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'El martirio de san Esteban', de Cavallino, donado al Prado

La donación al Museo del Prado de una importante obra del pintor Bernardo Cavallino (Nápoles, 1616-¿1656?) constituye una excelente noticia, tanto por la calidad artística en sí del cuadro como por haberse conseguido a través de la Fundación de Amigos del Museo del Prado. Es ésta una institución privada pionera en nuestro país en este tipo de mecenazgo artístico, que cobra cada vez mayor peso específico como ayuda y complemento de los siempre insuficientes esfuerzos que se ve obligado a hacer el Estado para atender las necesidades de las grandes colecciones públicas.

Siendo inminente la entrega oficial del cuadro -un óleo sobre lienzo de 71 por 92 centímetros, titulado El martirio de san Esteban, que A. E. Pérez Sánchez, especialista en el tema, ha datado definitivamente como pintado en una fecha posterior a 1645-, conviene saber que fue adquirido en 30 millones de pesetas por la Fundación a la Viuda de Xavier de Salas (1908-1982), uno de nuestros más eminentes historiadores del arte, director del Museo del Prado entre 1970 y 1978 y feliz descubridor de la tela en cuestión, que adquirió en Londres en 1954, cuando, sucia y repintada, apenas nada sobre ella se sabía que no fuera la obviedad que en 1950 había señalado Ian Appleby sobre su no pertenencia a Velázquez.De manera que, por una vez, invirtiéndose el triste sino de la salida clandestina de nuestro patrimonio, que en esta ocasión se trate de una obra descubierta e importada por un español, y que su benemérita acción se vea ahora coronada con el ingreso de la misma en el Museo del Prado gracias además al esfuerzo de una institución privada, resulta una historia de todo punto ejemplar.

Pero hay que añadir que este hecho alentador se suma a otros similares ya realizados por la propia fundación, que desde su creación, en el año 1981, ha donado, respondiendo de esta manera a los deseos manifestados por Ia dirección del museo del Prado, otras relevantes piezas, como, son el retrato de la Condesa de Santovenia, obra de de Eduardo Rosales, y el Retrato de un enano, de Juan van der Hamen, además de varios notables dibujos de Murillo y Goya.

Pero, al margen de todas estas circurstancias afortunadas que concurren en el acontecimiento presente, no se puede pasar por alto la sobresaliente calidad del cuadro de Cavallino y el singular interés que tiene para nuestra primera pinacoteca. El martirio de san Esteban es, sin lugar a dudas, una de las más logradas y representativas obras del sensible pintor napolitano, en cuya breve trayectoria vital logró un refinadísimo estilo, donde se mezclaban los acentos naturalistas impuestos en Nápoles por Ribera con las suntuosas calidades inspiradas en Artemisa Gentilleschi y S. Vouet, y con ese toque de inigualable brillo y distinción flamencos de Van Dyck. A todo ello, sabiamente conjuntado, incorporó Cavallino una sutil delicadeza personal, colores, carnaciones, atmósfera y gestos, que envuelven su pintura con un halo de irresistible belleza decadente.

Por lo demás, si bien es cierto que el Museo del Prado posee una de las mejores colecciones que hay hoy en el mundo de pintura napolitana, carecía de una obra verdaderamente digna y representativa de Cavallino, lo que, dada la importancia del pintor, suponía una laguna particularmente llamativa. Guardada hasta el momento en una colección privada, y aunque Pérez Sánchez la seleccionó en cuantas exposiciones monográficas ha realizado en nuestro país sobre la pintura barroca italiana, tampoco puede desdeñarse la posibilidad que a partir de ahora se ofrece para su contemplación pública regular.

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