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Una paz entre bastidores

La reconciliación entre partidos y guerrilla pone fin a 30 años de guerra civil en Guatemala

Juan Jesús Aznárez

El abrazo de los viejos caudillos provocó un hipo colectivo en el hotel Victoria de El Escorial. "Ya no soy el mismo, Carlos". "Yo también he cambiado, Mario". La reconciliación, que en otro escenario encajaría con el desenlace feliz y lloroso de un novelón latinoamericano, acercaba a dos enemigos antiguos: el ultraderechista guatemalteco Mario Sandoval y el veterano dirigente comunista Carlos González. La Guatemala rota por 30 años de guerra y 100.000 caídos se emborrachó la semana pasada de emociones y pacharán en el hotel madrileño donde se alcanzó el pacto.La guerrilla y los nueve partidos políticos involucrados acordaron tras cinco días de sesiones a puerta cerrada y con protección policial seguir trabajando unidos por la paz. Un listado de agravios mutuos finamente expuestos al comienzo, "permítame usted, licenciado", precedió el martes 29 al apretón entre el campeón anticomunista y el hoy comandante guerrillero.

La Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) había planteado propuestas consideradas excesivamente maximalistas y los partidos intentaban reconducir las discusiones hacia aspectos más concretos de la crisis. Cuando Sandoval, de 67 años, por la instancia de partidos, y González, de 65, por la guerrilla, trataban de aproximar posturas, se interpuso el recuerdo de los muertos, pasadas afrentas y una creciente pasión en los reproches. "Pero yo ya no soy el mismo, Carlos", cortó el secretario general del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), levantándose y con la mano tendida. "Yo también he cambiado, Mario", aceptó González.

"Aquello fue demasiado. Todos lloramos", dijo a EL PAÍS uno de los asistentes a la escena. Luis Flores, secretario del partido de Avanzada Nacional, no pudo reprirnir ni disimular una fuerte emoción y salió de la habitación para tomarse, dijo, una coca-cola. En el bar del hotel se encontró con Miguel Ángel Sandoval, jefe guerrillero, que, estremecido por la narración de Flores, llora también y corre a contar lo sucedido a sus compañeros de armas. Aquello fue un chaparrón.

El episodio entre Sandoval y González provocó una prometedora catarsis entre los guatemaltecos, para la que ya venían preparados por el propio desgarro nacional, y se mantuvo hasta el final un ambiente favorable al diálogo y un rico anecdotario.

Monseñor Rodolfo Quezada, presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala y de la Comisión Nacional de Reconciliación, empleó sus mejores argumentos para animar al abrazo y no fueron pocas las veces en que la curia trabajó la sensibilidad de los negociadores.

"Para mí no quiero nada. Todo lo hago por ustedes. Yo ya estoy delicado de salud", vino a decir en una ocasión Quezada Toruño , quien enseñó una amplia faja protectora bajo la sotana.

Al término del primer día de sesiones, el más difícil al rechazar los partidos la interpretación de los acuerdos de Oslo efectuada por la URNG, los comandantes y sus asesores se reunieron en una habitación y hasta las cuatro de la mañana estudiaron la estrategia a seguir. Monseñor Toruño, alojado en la tercera planta con los restantes miembros de la Comisión Nacional, entre ellos la periodista Teresa de Zarco, se quejó cariñosamente a la mañana siguiente del trajín guerrillero, audible a través de la tarima. "Anoche Tere y yo no pudimos dormir", recriminó el respetado mediador para a continuación y ante las sonrisas malévolas, precisar innecesariamente: "En habitaciones separadas, claro".

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