La Casa Blanca se mantiene al margen del conflicto entre Moscú y Vilna
C. M. Tras una semana de advertencias públicas y privadas a la Unión Soviética sobre un posible uso de la fuerza contra Lituania, Washington ha bajado considerablemente el diapasón en sus referencias al enfrentamiento entre la República báltica y el Kremlin y parece resignado a considerar los acontecimientos como un asunto interno soviético. Una vez más, las relaciones entre las superpotencias han primado sobre los deseos de los ciudadanos de un pequeño país.
El cambio de modulación en la Administración se produjo a partir del sábado, Utilizando para ello la voz poco cualificada del vicepresidente Dan Quayle, que declaró en Arizona que una cosa era utilizar la fuerza, y otra distinta, tratar de imponer la disciplina en el Ejército. "Si la URSS está aplicando medidas disciplinarias a su propio Ejército, la situación es diferente", manifestó Quayle 24 horas después de que el presidente George Bush advirtiera a Moscú que "cualquier recurso a la intimidación o al uso de la fuerza contra el pueblo de Lituania se volvería contra el Kremlin". El propio presidente desoyó las voces de determinados congresistas que han solicitado recientemente un mayor rigidez de la Casa Blanca hacia el Kremlin.
Respecto a la información exclusivamente interna en Lituania, el presidente Vytautas Landsbergis hizo ayer una declaración conciliadora hacia Moscú al afirmar que es necesario "evitar los conflictos". Entretanto, el gobierno de Suecia se ofreció ayer como sede de unas eventuales negociaciones entre los soviéticos y los lituanos. La oferta del ministerio sueco de Asuntos Exteriores llegó a raiz de una visita a Oslo, capital noruega, de una delegación parlamentaria lituana, que declaró que están dispuesto a negociar con Moscú con cualquier país occidental.
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