Rafael Calderón, un soñador en la presidencia de Costa Rica

Rafael Ángel Calderón Fournier, un socialcristiano de 41 años, llegó ayer a la presidencia de Costa Rica con esperanzas de ver cumplido el sueño por el que luchó su predecesor, Óscar Arias: una Centroamérica unida y en paz.La presencia en la ceremonia de toma de posesión de Violeta Chamorro como presidenta de Nicaragua, de Guillermo Endara como presidente de Panamá y el anuncio ese mismo día de que el próximo 16 de mayo se reanudarán en Caracas las conversaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla salvadorenos muestra, ya un panorama en la región muy distinto al que encontró el hombre que por su gestión pacificadora se hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz. Como representante español asistió el ministro de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. El nuevo presidente costarricense reiteró ayer el interés de su Gobierno por una pronta visita de los Reyes de España a su país.
Hijo de presidente y nicaragüense de nacimiento -Anastasio Somoza fue su padrino-, Rafael Calderón llega a la presidencia con el principal reto de consolidar la tendencia a la pacificación de Centroamérica e impulsar el desarrollo económico de la región.
También en su propio país, donde se ha registrado un deterioro del nivel de vida durante los dos últimos mandatos, el principal desafío para Calderón es de carácter económico. El nuevo presidente ha prometido acabar con la corrupción y ha anunciado un severo programa de medidas económicas que podrían incluir la devaluación del colón (la moneda nacional) y el alza de las tarifas de los servicios públicos.
Instrumentos no le faltarán para intentar el éxito. La tradición de este país exige que todos los cargos públicos -hasta las secretarias de los ministerios-dejen sus puestos cada cuatro años, mucho más si, como es el caso, el cambio de presidente supone también un cambio de partido en el Gobierno. Pese a que Calderón, en su campaña electoral, adoptó un tono populista, se espera que los principales cargos del nuevo Gobierno sean ocupados por tecnócratas neoliberales para confirmar la ola que arrastra a todo el continente.
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