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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chupinazo italiano

EL CAMPEONATO del Mundo de fútbol, cuya decimocuarta edición se inicia hoy, desempeña desde hace 60 año! el papel de escenario en el que se dilucida una jerarquía y un ganador, pero donde también se representa el estado en que se encuentra el juego. El fútbol, como todos los deportes, no ha cesado de traslucir en su evolución las características sociopolíticas e incluso geoestratégicas de su contemporaneidad. Antes de la Primera Guerra Mundial el énfasis del juego radicaba en la delantera. Desde la segunda mitad de los años veinte, con la aparición de la WM, el peso se fue trasladando a la defensa. La apoteosis defensiva, coherente con la gradual destrucción del espectáculo, se registró en los cincuenta, casi simultáneamente en Suiza (con el llamado beton) y en Italia con el calenaccio, cuya traducción española simbolizó la Real Sociedad de Benito Díaz.La tendencia al encastillamiento, el miedo al ataque del que podía derivarse un contraataque exterminador se correspondía con los temores derivados de la guerra fría. Como herencia, los años sesenta y parte de los setenta fueron los años en los que más se habló de la "muerte del fútbol". El "fútbol fuerza", el `Fútbol total" constituyeron los conceptos que después, en torno al Mundial de 1974, se divulgaban como redentores. Por su parte, la reconversión tecnológica de entonces y la creciente intercomunicación social lo avalaban en otros órdenes.

Los ochenta, en su segunda mitad, han supuesto por fin la consagración de una época nueva del fútbol, la más contundente en cuanto a su tratamiento como espectáculo. Lo importante sigue siendo ganar (de ahí se obtiene prestigio y beneficios), pero las leyes del espectáculo obligan a la vez a producir contenido dramático en el desarrollo y en el desenlace de los argumentos sobre el campo. La falta de suceso de hace dos décadas es inconcebible hoy ante las cámaras de cien países, incompatible con los millones de dólares de la publicidad, y temeraria ante la expectativa de 1.500 millones de espectadores armados con un mando que cambia el canal desde la butaca. Todavía es pronto para esperar que la descongelación de los bloques, la euforia política y económica de los ochenta se proyecte plenamente sobre el césped, pero existen síntomas, desde el récord de goles del Real Madrid en la pasada Liga hasta las goleadas del Milan, para pensar en una transformación del acontecimiento.

La pluralidad de tácticas operando simultáneamente, su variación según equipos y circunstancias, el regreso de jugadores estrella; la mayor presencia de extranjeros en las formaciones de club y el anuncio de su tendencia a crecer y circular fluidamente; las sumas astronómicas del mercado, son características que se avienen con la presente cultura del mestizaje, con el retorno del sujeto y el individualismo, la mercantilización del éxito, la circulación planetaria de ideas, mercancías y capitales.

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Pero también existe una novedad futbolística emparentada con la contemporaneidad y de efectos trágicos. El nacionalismo o el localismo desbordados, la xenofobia, el racismo como formas viscerales de afirmación visibles a lo ancho del mundo occidental, se corresponden también en fútbol con la emergencia de grupos que llevan su adhesión tribal hasta comportamientós extremos, y cuyas consecuencias se cuentan ya por decenas de muertos.

Durante un mes, los medios de comunicación se saturarán de noticias en torno a una de las más apasionantes ferias deportivas. El fútbol es real, existe más allá de las ilusiones infantiles, convoca la atención de cientos de millones de seres humanos de todas las etnias, religiones, culturas, pero para bien de todos, incluidas las laboriosas esperanzas sobre la selección española, deseamos que su fiesta quede confinada en los ya amplísimos límites de la diversión y el espectáculo.

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