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FERIA DE SEVILLA

Un toro que valía un cortijo

Palha / Galloso, Chacón, CastilloToros de Federico Van-Zeller Palha, cuatro chicos, de juego desigual (4º nobilísimo); 2º con trapío, bravo; 6º grande y manso condenado a banderillas negras. José Luis Galloso: bajonazo descarado (silencio); primer aviso con retraso antes de entrar a matar, dos pinchazos, estocada corta baja, dos descabellos -segundo aviso- y descabello (silencio). Antonio Chacón: pinchazo, estocada caída, descabello -aviso con retraso- y descabello (ovación y salida al tercio); estocada (palmas). Pedro Castillo: media estocada baja y rueda de peones (larga ovación y salida al tercio); estocada (petición y dos vueltas).

Plaza de la Maestranza, 17 de abril.

Tercera corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

JOAQUÍN VIDAL

Hay toros que valen un cortijo. No quiere decirse que el empresario haya pagado por ellos lo que vale un cortijo, aunque sea de los pequeños; quiere decirse que proclama su boyantía y cualquier torero con afición y sentimiento lo aprovecha para hacerle tan gustoso toreo, que entusiasma la plaza hasta el alboroto, firma esa misma tarde contratos millonarios, y ya están los bancos dándole créditos para que se compre el cortijo. Bueno, pues uno de esos toros pisó el albero de la Maestranza y salió en cuarto lugar.

Por infortunada coincidencia, también pisaba el albero de la Maestranza y salió en cuarto lugar José Luis Galloso, que debe de atravesar un momento de crisis de identidad o no se entiende lo que le hizo al pobre torito boyante. Pues en lugar de aderezarle gustoso toreo, se puso a pegar pases. No buenos pases, ni medianos, ni siquiera malos; se puso a pegar pases al buen tuntun, sin que ninguno de ellos tuviera nada que ver con la boyantía del toro y, si nos apuran, tampoco con la Tauromaquia.

El toro embestía sin enterarse para nada de que había allí un señor vestido de luces, poniendo la muleta a guisa de guardabarrera y, ajeno a guardabarreras, metía la cabeza donde estaba el trapo, y la estrellaba blandamente, o tenía que buscar el trapo por doquier, pues el señor vestido de luces se: lo escamoteaba. La afición sevillana a veces rompía sus famosos silencios y daba un silbidito, luego hacía un comentario desdeñoso, y finalmente ya decía malicias, pues pasaba el tiempo y Galloso no se daba cuenta de la calidad del toro que le habían puesto delante, ni de que hay tauromaquia con sus cánones; a lo mejor tampoco se daba cuenta de que había salido al albero de la Maestranza vestido de luces. Quien menos, susurraba jaculatorias para que ocurriera algo gordo; por ejemplo, que se le quemara la muleta. Pero no se le quemaba. Al fin, sonó un aviso, y Galloso intentó matar recibiendo. Sonó otro aviso...

Y es el caso que ese toro que valía un cortijo, por otra parte no valía un duro. Conviene explicarlo: era, de talla, chiquitín; de fuerza, inválido; de cara, adolescente. Ese toro seguro que aún no había hecho la mili, ni podría hacerla cuando le llegara la edad por estrecho de pecho. En cambio el toro que valió muchos duros (aunque quizá no valía un cortijo; las contradicciones de la fiesta) fue el tercero, un ejemplar de talla robusta, de fuerza poderosa, de cara adulta. Tomó tres varas acudiendo al caballo de largo, luego recargó, y embistió con casta agresiva.

Antonio Chacón, que reaparecía ayer después de haber sido banderillero durante ocho años tuvo demasiado enemigo en ese toro codicioso, al que no consiguió ligar los pases. Lo cierto es que, al quinto, otro noble muñequito, tampoco se los ligó, y ni siquiera logró lucirse en banderillas. A Chacón seguramente le pesaba demasiado la responsabilidad. De cualquier forma, entre los desentrenamientos de Chacón y las inhibiciones de Galloso -al primero, un encastado torete, le había metido el pico y nada más- la corrida caía a plomo sobre las meninges de la inocente afición.

Por eso cuando salió Pedro Castillo pareció que había resucitado El Guerra. Pedro Castillo banderilleó variado, templó y ligó buenos muletazos al tercer toro, y al sexto, un manso duro de pezuña, barbeante en tablas, huidizo hasta de su sombra, le dominó sujetando sabiamente sus tendencias abstencionistas, lo tumbó patas arriba de una estocada fulminante y estuvo a punto de cortar una oreja. Ese toro, por supuesto, no valía un cortijo, pero hay toreros, como Pedro Castillo, que quieren ganárselo aunque sus toros no lo valgan y eso también sirve para la compra.

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