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"No tenemos cura, gracias a Dios"

Las gentes de Marinaleda ponen el trabajo, y la Junta de Andalucía, los materiales. "Los jornaleros de Marinaleda sólo somos ricos en tiempo muerto, y por eso lo usamos para arreglar las calles y construir viviendas. Y esas viviendas luego se dan a quien le corresponde y al precio del alquiler que se Fija en la asamblea del barrio. Se viene a pagar, según pueda cada uno, de 1.500 a 3.000 pesetas al mes". Se trata de viviendas de dos plantas con patio trasero y jardinillo.Ningún anciano de Marinaleda, por muy grande que sea su minusvalía y su soledad, tiene que ir a un asilo, porque el Ayuntamiento, es decir, la asamblea permanente de vecinos, ha organizado un servicio, en parte voluntario y en parte retribuido, para que todo anciano reciba en su domicilio la dosis necesaria de atención y cariño. Pero la utopía empieza a replegarse en Marinaleda sobre sí misma. El pueblo, como si fuera un trozo desprendido de la Arcadia feliz, vive en estado de gracia paradisiaca, en asamblea pertinaz, decidiendo multitudinariamente lo que fuera de allí suele decidirse en la solemnidad de los despachos. Pero ya no quedan razones para una huelga de hambre, o para cortar una carretera, o para para que el SOC de Sánchez Gordillo, el Sindicato de Obreros del Campo, ordene la ocupación de sus propias hectáreas, el regadío que Marinaleda toca ya con la punta de la mano. El Estado va a hacer terrateniente al pueblo.

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¿Y el cura? "No tenemos cura, gracias a Dios", dice el alcalde, un poco sorprendido cuando se le hace notar que el sector más progresista de la Iglesia católica suele descubrir en estas colectividades ocasiones muy favorables para el lucimiento. "De cuando en cuando viene un cura de fuera, entierros y esas cosas".

La caída del Frente

Están solos ahí, en el centro geométrico del triángulo Estepa-Ecija-Osuna, en el corazón de Sevilla, abandonados por todos los utópicos que soñaban desde el Atlántico hasta los Urales. Y peor aún, abandonados por la Nicaragua ex sandinista, en la que Sánchez Gordillo acaba de pasar 40 días asistiendo dolorosamente "a la caída del Frente"."Pero la libertad nunca está sola mientras haya en el mundo un anhelo de justicia", asegura este hombre. Un hombre intacto, incontaminado, pero en peligro. Los pedazos de la realidad que ha conseguido arrancarle a la utopía le pueden convertir ahora en un mito, ya empieza a serlo, y la voracidad electoralista de los partidos convencionales le utiliza ya como reclamo de las listas de Izquierda Unida. Es el paso irreversible de profeta a sacerdote, de organizador de happenings a servidor de la liturgia. Allí a lo lejos, en la ribera del Adriático, los dogmas estalinistas de Albania se resquebrajan. Y aunque en Marinaleda se siguen esos sucesos con la misma desatención que un episodio de Falcon Crest, la utopía de este enclave libertario de la sierra sur parece amenazada. Ya todo está en peligro.

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