Dubcek, en primavera
ALEXANDER DUBICEK es un emblema trágico del siglo XX. Ejemplo de valentía en silencio, víctima de la aceleración de la historia, ha visto cómo ésta, después de cobrarle la factura de su honradez con un aislamiento de 20 años, le ha hecho la ironía final de prescindir de sus servicios cuando más esperaba ver recompensado su sacrificio. Una nueva generación utilizó la antorcha que custodiaba en los bosques de Bratislava desde enero de 1969.El pasado noviembre, en la plaza de San Wenceslao, a la hora de buscar a un líder, los estudiantes prefirieron tomar como ejemplo del nuevo patriotismo a un autor teatral cuyo único contacto con la política había sido la cárcel, antes que a un político que, aunque castigado por los que ahora habían sido defenestrados y preterido por su propia trayectoria, había detentado el poder en el antiguo régimen. Los checos optaron por Havel antes que por Dubcek; escogieron al símbolo de la libertad antes que al del sacrificio silencioso. Así es de cruel la historia: un día, el pueblo de Praga aclamó con delirio a Dubcek; al día siguiente había encontrado a un héroe nuevo y le olvidó.
Alexander Dubcek, convertido en presidente del Parlamento checoslovaco, visita España. Hoy será investido doctor honoris causa en la universidad Complutense, una honra que habría recibido el verano pasado si las autoridades de Praga no le hubieran impedido viajar hasta Madrid. Hoy la historia no le arrollará en silencio: escuchando su lección magistral, reconocerá en él al símbolo de coraje y humanidad que hizo posible el renacimiento de la esperanza en su país.
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