Las peregrinas explicaciones del brigada Peregrín
"A una mujer no se la viola ni con 40 bofetadas"
"Ni con cuatro ni con 40 bofetadas se intimida a una señorita tanto como para violentarla". Ésta es una de las peregrinas explicaciones que el brigada Peregrín tuvo ocasión de desgranar durante su declaración ante el tribunal que le juzga desde el pasado día 7. Pero "la señorita" María de los Ángeles M. B. le acusa de haberla violado, golpeado, amenazado de muerte, haberla introducido en el maletero de un coche y haberse regodeado sádicamente con ella antes de arrojarla a la calzada para que otro vehículo la atropellase.
Rafael Peregrín Alcalá, brigada del arma de Caballería, ya era un alumno "raro y algo mentiroso" cuando estudiaba en el instituto Cervantes de Melilla, según recuerda alguno de sus compañeros. Su ex mujer, Rosa Rivas, describió algo más crudamente los 14 años de convivencia con un marido "que disfrutaba al maltratarme" y cuyo primer hijo, Javier -hoy enfrentado a su madre-, fue "fruto de una violación", según declaró en el juicio.Rosa Rivas tuvo que soportar a un marido "agresivo y violento" que le hizo abortar de una paliza, la violó después de otra y la amenazó con defenestrarla si no accedía a sus deseos. Peregrín ya engañaba a su mujer con una secretaria, Berta Puerta Lacalle, antes de que decidiese "darse un ligero magreo" con una joven que repartía propaganda en la plaza de Tirso de Molina. Tampoco tuvo demasiados escrúpulos en utilizar para ello el R-21 que le había comprado Berta, su actual amante, afrontando un crédito muy superior a sus ingresos mensuales.
Pero lo que este bizarro militar entrevió como "un ligero magreo" se ha trocado en una acusación de violación, detención ilegal y asesinato frustrado que le enfrenta a una petición de entre 45 y 79 años años de reclusión.
Durante el proceso, Peregrín ha adoptado una táctica clásica, que consiste en tratar de desplazar el juicio hacia la personalidad de la víctima. Se trata en definitiva de convencer a los jueces de que los hechos tuvieron su génesis en la actitud provocadora o licenciosa de la mujer violada. Una reciente y desgraciada sentencia lo definía con matemática exactitud como la "disposición de la mujer a colocarse en situación de ser usada sexualmente".
Fiel a su táctica, el brigada Peregrín procuró adornar su testimonio con todo tipo de detalles. Cuando él y su amigo José Ángel Roel conocieron a María de los Ángeles repartiendo propaganda, Roel "le pasó el brazo por encima y ella, con total permisividad, ni se inmutó". Si la joven dejó sin repartir algunos folletos para acompañarles porque le hablaron de un puesto de trabajo, Peregrín explicaba que "la señorita cobró lo que no había trabajado".En una discoteca en la que Peregrín bailó con la joven, ésta se agarraba muy bien".
María de los Angeles M. B. testificó de manera muy distinta. Se limitó a responder a las preguntas reflexivamente, meditando unas respuestas que no se evidenciaron como premeditadas. Su voz y su expresión cohibida deshicieron al momento la imagen de joven licenciosa que su agresor pretendió proyectar.
Una 'oferta de trabajo'
La joven puntualizó que el brigada la invitó al pub Latigazo, cercano a Pozuelo, para hablarle de una oferta de trabajo. "Como no me gustaron ni su actitud ni la situación en sí, le pedí que nos fuéramos", declaró.
En el regreso a Madrid, el brigada detuvo el coche en "un picadero": "Empecé a besarla y, respondía totalmente a mis caricias. Profundicé por sus senos y me di cuenta de que eran su punto débil. Mientras tocaba sus pechos, le fui quitando la blusa". Ella comenzó a resistirse, según Peregrín, porque "no lo había hecho nunca antes". "La siguiente operación fue ir al pantalón", que le quitó "a costa de muchos sudores". Al "incidir sobre su zona pubiana", ella "me dio un manotazo y salió del coche".
Cuando a María de los Ángeles le preguntaron sobre todo este episodio, dirigió una mirada de incredulidad al tribunal y respondió: "¿Tengo que responder sí o no a todo eso?". Sobreponiéndose, explicó con frases entrecortadas que nada más parar el coche se apercibió de las intenciones de Peregrín e intentó salir. Él la alcanzó y la introdujo a golpes en la parte trasera. Sentado a su lado, la sujetó por el pelo y le desabrochó la blusa. María de los Ángeles recordaba golpes, puñetazos, frases insultantes, su intento de que ella le masturbara y "una bofetada tremenda", previa a una nerviosa penetración.
Con los ojos húmedos describió los "puñetazos en el vientre para que me moviera" y cómo su agresor la introdujo después en el maletero del coche y lo cerró con llave. Aturdida, desnuda, fingió una pérdida de conocimiento que no evitó que Peregrín parase dos veces el coche para volver a golpearla "y a meterme los dedos".
Un empleado de una gasolinera en la que Peregrín paró a repostar oyó sus gritos de auxilio. El brigada arrancó precipitadamente. María de los Angeles perdió el conocimiento y no recordaba más.
Un taxista que circulaba por la avenida del Cardenal Herrera Oria aquella noche alcanzó a ver que del R-21 caía un bulto por la parte derecha del vehículo. Este testigo contradijo radicalmente el desenlace sugerido por Peregrín de que la joven desapareció del maletero y él dedujo que se habría arrojado en marcha. Un policía que presenció el ingreso de María de los Ángeles en el hospital declaró que bajo el shock, la joven no cesaba de repetir, "como una fijación", que la habían violado y, arrojado de un coche en marcha.
El juicio se reanuda mañana con los informes de los psiquiatras. Desde que finalizó su declaración, Peregrín observa el proceso desde el banquillo con marcada indiferencia. Ni siquiera en los momentos más cruciales de la declaración de su víctima se mostró mínimamente afectado. Parece un aburrido asistente que apenas cambia de postura mientras transcurren las horas y contempla el suelo, apoyados los codos en las rodillas. Lo único que el brigada Rafael Peregrín parece lamentar hoy es "el compromiso" en que le ha puesto "la señorita María de los Ángeles".
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