Lo bueno, lo feo , lo malo
Los periódicos dicen: "El mundo del arte parece haber enloquecido con El retrato del doctor Gachet, un cuadro de Vicent van Gogh que fue vendido el pasado miércoles en la sala de subastas neoyorquina Christie's por 82,5 millones de dólares". Ocho mil quinientos millones de pesetas Una notable crítica del arte, Victoria Combalía, afirmaba aquí que "la cifra" es tan astronómica que resulta "imposible de visualizar". ¿Y el cuadro? ¿Es posible de visualizar? El cuadro también es astronómico. Imposible de visualizar". Porque ¿en qué mirada se afora la valoración estética, fiduciaria, inmanente, simbólica, de 8.500 millones de pesetas?El lienzo y la masa monetaria son los únicos que alcanzan a mirarse excluidos de toda contemplación exterior. Más aún la re presentación pictórica y su equivalencia explotan deslumbrantemente por simple acercamiento. La transacción se efectúa en un espacio de ficción, de fisión, de fusión fría, respecto a la cual se queda cegada la mirada.No es ya el juicio estético o económico convencional lo que preside el intercambio, sino un fenómeno de una nueva dimensión al que no accede la geometría euclidiana ni la regla de los números finitos. El mercado del arte discurre por una órbita exterior, extravagante, de cuya vida daría cuenta un código apartado de las ideas reductibles a la lucidez. La explosión del comercio especulativo constituye un nuevo espejo en donde reverberan las luces. La culminación de la su basta, su radiación atómica, tras pone la historia del arte como artificio, lo desborda como mercancía y lo emplaza sideralmente en el mundo de la catástrofe."Puesto que el mundo toma un curso delirante", dice Baudriliard en La transparence du Mal "nosotros debemos escoger respecto a él un punto de vista delirante". Escojamos un punto delirante. Un punto funcional para desenvolvernos en la nueva hiperrealidad. ¿Qué es hoy hermoso, qué es hoy lo detestable? Hemos dejado de saberlo. La pedagogía de la moda nos ha enseñado la conmutabilidad entre lo bello y lo feo, la indiferencia entre lo estético y lo antiestético. Entre la proporción y la desarmonía. ¿Bello, feo? La pregunta ha perdido vigor por la ausencia de referentes de valor. Existe, en su lugar, una suerte de metástasis general del valor, de proliferación y de dispersión aleatoria. De puntos de visión simultáneos y distintos. De esta manera es tan imposible regular los términos de lo bello y de lo feo, de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal, como a la vez calcular, en la microfísica, la posición y la velocidad de una partícula. "Cuando las cosas, los signos, las acciones son liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su valor, de su referencia, de su origen y de su fin", dice Baudrillard, "entonces entran en una reproducción hasta el infinito". Las cosas continúan funcionando pese a que la idea hace tiempo que haya desaparecido.
Lo excéntrico
Continúan funcionando con una indiferencia total respecto a su contenido. Y la paradoja es que funcionan incluso mejor. Multiplican los beneficios, enfatizan la repercusión del suceso. Las consecuencias de esta disociación acaso sean fatales. Porque cualquier cosa que ha perdido su idea es como un hombre que haya perdido su sombra: cae en el delirio o se extravía.
Pero el mundo es ya de naturaleza excéntrica. ¿Ha existido alguna vez, por ejemplo, la Unión Soviética? ¿Quién se acuerda de ello? ¿Quién recuerda la simetría estable del Este y del Oeste, del Norte y del Sur? Todo se comporta según la ley del big-bang. La desintegración de las repúblicas bálticas, el crecimiento de la deuda del Tercer Mundo, la especulación internacional de capitales, cuya circulación representa 45 veces más que el intercambio real de mercancías.
Un universo en expansión se prolonga entre destellos sobre un espacio cuya cuarta dimensión ha sido aceptada como verosímil inaprehensible. Se navega fatalmente hacia un futuro que se curva como un espectro en la vivencia del presente. Los 8.500 millones de pesetas con que se rubrica la figura melancólica de un médico homeópata ocupando el lienzo de un ex predicador psicópata enuncia la deriva del mundo. ¿Un desvarío? Veamos. De una parte, en la actualidad todo cuanto decimos, tocamos o vivimos se encuentra inmerso en el ámbito de lo político. Pero a la vez todos hemos aprendido del freudianismo que el poder, el amor, el dinero, la relación con los objetos, los sueños, el trabajo, forma un sistema dentro de la sexualidad. Todo es política o, en su lugar, todo es sexo. Pero también todo es hoy a la vez estética. La cotidianidad transcurre bajo el juicio de la estética. Todos somos creadores y el contorno aparece diseñado, estetetizado. Todos somos creadores y consumidores creativos, representantes o electores de un mundo estético envolvente. Pero si todo es estética, ¿dónde fijar el concepto de lo hermoso y de lo que no lo es? No existe ya un Dios que reconozca inequivocamente a los suyos. O, para emplear otra metáfora baudrilleriana, no existe un patrón-oro que oriente el juicio y el placer estético. En esa clase de perdición los objetos de arte trasmutan su naturaleza artística por la del fetiche. Cada cuadro, por ejemplo, es huérfano de la historia del arte e hijo natural de las condiciones del mercado (el aniversario de Van Gogh, la cotización del Bank-gogh, la puja entre financieros japoneses y australianos).
Huellas
La mayor parte de las imágenes contemporáneas, vídeo, pintura, artes plásticas, audiovisual, imágenes de síntesis, son literalmente imágenes en las que no hay nada que ver, imágenes sin huellas, sin sombra, sin consecuencias. Todo lo que presentan es la evidencia de que tras cada una de ellas algo importante ha desaparecido. Y ellas no son más que esto: las huellas de algo desaparecido. Lo que nos fascina en un cuadro monocromático es la ausencia maravillosa de cualquier forma. Pero también lo que nos fascina de un cuadro como el del doctor Gachet, independiente de su pintura, es la traducción económica que sintetiza arbitrariamente su categoría.
Es decir, de la misma manera que aquello que nos fascina en lo transexual es la desaparic ón -bajo la forma del espectaculo, todavía- de la diferencia sexual, lo que nos fascina del cuadro de Van Gogh, vendido en 82,5 millones de dólares, es la evanescencia de su energía como pintura. Relanzado al beneficio de la reverencia, se ha ubicado en la órbita extraterrestre del fetiche. Y exactamente como los iconos bizantinos eximían de plantearse la cuestión de la existencia de Dios -sin que sin embargo se dejara de creer en Él-, El retrato del doctor Gachet, una vez valorado en miles de millones de pesetas, exonera de plantearse su valor intrínseco, sin que además sea preciso negarlo.
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