Difundir la cultura
EL ANUNCIO de que el Gobierno enviará a las Cortes un proyecto de ley sobre la creación del Instituto Cervantes cierra un largo periodo de indecisión oficial en torno a los criterios de promoción de la cultura española en el mundo. Los antecedentes no eran brillantes: el Instituto de Cultura Hispánica había sido el tradicional vehículo de una política de imperialismo cultural indisolublemente unida a algunos de los rasgos ideológicos propios del franquismo. Más tarde, en los años de gigantesca emigración laboral a Europa, habían sido impulsadas las casas de España. Su propósito, sin embargo, no era difundir la cultura, sino ofrecer a los emigrantes un hogar en el que dar rienda suelta a sus afanes lúdicos y a sus morriñas, evitando así una integración cultural en la sociedad de acogida para la que nunca habían sido preparados. Sólo en contadas capitales de Europa subsistían milagrosamente algunos institutos de cultura que desarrollaban una meritoria labor.La restauración democrática no remedió la confusión. Así, se daban circunstancias tan peregrinas como que la Casa de España en Nueva York dependiera no del Ministerio de Exteriores, no del de Cultura o del de Educación, sino del departamento de Trabajo, y concretamente del Instituto Español de Emigración. Esto ocurría con la mayor parte de estas instituciones en Europa, y frecuentemente las actividades culturales desarrolladas por las embajadas a través de ellas eran cortadas de raíz por agregados laborales empeñados demagógicamente en revivir el concepto de hogar del emigrante en una CE cuya esencia misma niega la condición de tal.
El proyecto de Instituto Cervantes no es original -otros países europeos de gran tradición cultural tienen organizaciones similares-, pero es noble y excelente. Especialmente si, de acuerdo con lo proclamado por la Constitución, se renuncia al reduccionismo de considerar cultura española sinónimo de cultura castellana. Si así se hace es probable que esta iniciativa resulte fecunda. Al fin y al cabo, no estamos hablando de un producto invendible, sino de un acervo, rico, profundo, secular, conocido, aceptado y apetecido en el mundo entero.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.