por delante- se juegan su futuro.Como la oferta de plazas en la Universidad es corta y la demanda larga, las autoridades académicas optan por seleccionar a los mejores. Se trata de un criterio discutible, pues los exámenes no siempre califican con rigor las capacidades de los alumnos y además coarta injustamente el derecho de todo muchacho a elegir libremente su destino, aunque no sea Einstein ni el primo hermano de Einstein.

Por añadidura, a los 17 años lo más probable es que aún no estén formados los muchachos ni su personalidad definida. A los 17 años aún les quedan granos, los primeros amores les tienen atontolinados, continúan descubriendo el mundo, y es posible que estudios y saberes no les fascinen precisamente. A los 17 años hay chicos formalitos y empollones que de mayores no lo serán tanto y hay trastos con la cabeza a pájaros que, en cuanto maduren, tendrán la mente tranquila para poder con todo, álgebras y latines incluidos. Pero entonces ya será tarde: la selectividad les habrá llevado por derroteros ajenos a su vocación, que conducen al fracaso.

O sea, que las pruebas de acceso a la Universidad seleccionan a los mejores cuando tienen 17 años, y puede ocurrir que no lo sigan siendo para nada a los 18 ni nunca jamás. O sea, que sobre inciertas e injustas, son una solemne idiotez. Ahora bien, como se trata de fijar un criterio de selección y caiga quien caiga, que los examinadores cojan a los examinandos por la nariz, y el que aguante más tiempo sin respirar, ése elige carrera.

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