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UNA NUEVA EUROPA

La conversión de Craxi

El líder socialista italiano se acerca a los comunistas, en proceso de refundación de su partido, sin romper con la Democracia Cristiana

Juan Arias

El secretario del Partido Socialista Italiano (PSI), Bettino Craxi, ha entrado de lleno en el debate entre comunistas viejos y nuevos. Como se había intuido desde el primer momento, dio un giro radical en su postura negativa frente al Partido Comunista Italiano (PCI), aprovechando el histórico 19º congreso de este partido, en el que se planteó su disolución, para renacer como una fuerza democrática y progresista, nueva y poscomunista.

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Y lo ha querido hacer con gestos bien ostensibles. Ha seguido de cerca, presente en la sala, la lectura de las tres mociones presentadas, ha enviado cartas afectuosas a sus líderes, ha recordado ante la television que él había estudiado con Occhetto en la misma universidad, en Milán. Y ha bromeado diciendo que la cosa nueva que debe nacer del viejo PCI no se puede aun "bautizar", porque no se sabe si va a ser niño, niña, o si incluso serán "gemelos".A su gran adversario político hasta la víspera del congreso comunista de Bolonia, Achille Occhetto, Craxi le ha reconocido que "ha introducido un elemento de reflexión" que a su juicio es "como un empeño en pro de una mayor clarificación". Los observadores, sorprendidos frente a la conversión -no se sabe aún si táctica o estratégica- del líder socialista, han comentado con humor que se Ie podría ya considerar como el secretario en la sombra del PCI.

En realidad, la postura del gato Craxi, hombre impulsivo pero inteligente, visceral pero con la política en la sangre, frente al elefante comunista -de quien siempre ha soñado recoger sus despojos para crear finalmente una amplia fuerza socialista en Italia, como en España o en Francia-, ha pasado fases alternas. Cuando el líder socialista consiguió sacar al viejo partido de Pietro Nenni de sus complejos de inferioridad frente al hermano mayor comunista -realizando la autonomía del PSI, al que cambió hasta sus símbolos- estaba convencido de que en poco tiempo el desequilibrio entre las dos almas de la izquierda italiana se iba a inclinar. Y sintió la sensación y el gusto del triunfo sobre todo cuando llegó a la presidencia del Gobierno italiano, en la que permaneció cuatro años.

Pero cada vez las distintas elecciones le fueron dejando con un sabor amargo en la boca, porque el crecimiento socialista era desesperadamente lento mientras que el PCI no se acaba de desmoronar, como él habla previsto o soñado. Por eso, un día, Craxi, de sangre sicillana, fue a confiarse con el recientemente desaparecido escritor, ex diputado y fustigador de la Mafia, Leonardo Sciascia, con quien le unía la pasión por Garibaldi.

Craxi le confió que el tiempo pasaba, que la DC era un freno para que las fuerzas socialistas y laicas pudieran plantear una alternativa progresista como en otros países de Europa. Y que él tenía sólo dos salidas: prepararse para llegar a la jefatura del Estado, pero después de haber conseguido el paso a una República presidencialista, o bien ponerse al frente de un Gobierno de todas las fuerzas de izquierda y progresistas. Pero que para ello necesitaba que el PCI cambiase de actitud radicalmente.El último trenAhora, Craxi -que se ve afectado por un problema de corazón y que sufre de una diabetes muy fuerte- ha intuido que si el PCI cambia en la línea de Occhetto, podría ser el nuevo partido comunista y no él quien guiara las fuerzas alternativas a la Democracia Cristiana. Y ha querido, sin perder tiempo, tender la mano a Occhetto para no perder el último tren.

La Democracia Cristiana se da dado cuenta enseguida del principio de conversión de su viejo aliado y le ha transmitido sus quejas: "Hemos entendido", le han dicho, "que estás tramando, con tu improvisado idilio con Occhetto, mandarnos a la oposicion".

Pero Craxi no es alguien que se deje sorprender fácilmente, y ahora, iniciada la posguerra con el PCI, espera las consecuencias del congreso comunista reunido en Bolonia. Y sin apearse del todo del tren de la Democracia Cristiana, con la que comparte el Gobierno de Italia, ha sacado ya, por si acaso, una reserva para el nuevo ferrocarril que están construyendo los comunistas.

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