_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La mujer que mejor hizo bailar a Charlot

El recuerdo, la imagen que conservamos de una actriz y con la que asociamos siempre su nombre, a menudo es absurda. A Paulette Goddard es imposible no asociarla a una voracidad primaria, desesperada pero elegante. En Tiempos modernos es tan pobre y está tan hambrienta como el propio Charlot. Basta con ver cómo muerde una manzana y se aparta, al mismo tiempo, la melena rebelde de la boca. En ese gesto tarzanesco, de alguien que no sabemos si es una bailarina perdida en la selva y que se deja llevar por sus instintos animales o más bien una auténtica salvaje que se mueve con elegancia felina, está todo el atractivo, toda la fuerza de Paulette Goddard.Quizá por eso, y en la prueba que le hicieron para descubrir si ella era, tal y como decían muchos de sus admiradores, la auténtica Scarlett O'Hara, repitió el gesto y sus ojos brillaban en aquella ocasión de igual forma a como lo hicieron en Tiempos modernos.

En Tiempos modernos, un Charlot enamorado se calza unos patines y baila. Sueña con otro mundo en el que ella y él estarían solos, en el que él sería propietario de todo, de ese universo confortable simbolizado por los grandes almacenes de los que él -el Charlot protagonista- es vigilante. Mientras él hace la ronda -los dos con el estómago lleno gracias al surtido de viandas encontradas en la cocina existente en el departamento de alimentación del edificio-, ella duerme en una gran cama, con una sonrisa que la convierte en princesa que no ha tenido tiempo aún de trocar en sedas los harapos que lleva. El fin de la maldición está cercano.

La varita mágica les ha tocado y viven en pleno encantamiento, aunque sea durmiendo. Y Charlot está contento de vigilar su sueño, de ser un espejismo de riqueza y felicidad. Sus piruetas sobre patines son el mejor elogio de la chica, la manifestación de su deseo, que le lleva a vivir con los ojos cerrados, a idealizar cuanto le rodea y a no descubrir que las ruedecitas sobre las que se desplazan se acercan más y más al abismo de un sexto piso sin barandilla protectora.

Contra el mundo

Luego, cuatro años más tarde, Paulette Goddard y Charlot volverán a enamorarse para nosotros en El gran dictador. Ahora ya no les basta con ser dos infelices: ella cuidando de su anciana familia, él como barbero amnésico. Ya no van a estar solos contra el mundo sino que además el mundo, en forma de guardias de asalto, va a estar directamente contra ellos.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_