El barbero agitado del polizón Rossini
En el ciclo Mozart de la revista Scherzo se coló, a modo de polizón, el genial bienhumorado Rossini, con su Barbero de Sevilla, primera parte de la trilogía de Beaumarchais sobre Fígaro. La segunda había tenido, sobre otras muchas, la que acaso es su ópera más perfecta; la tercera, La madre culpable, tentó a Darius Milhaud en l966, pero como sucede con la misma pieza dramática, todo quedó muy por debajo de los dos Fígaros anteriores.El polizón Rossini tenía algún derecho para embarcar en la nave de Mozart. Su obra, en buena parte, procede de la del salzburgués y los personajes del Barbero son los mismos que los de Las bodas de Fígaro. Si pensamos en las óperas de uno y otro podemos dar por válido el, por otra parte, bastante simple enunciado de Stendhal: "Rossini siempre divierte; Mozart siempre encanta". Lo que ni resta encanto a la diversión rossiniana, ni amenidad al encantamiento mozartiano.
El barbero de Sevilla
Libro de Cesare Sterbini, basado en Beaumarchais, música de Rossini.Compañía de la ópera Nacional Eslovaca de Bratislava. Tercer festival de la revista Scherzo. Teatro Albéniz. Madrid, 3 de junio.
Inteligencia
Lo cierto es que tras La flauta mágica, Cosí fan tutte, Don Juan y Betulia liberata, la parte operística del tercer festival de Scherzo concluyó con el Barbero en una versión generalmente afortunada de la Opera Nacional Eslovaca de Bratislava. Bien que el maestro, Olivier Dohnanyi, no alcanzó las cualidades del boliviano Rubén Silva, la puesta en escena, modesta y muy inteligente, tuvo gran atractivo y la acción fue supermovida por Vaclav Veznik. Tanto que, entre la alteración mareante de la escena y la cambiante rapidez de tiempos impuesta por el director musical, sumado a la exageración de algunos intérpretes (especialmente Jan Galla en su caricatura de Don Basilio) este Fígaro resultó agitado.El "barbero de la ciudad", encarnado por el barítono Pavel Kamas, nos trajo la mejor voz del reparto y la calumnia de Galla podía haber quedado bien sin tanto exagerar lo bufo. Jana Valaskova, en Rosina, mereció los aplausos recibidos, por su figura, su arte teatral y su manera de cantar, aunque la voz no sea de máxima calidad; Alma Viva (Jozef Kundlak) estuvo demasiado blando. Estoy de acuerdo con Fernando Fraga cuando comenta de la necesaria voz "viril y tierna" requerida por el personaje. Con su cuota de exageración, el doctor Bartolo (Peter Mikulas) se comportó bien y todo se cerró felizmente con unas seguidillas boleras sin elegancia por demasiado vertiginosas.
El público, que llenaba el Albéniz, salió contento, pensando quizá que ya sería bueno si nosotros tuviéramos una formación lírica estable tan eficaz y coordinada como la de los bratislavos.
Babelia
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