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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Velocidas de vértigo

LA EUROPA unida camina a velocidad de vértigo. Sus líderes, reunidos en Dublín, han demostrado su audacia: contra todo escepticismo, han diseñado un horizonte inmediato a la constitución política europea. El 1 de enero de 1993, establecido el Mercado Único, debe empezar el mismo proceso de creación de una polis única. En vista de ello, quienes han aducido impedimentos seculares, imposibilidades técnicas e insuperables dificultades nacionales, están observando cómo sus argumentos quedan arrinconados. Una sólida dosis de voluntad política basada en inciertos sentimientos de las poblaciones nacionales ha hecho posible concebir en unos meses la idea de un Estado europeo prontamente realizable.Los nuevos catalizadores de este continente casi nunca fueron grandilocuentes teorías románticas. Desde hace años es un tópico decir que la construcción europea ha empezado por los estómagos. La pequeña Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), lanzada ladinamente por los padres de Europa en la posguerra, ha fructificado en este complejísimo entramado de relaciones económicas, políticas y sociales que hoy es la Comunidad Europea (CE). Una Europa a 6, a 9, a 12, a 18 (con la EFTA), a 35 (con la CSCE) se ha ido haciendo concebible sin que a nadie se le nublara la vista. Y ahora, en Dublín, el primer ministro de Holanda propuso la creaci5n de una nueva CECA, una Unión Energética Europea cuyos tentáculos están calculados de modo que se adentren en territorio de la EFTA, e incluso de la antigua Europa socialista. ¿Dónde acabará esta iniciativa dentro de pocos años? Y lo que es más, ¿quién puede ignorar ya este fenómeno imparable de la edificación de Europa?

El 15 de diciembre tendrá lugar en Roma el próximo Consejo semestral europeo. Sin embargo, la atención se centrará en la sala donde habrá empezado la conferencia intergubernamental sobre la unión política. Un día antes, también en Roma, habrá iniciado sus sesiones la conferencia paralela económica y monetaria. Hace apenas un año, las ideas de unión monetaria y económica eran aún embrionarias y nadie concebía siquiera la posibilidad realista de una unión política comunitaria a plazo medio. Claro que tampoco se había desmoronado el Este europeo, los antagonismos estratégicos seguían en pie, no había caído el muro de Berlín y cualquiera que sugiriera la posibilidad de que las dos Alemanias pudieran volver a ser una habría sido tildado de visionario. Doce meses después, el panorama continental es irreconocible. Sólo suena con igual machaconería obstinada la misma voz de la primera ministra británica, que se resiste a una patria europea. Cierto es que lo hace para señalar el peligro de que instituciones supranacionales impongan controles antidemocráticos y que, en último extremo, estará en el tren europeo cuando arranque.

El concepto de unidad europea se hace cada vez más preciso. Probablemente, como quiere Mitterrand, el nuevo Estado será una confederación de cabeza colegiada. De ahí la utilidad del concepto de ciudadanía europea propuesto por Felipe González: un proyecto poco definido, pero que, en todo caso, incluye amplios derechos homogéneos, defendidos en un sistema parlamentario renovado. Un Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno con un presidente elegido por dos o tres años sería, junto con otros órganos de control democrático, el gestor de una entidad asentada sobre el Mercado único. Éste arrancará el 1 de enero de 1993, y sobre él debe construirse la unidad económica y monetaria, una política exterior común y, ciertamente, una opción estratégica y de seguridad también comunes. Un proyecto cada vez más atrayente, en el que aún persiste un buen número de incógnitas como, por ejemplo, el papel del Parlamento de Estrasburgo. En cualquier caso, en la cumbre de Dublín se ha dado un paso de gigante.

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