Vivir de una leyenda
El cantante norteamericano Jerry Lee Lewis es una de las pocas leyendas vivas y en activo de la época dorada del rock and roll. Cinco años después de su primera visita a España, dentro del paquete de artistas de un festival country, actuó de nuevo en Madrid. En este tiempo las circunstancias han cambiado notablemente y el personaje entonces venerado por unos pocos aficionados se ha convertido en un ídolo de masas. La culpa la tiene el cine: la edulcorada película Gran bola de fuego, dirigida por Jim McBride y protagonizada por Dennis Quald, ha devuelto al viejo rocker a la primera línea de la actualidad musical. Un hombre de la experiencia de Jerry Lee Lewis, curtido en mil batallas extramusicales, no podía desaprovechar una ocasión así.En Madrid comenzó el asesino de Louisiana una nueva gira mundial, después de un largo período de letargo. Con 54 años y tres operaciones de estómago, una de ellas a vida o muerte, Jerry Lee Lewis ya no es el adolescente salvaje que rompía las reglas musicales y estéticas de los años cincuenta. Pálido como una figura de cera, con un aspecto frágil y movimientos perezosamente mecánicos, apareció en escena acompañado por una banda de trámite. Muy justo de voz, desgranó un repertorio ajeno que convierte en propio a base de carisma. En los rocanroles fuerza sus cuerdas vocales hasta llegar a un mínimo aceptable, y así logra cumplir sin brillo pero con dignidad. En las baladas es donde más se notan las huellas que el alcohol ha dejado en su maltrecha garganta; nunca alcanzó la melodramática intensidad de los tiempos dorados.
Jerry Lee Lewis
Jerry Lee Lewis (voz y teclados), Kenny Lovelace (guitarra), Jim Isbell (batería) y Tonky (bajo). Madrid. Sala Jácara, 20 de marzo.
Al comenzar la década de los sesenta, en la cima de su carrera, quemaba en escena lujosos pianos de cola. En su actual gira se sienta frente a un pequeño teclado japonés. Le acompañan unos músicos mediocres, que se limitan a seguir a trancas y barrancas los desarrollos musicales del maestro. Pero el público que abarrotaba la madrileña sala Jácara no había pagado 3.000 pesetas para entrar en polémicas sobre las cualidades vocales del pianista norteamericano o la escasa calidad de su banda. La gente buscó -y encontró- diversión a ritmo de rock and roll. El pésimo sonido tampoco importaba, y el calor, que convirtió el recinto en una caldera, fue una mera anécdota.
Lo único realmente importante fue tener a pocos metros, prácticamente al alcance de la mano, a uno de los mayores mitos de la historia del rock. Mujeriego, borracho y pendenciero, Jerry Lee Lewis ha creado a lo largo de media década toda una forma de vida. En poco menos de 60 minutos desfilaron ante el público los restos de esa historia, mermados en su forma por los abusos y los años, pero aún vigentes en su forma. La leyenda vive en él, y él ha logrado vivir de su propia leyenda.
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