La revancha sevillana
Cuando se estornuda en Las Ventas, la Maestranza se cura su pasada gripe. Así suele ser todos los años, pero esta vez, a dos años del 92, la vieja plaza de los sevillanos, la más grande -de grandeza- del mundo, la más hermosa y la mejor acompañada, no ha querido resignarse al silencio en que tradicionalmente se sume después de los festejos de abril.Recién despierta como una dama sin chales, blanca y amarilla como el recuerdo del sol, La Maestranza ha hecho este año un quiebro a su tradicional quietud: han querido ampliarla, ponerle unos metros más de graderío para contentar una demanda que se presume solemne para dentro de nada.
Para qué fue aquello. Se dijo de todo en Sevilla, y los que íbamos de visita escuchamos cómo el chirrido de la polémica se llevaba, como el viento veloz de Cayo Largo, a todo el que se pusiera por delante.
Hasta un noble, que es el teniente de hermano de la Hermandad de la Maestranza, tuvo que acudir a apagar el fuego que él mismo prendió: "A mí no me importa si no me la dejan arreglar", vino a decir, resignado, y escondió su cabeza debajo del albero.
Dios, la que se armó. Fueron dos o tres días de una tensión inaguantable, un frenesí de dimes y diretes; catedráticos, lunáticos y cuerdos, sevillanos y advenedizos, taurinos y antitaurinos, todos tuvieron algo que decir sobre aquella dama indispuesta a la que Sevilla entera tuvo que poner calmantes como si estuviera tiritando. Entre los que terciaron hubo algunos académicos ilustres, periodistas afamados y, con muchos, un joven poeta con el que hablé una noche de mayo junto a la Giralda: "No la van a tocar nunca: eso lo sacan ahora para que a Las Ventas se le bajen los humos".
Los humos de San Isidro acababan de prender en Las Ventas, y Sevilla, apoderada ya del frenesí del 92, no podía permitir que pasara tan pronto de manos la antorcha de la popularidad taurina. Así que, con el motivo baladí de una reforma anunciada, la gente se echó a la calle provista de los mejores argumentos, a favor y en contra. En medio, como si fuera un chicle prehistórico, la Maestranza sonreía con la risa con que el Sevilla ha visto ahora ascender al Betis: "Ya bajarán... los humos".
Meliflua y distante, la plaza emblemática del mundo de los toros siguió siendo el centro geométrico de Sevilla, en competencia directa con los otros monumentos paganos, y a distancia respetuosa de los símbolos religiosos que convierten la ciudad en un templo incesante. Turistas sin información previa, extranjeros sabihondos que han tenido la curiosidad de recorrer el mundo para estar cerca de estos palcos nobles en los que de cuando en cuando se sienta un Rey, siguieron viendo en el templo taurino la esencia de una comunidad que, por otra parte, se estaba dando de tortas por mor de una grada más.
Mientras tanto, en los graderíos de Las Ventas, otro señorío embadurnado del humo castellano de los tabacos daba la bienvenida vespertina a la repetición del mismo ruido de cada año: San Isidro. Irrespetuosa con ese acontecimiento tradicional, la ciudad de Sevilla quiso hacer su propia declaración de guerra: ni siquiera en el silencio que sucede al mes de abril la Maestranza se está quieta.
Al final, después de muchos calmantes, la sangre se ha quedado fuera del Guadalquivir, y ahora parece que la Maestranza va a dejar tranquila a Las Ventas que disfrute en paz su efímero protagonismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.